El vampiro era muy diferente al Drácula de
la ficción popular. Más que un vengativo espectro del terror, podía ser un
desgraciado espectro perdido por los caprichos del destino. Y, como se muestra
en el siguiente relato, no era siempre un hombre.
Una
joven pareja vivía felizmente unida y era la envidia de todos por el amor que
se profesaban el uno al otro. Pronto, la mujer dio a luz a un niño sano y
fuerte, pero a las pocas horas de su nacimiento, la pobre mujer murió. Su
marido, desolado por la pérdida de su esposa, se angustió pensando en el
futuro del bebé: aunque pudiera ofrecerle todo su amor, necesitaba la leche y
la ternura de su madre, algo que él no podía ofrecerle.
Una
anciana se hizo cargo del niño, pero éste no comía nada de lo que la mujer le
ofrecía; no le apetecía leche a lo único que hacía era llorar y llorar. Sin
embargo, con el paso del tiempo fue creciendo y durante un breve período sus
quejas cesaron.
Una
noche, el padre del niño decidió vigilar para ver qué estaba ocurri-endo y se
tumbó como si fuera a dormir, con una vela junto a la cama, con la llama
oculta en un recipiente de barro.
Durante
algunas horas lo único que pudo oír fue el incesante llanto del niño, pero al llegar
la medianoche, la puerta se abrió con un crujido y una oscura silueta se coló
dentro. La misteriosa figura se dirigió hacia la cuna donde el bebé no paraba
de quejarse, tomó al pequeño y éste se quedó tranquilo y en silencio.
El padre
destapó la llama de la vela y descubrló la visión que menos podía imaginar:
allí estaba sentada la madre incierta, dando el pecho tranquila-mente a su
hijo. Cuando vio la vela, alzó la vista con tristeza, pues no podía soportar su
luz, y se marchó de la habitación en silencio mientras miraba hacia atrás. Más
tarde, el padre se acercó a toda prisa a la cuna y encontró a su bebé muerto.
0.008. anonimo (eslavo)
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