Y
entre estos ángeles había uno, el más hermoso y el que contaba con
más dones divinos. Su nombre era Luzbel.
Y
a pesar de que Dios amaba a todos sus hijos por igual, era a este
ángel al que le había dado la más alta jerarquía de entre todos
los seres de su creación.
Luzbel
poseía la más dulce voz, la belleza más extraordinaria, el oído
más agudo y la vista más profunda. Pero sucedió que luego de algún
tiempo comenzó a mirar a sus hermanos con desprecio, pues él era
mejor que ellos. Sólo Dios lo superaba.
Fue
entonces cuando comenzó a tener extrañas sensaciones que lo
llevaban a alejarse cada vez más de su Padre.
Y
Empezó a sentir envidia de Dios.
Y
cuanta más envidia sentía más se alejaba de la luz de su Padre y
hasta llegó a atreverse a cuestionar las decisiones y las creaciones
del único. Un pequeño fuego comenzó a arder en su interior: el
fuego del deseo de hacer lo mismo que hacía Aquel que lo había
creado.
Y
cada vez más se alejó del amor y de la luz de Dios. Y en la
oscuridad comenzó a tener pensamientos impuros y vanidosos. En la
soledad aumentaban los celos contra Aquel que le había dado la
existencia, Aquel que lo había dotado con lo mejor de lo mejor.
Y
en esa oscuridad se inició su transformación. Su figura comenzó a
cambiar al estar alejada de la luz de Dios y a nutrirse de sus negros
pensamientos y de sensaciones impuras.
La
envidia, los celos, la soberbia y la ausencia de luz divina
terminaron por convertirlo en una criatura horrenda. Fue así que su
voz perdió la dulzura donada por Dios y se transformó en un grito
de terror y su aspecto perdió la belleza de Dios, degradándose
hasta herir el ojo que osara mirarlo, puesto que la belleza que tenía
quedó convertida en la cosa más abyecta para insultar la creación
de Dios. Su piel se había escamado y endurecido, sus alas blancas y
puras se transformaron en una delgada piel correosa y repulsiva, su
boca se llenó de colmillos rebozantes de veneno y de ella salían
dañinas bocanadas de fuego. Por último, Luzbel coronó su cabeza
con cuernos.
Y
quedó convertido en un ángel abominable. El primer dragón del
universo.
Y
en su nueva apariencia se presentó desafiante ante el Creador.
Y
los ángeles del cielo se atemorizaron ante su presencia, pues dada
la pureza de sus corazones, no podían creer cómo Luzbel, que antes
había sido uno más de ellos, incluso, el mejor, ahora se había
transformado en un insulto a la Creación Divina.
Y
fue entonces cuando Luzbel desafió a Dios.
Y
sucedió lo inconcebible: un tercio de los ángeles, un tercio de los
más puros hijos de Dios dudaron ante el poder y la majestad
representados en el Dragón, con esos cuernos coronando su cabeza y
sus duras escamas como armas y la fiereza de sus garras y el fuego de
su garganta.
Y
ya fuera por miedo, devoción o duda, un tercio de los ángeles
fueron arrastrados a su cola para servir al rebelde, tal como antes
lo habían hecho con Dios.
Un
tercio de los ángeles de Dios se convirtieron en ángeles de
tinieblas. Y la luz de Dios que había en ellos comenzó a apagarse y
se llamaron a sí mismos "demonios".
Y
aquel que había sido el más hermoso de entre los ángeles tomó el
nombre de Diablo.
Entonces
Dios habló y dijo:
-Sólo
eres un imitador puesto que no tienes verdadero poder, ya que todas
las cosas que hay en el universo a mí deben su existencia. Yo soy la
Verdad y la Luz.
Entonces
el Diablo, comprendiendo que las palabras de Dios encerraban la más
pura verdad, se llenó de más odio y más envidia aún que antes. Y
esos sentimientos contagiaron a sus demonios, quienes, ante una seña
del Maligno, se lanzaron contra los hijos de Dios.
Y
la luz y la oscuridad comenzaron a batallar en una guerra sin
cuartel, que se extendió hasta la infinidad del tiempo y los
confines del espacio.
Y
hubo un arcángel de Dios que al ver lo que sucedía tomó la espada
de la justicia y se interpuso delante del Diablo-Dragón haciéndole
frente con su fe, coraje y lealtad.
Y
ante las miradas estupefactas del Diablo-Dragón y de sus demonios
profirió un grito de guerra:
-¿Quién
como Dios?
Fue
así como el arcángel de luz que enfrentó a la oscuridad recibió
el nombre de Miguel (Mikael), que significa "¿Quién como
Dios?".
Y
se lanzó a la batalla para arrojar al Diablo-Dragón y a sus
demonios del cielo, del lugar sagrado que ya no podían seguir
compartiendo los leales con los rivales de Dios.
Y
la fe y la lealtad de Miguel brillaron en su ser como una armadura de
luz. Y él esgrimió la espada de la justicia con firmeza, pues la
fuerza de Dios lo sostenía.
Y
la luz de la lealtad de Miguel fue tan brillante que alcanzó a tocar
los corazones de otros ángeles que aún dudaban o temían a las
huestes de la oscuridad, y también ellos, con resuelto honor, se
lanzaron feroces a la batalla, pues comprendieron que sólo la gracia
de Dios era la única y verdadera.
Y
el Diablo-Dragón arrojó sus fuegos contra Miguel para dañarlo,
para doblegarlo a su voluntad, pero la de Miguel era inquebrantable.
Y los fuegos diabólicos no hicieron mella en él, puesto que la
armadura de la lealtad a Dios lo protegía.
Y
los dos ejércitos celestiales pelearon en todos los infinitos
rincones del universo, hasta que el Diablo-Dragón y sus demonios
fueron cercados por los ángeles de Dios.
Y
fue en ese momento cuando Dios les manifestó a sus huestes uno de
sus designios inescrutables: Luzbel y sus demonios, que no podían
ser exterminados, debían ser encerrados.
Y
fue así como la tierra se abrió hasta sus honduras y dejó al
descubierto el infierno ardiente de sus entrañas, donde la lava
bullía con la misma intensidad que el odio que habitaba en el
corazón negro del Diablo-Dragón.
Y
entonces Miguel, junto con los demás ángeles de luz de Dios,
arrojaron al Diablo-Dragón y a todos los demonios a las entrañas de
la tierra y allí fueron encerrados hasta el día del juicio Final.
Y
así hoy, cuando los hombres sentimos la presencia del mal en nuestra
vida y en el mundo, cuando la oscuridad de los demonios azota
nuestras almas, cuando el Diablo-Dragón llena nuestra vista y
nuestros oídos con mentiras, nuestro cuerpo con enfermedades y
guerras, nuestro corazón con miedo y angustia, podemos implorar a
Dios. Y Él nos enviará a su ejército de ángeles y arcángeles
-como Miguel, para hacer justicia con las luminosas armas de la Fe,
la Esperanza, el Amor y la Verdad.
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