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viernes, 5 de octubre de 2012

El don del rey del rio

Para muchos pueblos primitivos, las fuerzas sobrenaturales se encontraban presentes por doquier: en las montañas, los ríos... Una historia de Lesotho muestra cómo estos espíritus locales podían recompensar un buen comportamiento y castigar a aquellos que se negaban a cumplir con sus obligaciones.

Selekana era una hermosa joven, cuya belleza era tan admirada por todos los chicos como odiada por el resto de las chicas de la aldea. Al final, la envidia que éstas sentían era tal que se hizo insoportable, por lo que decidieron librarse de Selekana arrojándola a un río cercano.
Pero, en contra de todo pronostico, la joven no se aho­gó, sino que fue atrapada por el dios del río, quien había adop­tado la apariencia de un feroz cocodrilo. Tras llevársela a su reino, en el mismo lecho del río, un lugar mágico en el que podía vivir y respirar con la misma facilidad con que lo hacía en el mundo de los humanos, el dios decidió que trabajara como esclava para su consorte, la Mujer Río.
Selekana demostró ser tan paciente y trabajadora como hermosa, y llevaba a cabo sus numerosas tareas sin quejarse. Su tolerancia impresionó tanto a la Mujer Río que, al final, de­cidió dejarla regresar al mundo de los humanos, no sin antes entregarle como obsequio unas piedras preciosas del lecho del río a modo de regalo de despedida.
Las enemigas de la joven quedaron estupefactas al verla reaparecer en la aldea, y al ver los valiosos tesoros que había traído consigo, los celos continuaron consumiéndolas. Su ma­yor enemiga era la hija del jefe y era tal la envidia que sentía por la riqueza de su rival que decidió arrojarse ella misma al río con la esperanza de obtener joyas aún más hermosas.
Sin embargo, si Selekana se había mostrado paciente y diligente, la recién llegada era altiva y no tenía deseos de coope­rar. Así, cuando el rey del río le ordenó que sirviera a su esposa, se negó categóricamente, por lo que el cocodrilo gigante se la tragó, impartiendo la justicia que los cuentos populares reser­van a las personas arrogantes y avariciosas.

0.009. anonimo (africa)

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