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domingo, 31 de marzo de 2013

El arcangel miguel contra el dragón

Dios padre celestial todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, señor del universo y dador de toda vida existente, tenía muchos hijos, vástagos de su pensamiento que luego los hombres llamaron ángeles.
Y entre estos ángeles había uno, el más hermoso y el que contaba con más dones divinos. Su nombre era Luzbel.
Y a pesar de que Dios amaba a todos sus hijos por igual, era a este ángel al que le había dado la más alta jerarquía de entre todos los seres de su creación.
Luzbel poseía la más dulce voz, la belleza más extraordinaria, el oído más agudo y la vista más profunda. Pero sucedió que luego de algún tiempo comenzó a mirar a sus hermanos con desprecio, pues él era mejor que ellos. Sólo Dios lo superaba.
Fue entonces cuando comenzó a tener extrañas sensaciones que lo llevaban a alejarse cada vez más de su Padre.
Y Empezó a sentir envidia de Dios.
Y cuanta más envidia sentía más se alejaba de la luz de su Padre y hasta llegó a atreverse a cuestionar las decisiones y las creaciones del único. Un pequeño fuego comenzó a arder en su interior: el fuego del deseo de hacer lo mismo que hacía Aquel que lo había creado.
Y cada vez más se alejó del amor y de la luz de Dios. Y en la oscuridad comenzó a tener pensamientos impuros y vanidosos. En la soledad aumentaban los celos contra Aquel que le había dado la existencia, Aquel que lo había dotado con lo mejor de lo mejor.
Y en esa oscuridad se inició su transformación. Su figura comenzó a cambiar al estar alejada de la luz de Dios y a nutrirse de sus negros pensamientos y de sensaciones impuras.
La envidia, los celos, la soberbia y la ausencia de luz divina terminaron por convertirlo en una criatura horrenda. Fue así que su voz perdió la dulzura donada por Dios y se transformó en un grito de terror y su aspecto perdió la belleza de Dios, degradándose hasta herir el ojo que osara mirarlo, puesto que la belleza que tenía quedó convertida en la cosa más abyecta para insultar la creación de Dios. Su piel se había escamado y endurecido, sus alas blancas y puras se transformaron en una delgada piel correosa y repulsiva, su boca se llenó de colmillos rebozantes de veneno y de ella salían dañinas bocanadas de fuego. Por último, Luzbel coronó su cabeza con cuernos.
Y quedó convertido en un ángel abominable. El primer dragón del universo.
Y en su nueva apariencia se presentó desafiante ante el Creador.
Y los ángeles del cielo se atemorizaron ante su presencia, pues dada la pureza de sus corazones, no podían creer cómo Luzbel, que antes había sido uno más de ellos, incluso, el mejor, ahora se había transformado en un insulto a la Creación Divina.
Y fue entonces cuando Luzbel desafió a Dios.
Y sucedió lo inconcebible: un tercio de los ángeles, un tercio de los más puros hijos de Dios dudaron ante el poder y la majestad representados en el Dragón, con esos cuernos coronando su cabeza y sus duras escamas como armas y la fiereza de sus garras y el fuego de su garganta.
Y ya fuera por miedo, devoción o duda, un tercio de los ángeles fueron arrastrados a su cola para servir al rebelde, tal como antes lo habían hecho con Dios.
Un tercio de los ángeles de Dios se convirtieron en ángeles de tinieblas. Y la luz de Dios que había en ellos comenzó a apagarse y se llamaron a sí mismos "demonios".
Y aquel que había sido el más hermoso de entre los ángeles tomó el nombre de Diablo.
Entonces Dios habló y dijo:
-Sólo eres un imitador puesto que no tienes verdadero poder, ya que todas las cosas que hay en el universo a mí deben su existencia. Yo soy la Verdad y la Luz.
Entonces el Diablo, comprendiendo que las palabras de Dios encerraban la más pura verdad, se llenó de más odio y más envidia aún que antes. Y esos sentimientos contagiaron a sus demonios, quienes, ante una seña del Maligno, se lanzaron contra los hijos de Dios.
Y la luz y la oscuridad comenzaron a batallar en una guerra sin cuartel, que se extendió hasta la infinidad del tiempo y los confines del espacio.
Y hubo un arcángel de Dios que al ver lo que sucedía tomó la espada de la justicia y se interpuso delante del Diablo-Dragón haciéndole frente con su fe, coraje y lealtad.
Y ante las miradas estupefactas del Diablo-Dragón y de sus demonios profirió un grito de guerra:
-¿Quién como Dios?
Fue así como el arcángel de luz que enfrentó a la oscuridad recibió el nombre de Miguel (Mikael), que significa "¿Quién como Dios?".
Y se lanzó a la batalla para arrojar al Diablo-Dragón y a sus demonios del cielo, del lugar sagrado que ya no podían seguir compartiendo los leales con los rivales de Dios.
Y la fe y la lealtad de Miguel brillaron en su ser como una armadura de luz. Y él esgrimió la espada de la justicia con firmeza, pues la fuerza de Dios lo sostenía.
Y la luz de la lealtad de Miguel fue tan brillante que alcanzó a tocar los corazones de otros ángeles que aún dudaban o temían a las huestes de la oscuridad, y también ellos, con resuelto honor, se lanzaron feroces a la batalla, pues comprendieron que sólo la gracia de Dios era la única y verdadera.
Y el Diablo-Dragón arrojó sus fuegos contra Miguel para dañarlo, para doblegarlo a su voluntad, pero la de Miguel era inquebrantable. Y los fuegos diabólicos no hicieron mella en él, puesto que la armadura de la lealtad a Dios lo protegía.
Y los dos ejércitos celestiales pelearon en todos los infinitos rincones del universo, hasta que el Diablo-Dragón y sus demonios fueron cercados por los ángeles de Dios.
Y fue en ese momento cuando Dios les manifestó a sus huestes uno de sus designios inescrutables: Luzbel y sus demonios, que no podían ser exterminados, debían ser encerrados.
Y fue así como la tierra se abrió hasta sus honduras y dejó al descubierto el infierno ardiente de sus entrañas, donde la lava bullía con la misma intensidad que el odio que habitaba en el corazón negro del Diablo-Dragón.
Y entonces Miguel, junto con los demás ángeles de luz de Dios, arrojaron al Diablo-Dragón y a todos los demonios a las entrañas de la tierra y allí fueron encerrados hasta el día del juicio Final.

Y así hoy, cuando los hombres sentimos la presencia del mal en nuestra vida y en el mundo, cuando la oscuridad de los demonios azota nuestras almas, cuando el Diablo-Dragón llena nuestra vista y nuestros oídos con mentiras, nuestro cuerpo con enfermedades y guerras, nuestro corazón con miedo y angustia, podemos implorar a Dios. Y Él nos enviará a su ejército de ángeles y arcángeles -como Miguel, para hacer justicia con las luminosas armas de la Fe, la Esperanza, el Amor y la Verdad.

0.178.4 Anonimo (biblico) - 016


Marduk contra el dragón tiamat

Seis antiquísimas tablillas, que contienen aproximadamente unos ciento cuarenta versículos, nos relatan la historia de la creación del mundo, según la cultura babilónica, es decir, la que se desarrolló en Caldea, en la baja Mesopotamia, región delimitada por los ríos Éufrates y Tigris.
Este poema de la creación recibe el nombre de Enuma Elish y se cree que fue escrito entre los siglos XIV y XVI antes de Nuestra Era.
En el principio, según estas tablillas, existían dos dioses: Apsu, que dominaba el agua y los abismos de la tierra, y Tiamat, una poderosa dragona que habitaba en el fondo del mar y poseía una fuerza incontenible.
Juntos se unieron como si fueran uno solo y engendraron a muchos dioses, entre ellos a Lahmu y Lahamu, luego a Anshar y Kishar, que superaron a los primeros.
Anshar engendró entonces a Anu, y Anu a Nudimmud.
Nudimmud era más fuerte, incluso, que su abuelo Anshar, y comenzó a vagar por el universo como si fuera el soberano de todos los dioses.
Apsu estaba enojado, pues no soportaba la conducta de sus hijos ni de los hijos de sus hijos, y se reunió con Tiamat para proponerle la destrucción de toda su descendencia.
A lo que la gran dragona le respondió:
-¿Crees que destruiré lo que ambos hemos creado?
Y entonces se distanciaron por mucho tiempo.
Pero Ea, el astuto, supo lo que Apsu tramaba y, acercándose a él, le arrojó un poderoso hechizo que lo sumió en un sueño profundo. Y cuando el gran dios estuvo completamente dormido, lo mató.
Pero en el corazón de Apsu un nuevo y poderoso dios fue engendrado. Su nombre era Marduk.
Tiamat, entonces -ya desde hacía tiempo sin la compañía de su consorte divino- se abrió las entrañas y dejó salir toda clase de criaturas horripilantes, monstruos y seres deformes que comenzaron a esparcirse por el mundo. La diosa madre se vengó, de este modo, enviando a sus hijos más poderosos y terribles a generar el caos. Una gran cantidad de monstruos comenzaron a atacar a los dioses, y éstos habrían encontrado su fin, si no hubiera sido por la decidida acción de Marduk.
En efecto, éste se presentó ante los dioses y les dijo que él se encargaría de destruir a todos los monstruos, si, a cambio, le entregaban el reinado del mundo.
Los dioses, a su vez, le propusieron una prueba para ver si era digno de tal poder. Le encomendaron que lograra sortear una constelación entera del cielo, entre ellos y Marduk.
El joven dios, entonces, habló y la constelación desapareció ante los ojos de todos los presentes, llegó hasta los dioses y él volvió a hablar y la constelación volvió a hacerse.
Los dioses, azorados, le entregaron el título de rey y Marduk se lanzó a combatir ese ejército de monstruos enviados por Tiamat.
Y así fue como, poco a poco, los fue destruyendo uno a uno. El nuevo rey montaba su carro, mientras utilizaba su maza y sus flechas mágicas que nunca erraban el blanco.
Mató a todos los monstruos hasta que sólo quedó viva Tiamat, la terrible dragona, cuyo poder era muy superior al de todos sus hijos juntos.
Grande fue el enfrentamiento entre Tiamat y Marduk, que conducía el carro de la tormenta. Combatieron por muchos días.
Él le arrojó todas las flechas que poseía, pero el cuerpo escamado de la diosa dragona soportaba el dolor de las heridas y trataba de apresarlo con sus anillos mientras le arrojaba fuego por sus fauces.
Entonces, Marduk le arrojó, a su vez, una red y la ató a los cuatro vientos. Pero la bestia le arrojó chorros de ponzoña desde sus entrañas. El héroe no cayó ante aquel ataque porque llevaba, entre sus ropas, una planta que lo hacía inmune al veneno y, siempre montado en su carro, comenzó a golpear a la terrible dragona con su maza.
Pero Tiamat era fuerte y seguía pegando sus terribles coletazos que hacían temblar la tierra. En un descuido de su contrincante, con un golpe feroz, arrojó a éste fuera del carro. Sin embargo, cuando Tiamat abrió la boca para devorarlo, Marduk le arrojó una flecha que le atravesó la garganta, le llegó al corazón y le desgarró las entrañas.
Tiamat cayó al suelo derrotada y Marduk le destrozó el cráneo con un golpe de su maza y luego partió el cuerpo de la dragona por la mitad. Una parte se transformó en la tierra y la otra en el cielo.
La sangre de Tiamat, que no dejaba de manar, corrió por la tierra y pronto cobró vida, muchas vidas... Es lo que hoy se conoce como la raza de los hombres.

0.177.4 Anonimo (babilonia) - 016

Thor y el dragón midgard

Cuenta el mito que un día Thor, dios del rayo, del trueno y del relámpago, el más fuerte, valiente y ágil de los dioses escandinavos, hijo de Odín -el Zeus nórdico, creador de todas las cosas- y hermano del malvado Loki, vivió una aventura extraordinaria junto con su amigo gigante llamado Hymir, amo de las regiones árticas.
En esa oportunidad el poderoso Thor, acompañado por su amigo Tyr, había llegado, por primera vez, hasta la morada del gigante Hymir, que lo recibió con la mayor hospitalidad y lo invitó a compartir una opípara comida. Dado que los tres eran de muy buen comer y beber, se dieron un gran festín y se devoraron completos dos de los tres bueyes asados que habían sido servidos como plato principal. Al terminar tan brutal comilona, el gigante Hymir se quejó:
-Ya no tenemos qué comer, la despensa está completamente vacía, ¡vayamos a pescar!
El agasajado Thor, ante la invitación del gigante, no pudo menos que aceptar y decidió subirse a su gran embarcación. Los dos juntos, entonces, emprendieron un azaroso viaje por alta mar, siempre navegando hacia el norte mientras Tyr los miraba alejarse.
Luego de varios días de viaje el gigante detuvo la embarcación y dijo:
-Éste es un buen lugar para pescar.
Y sin decir ni una palabra más arrojó un anzuelo atado a un sedal a las gélidas aguas del Mar del Norte.
El poderoso Thor iba a hacer lo mismo pero se dio cuenta de que no tenía carnada; entonces, buscó con su mirada de ojos azules algo que le sirviera como sebo y decidió utilizar la cabeza del buey que había sobrado.
Al principio no ocurrió nada, pero de pronto el gigante Hymir sacó una gigantesca criatura, rica en carnes, y la depositó en cubierta.
-¡He pescado una ballena! -se jactó el gigante ante Thor, quien todavía no había sacado ninguna presa, y volvió a echar el sedal en las frías aguas, que se movían apacibles y con su ritmo natural.
El viento acariciaba los cabellos rubios del héroe, que permanecía, a su vez, a la espera ansiosa de la pesca.
De pronto, un nuevo tirón por parte del gigante Hymir sacudió el barco. Thor se dio vuelta y vio que su amigo depositaba otra ballena sobre la cubierta de la embarcación.
-¡Qué bien se pesca en este lugar! -exclamó el gigante burlándose del hijo de Odín.
El poderoso Thor, algo molesto, volvió a concentrar su mirada en las gélidas aguas del Mar del Norte, cuando, de pronto, algo mordió el anzuelo que sostenía y comenzó a tirar hacia abajo con una fuerza sorprendente. Sin perder ni un solo momento más, el dios se enrolló el sedal entre sus grandes y fuertes manos y tiró hacia arriba con todo su vigor. Por un instante pareció que la pesca iba a salir, pero el sedal volvió a hundirse y Thor, a pesar de todo su poder y su magnífica corpulencia, casi fue arrojado de la embarcación.
Hymir, ante tanto movimiento, sintió curiosidad, decidió abandonar su pesca y se acercó a ver lo que ocurría. Al aproximarse, vio que Thor colocaba los dos pies contra el borde de la embarcación de madera y comenzaba a tirar con todas sus fuerzas.
Poco a poco, el sedal fue emergiendo de la superficie de las aguas. Pero, repentinamente, volvió a hundirse con fuerza, y si no hubiera sido por el gigante Hymir, que sujetó a Thor entre sus enormes brazos, éste habría caído de cabeza en el mar.
Una vez repuestos los dos amigos y ya en equilibrio sus poderosos cuerpos, ambos comenzaron a trabajar para extraer a la superficie esa criatura que los había sorprendido por su tamaña fuerza y resistencia.
Mientras tensaba los duros músculos de sus piernas y brazos para pescar a la criatura -todavía invisible, Thor dijo:
-Cuando saque este pez del agua, cortaré su cabeza y me la llevaré a Thrúdvangar, mi reino, y elegiré alguno de mis quinientos cuarenta aposentos de Bilskirnir, mi palacio, para exhibirla en una de sus paredes, y así podré contemplarla cada vez que me plazca y recordar siempre este glorioso día.
No bien había terminado de decir esas palabras, empezó a emerger de las aguas un monstruo en forma de enorme serpiente: un dragón marino. De su gran boca poblada de colmillos como púas pendía el hilo de pesca.
Hymir no perdió tiempo y, empuñando una daga, cortó el sedal rápidamente; entonces, el gran Thor cayó al suelo de la embarcación.
Pero el dragón no volvió a hundirse (que era lo que el gigante Hymir esperaba); por el contrario, rebosante de ira le clavó a Thor su penetrante mirada, capaz de helar la sangre del cuerpo de cualquier mortal; pero el dios resistió y logró sostenérsela por unos momentos con sus ojos flamígeros. De inmediato el dragón le arrojó una nube de veneno. En cuanto el dios del rayo sintió la ponzoña en sus pulmones, aguantó la respiración y, con su mano cubierta por el mágico guante llamado larn Greiper, hizo uso de su poderoso martillo llamado Myolnir1 y lo descargó con furia sobre la inmunda cabeza de la criatura.
El gigante Hymir observó toda la pelea sujetando sus deseos de intervenir, pero no se atrevió a hacerlo pues el dios del rayo, del trueno y del relámpago se había transformado en un coloso de ira: el color rojo de su cabello estaba exacerbado como el cielo que anuncia la tormenta, de sus ojos se desprendían rayos fulminantes y de su barba brotaban chispas como las de piedras de pedernal.
El dragón, retorcido de dolor ante el golpe del martillo y con su gigantesco cuerpo estremeciéndose sin cesar, intentó envolver al héroe con sus anillos, pero los furiosos golpes del hijo de Odín se lo impidieron.
Thor redobló sus fuerzas activando su cinturón mágico llamado Megin Giórd, que también podía hacerlo invisible; sin embargo, no usó esta propiedad pues deseaba enfrentarse con la bestia cuerpo a cuerpo.
El gigante Hymir, quien ya había reconocido al dragón, le gritó:
-Amigo, ¡cuidado! ¡Te estás enfrentando con la terrible Midgard!2
En efecto, aquel monstruo también era llamado "La Serpiente del Mundo", que vivía en el fondo del mar y provocaba grandes catástrofes destruyendo diques y asolando los campos cultivados y haciendo temblar la tierra y agitando las aguas.
A lo que el hijo de Odín le respondió en un rugido:
-¡Nada ni nadie podrá detener la furia de Thor!
Y al terminar de decir estas palabras asestó sobre la inmunda cabeza del dragón un terrible golpe de martillo que lo derrotó por completo y lo hizo hundirse en las gélidas aguas del Mar del Norte.
Thor sonrió satisfecho y, junto con su amigo gigante, emprendieron el viaje de regreso.
Desde ese día, el dios del rayo, del trueno y del relámpago vivió muchas otras aventuras, pero en ninguna de ellas volvió a enfrentarse al maléfico dragón.
A su vez -y a pesar de los terribles golpes que había recibido, Midgard se había hundido en el mar pero no había muerto. El dragón sólo había sido derrotado y esperaba el momento de su venganza...
Y el momento llegó, ya que mucho tiempo después de ese primer encuentro entre Thor y el dragón, se desató una terrible y apocalíptica batalla que tuvo el nombre de Ragnarok, aunque también fue llamada "El Ocaso de los Dioses".
El malvado Loki -también hijo de Odín y hermano de Thor- reunió a los gigantes y monstruos del mundo. El gran lobo llamado Fenris3 logró romper la cadena que lo tenía sujeto y se unió al ejército.
Odín escuchó el llamado de la batalla y convocó a todos los otros dioses, y con ellos emprendió el camino a través del Arco Iris para enfrentarse a los espantosos enemigos.
Ya en plena lucha, Odín se enfrentó con el gran lobo Fenris. El siniestro Loki, con el gran Heimdal. El poderoso guerrero Tyr, con Garm, el perro de los infiernos.
Thor, por su parte, montó su carro de combate tirado por dos carneros barbudos, uno llamado Tanngnjóst y el otro Tanngrisnir, y se lanzó a la batalla. (El ruido que hacían sus ruedas al avanzar era como el del trueno.) Armado con su poderoso cinturón mágico, su guante y su martillo, enfrentó a gigante tras gigante y monstruo tras monstruo. Luego abandonó su carro, pues le impedía acercarse a sus enemigos cuerpo a cuerpo, avanzó a pie y continuó peleando, hundiendo cráneos y destrozando los cuerpos de aquellos que habían decidido enfrentarlo. Era terrible ver la furia de sus ojos, que despedían rayos y relámpagos, con los que también mataba a sus contrincantes.
Por su parte, el terrible dragón Midgard no había olvidado su enfrentamiento anterior ante el poderoso hijo de Odín y no dejó pasar la oportunidad de cobrarse su venganza. Entonces, emergió de pronto de las entrañas del mar y envolvió con su cuerpo a Thor, apretándolo con sus anillos, estrangulándolo cada vez más y contrayendo todo su cuerpo con tal fuerza que hizo temblar la tierra.
El héroe activó su cinturón mágico, que le redoblaba las fuerzas, y con su mano enguantada tomó su invencible martillo. Midgard lo apretó con más fuerza aún pues sabia que, si Thor lograba blandir su arma mágica, estaría perdido.
Pero el dios del trueno apretó los dientes, y de sus ojos y de su barba empezaron a brotar chispas y relámpagos que caían sobre los anillos del dragón, que aún lo mantenía sujeto. Pero el monstruo no tenía intenciones de aflojar la presión.
Poco a poco el poderoso Thor comenzó a sacar su martillo de entre los anillos de la bestia que lo mantenían sujeto, y ésta, al ver que su fin estaba próximo, abrió sus gigantescas fauces y le escupió en la cara todo el veneno que tenía en su cuerpo hasta agotarse.
Pero el héroe resistió y, haciendo un último esfuerzo, por fin pudo liberar la mano que tenía el arma divina y le asestó con ella un golpe mortal a la cabeza de la serpiente, que no pudo más que aflojar la presión que ejercía sobre Thor. El hijo de Odín avanzó sobre el dragón y volvió a enarbolar su martillo, pero el maléfico ser fue más rápido y hundió sus aguzados colmillos rebosantes de veneno en el hombro del bravo contrincante.
Thor, soportando un inmenso dolor, volvió a descargar su martillo con furia y con tan terrible golpe que hizo estremecer toda la tierra y a su vez, hundió la cabeza del dragón dentro del propio cuerpo de éste, que terminó cayendo fláccido cuan largo era.
Sin embargo, habiendo acabado de matar al feroz enemigo en bravo combate, Thor, el más fuerte, valiente y ágil de los dioses escandinavos, mortalmente herido, caminó nueve pasos y cayó muerto.

0.122.4 anonimo (noruega) - 016

1 El martillo, que a veces toma la forma de hacha o de una maza, también recibe los nombres, entre otros, de Miölnir, Thrudhamar y El Triturador.
2 El dragón también recibe los nombres, entre otros, de Midgards-chlange, Weltschlange, Midgardsorm, Midgardsworm y Jormungandr.
3 También recibe el nombre de Fenrir.

Jasón, medea, y el dragón de la cólquida

Jasón era hijo de Esón1 y Alcimedea. Siendo todavía un niño de pecho, murió su padre, y Pelias, el hermano de Esón, ocupó el trono. Su madre hizo que lo criara, secretamente, el centauro Quirón, quien, con el correr de los años, lo fue entrenando en todas las artes del combate.
Llegado a la edad adulta, Jasón regresó a su reino a reclamar el trono. Y se presentó con una lanza en cada mano y una sola sandalia.
Pelias se hallaba realizando un ritual y el corazón se le paralizó cuando lo vio, pues el oráculo lo había advertido del hombre con una sola sandalia.
Jasón reclamó el trono, pero Pelias -astuto como pocos- lo persuadió de que acometiese la conquista del famoso vellocino de oro (que poseía propiedades mágicas: aseguraba la salud, la felicidad y la prosperidad), pensando que, dado lo difícil de la empresa, no regresaría con vida.
La historia acerca del vellocino refiere que Frixo y su hermana Hele, hijos del rey de Beocia, habían tenido que huir de su malvada madrastra y escaparon montando un carnero, cuya piel era completamente de oro puro y que había sido regalado por el dios Hermes. Pero en el medio del viaje Hele cayó al agua y no se supo más de ella.
Frixo llegó al reino llamado Cólquida, junto al Mar Negro, muy lejos de Grecia. Allí lo recibió el rey Eetes,2 le dio la bienvenida y le entregó en matrimonio a su hija mayor llamada Calsíope. Frixo, muy contento, sacrificó el carnero a los dioses y le entregó la piel de oro, el vellón, al rey Eetes.
El viejo monarca, temeroso de que alguien alguna vez pudiera quitársela, la colgó de una rama del árbol más alto del bosque, un roble consagrado al dios Ares, y dejó en custodia un poderoso dragón que jamás dormía.
Por lo tanto, Jasón, habiendo aceptado ya con verdadero entusiasmo la propuesta de Pelias, mandó construir el barco más fuerte que jamás se hubiera visto en todo el mundo conocido.
Nació, entonces, el Argos, un barco indestructible de cincuenta remos hecho con madera de Pelión, aunque la pieza de proa era de encina procedente de Dodona, del bosque consagrado al dios Zeus. Esta pieza fue proporcionada por la diosa Atenea y tenía el don de la palabra y de la profecía.
Pero el Argos necesitaba tripulación y entonces fueron convocados los más grandes héroes de Grecia. En aquella empresa se embarcaron: Hércules, Calais, Cetes, Castor, Pólux, Idmón, Idas, Linceo, Heracles y Tifis, entre muchos otros.
Todos estos grandes guerreros fueron llamados, entonces, "argonautas", los tripulantes del Argos.
Luego de correr muchas aventuras, en las que algunos de los argonautas dejaban la nave para seguir su propio destino, Jasón llegó a las tierras de Cólquida.
El rey Eetes le dio la bienvenida y Jasón le dijo, sin rodeos, que había llegado a esas tierras para llevarse el vellcino de oro, pues pertenecía a Grecia.
El monarca no quería entregar tan preciado tesoro, pero no le negó el pedido; sin embargo, lo impuso de la dura prueba que debía pasar para hacerse con aquella piel dorada y mágica.
-Deberás atar los toros de cascos de cobre y que exhalan fuego por la boca, un regalo del dios Hefesto, y les pondrás el yugo.
Una vez que estén listos deberás arar este campo -dijo el rey mostrando una gran extensión de terreno- y plantar las semillas que te daré.
Todos comieron y bebieron y se retiraron a descansar.
Pero en la quietud de la noche una figura hermosa se acercó a Jasón, éste despertó y ella le puso un dedo en los labios.
El argonauta quedó impresionado ante tan bella mujer, que tenía los ojos dorados como el mismo sol y cuyos cabellos caían en cascada con el mismo brillo que sus ojos.
La muchacha no era otra que Medea, otra hija del rey Eetes, que había caído presa de amor por Jasón en cuanto lo vio y, por supuesto, no deseaba que muriera. Ella había sido entrenada en las artes de la magia por Hécate y tenía una solución para cada problema que planteaba la prueba; sin embargo, antes de revelarle esas soluciones, le hizo prometer a Jasón que la haría su esposa y que la llevaría a Grecia. Él se lo prometió.
-No dudo de tu fuerza, Jasón, y podrás ponerle el yugo a esos toros, pero el fuego te calcinará, a menos que uses este ungüento clue yo misma preparé.
Y sin decir más le pasó el filtro por todo su cucrho, sin descuidar ni un solo lugar de su piel.
Luego Medea agregó:
-Las semillas que te dará mi padre no son lo que parecen, sino que son dientes del dragón de Tebas, y en cuanto termines de "cmbrar, de cada diente surgirá un guerrero armado. Deberás arrojar una piedra entre ellos para que se peleen, pues son muy belicosos y pelearán por cualquier tontería y no repararán en ti.
Jasón agradeció a la bella muchacha y al día siguiente se pre,cntó ante el rey Eetes.
La prueba comenzó y el joven héroe se internó en las pasturas buscando los terribles toros. De pronto sintió que el suelo temblaba ante los cascos de bronce y, al darse vuelta, vio al toro más grande que jamás había visto, que tenía los ojos enardecidos de furia y arrojaba fuego por su boca.
Jasón, inmune al fuego gracias al ungüento de Medea, tomó el toro por las astas y lo obligó a hincarse por la fuerza, pero cuando lo estaba logrando sintió otro resoplido. Se volvió sin soltar al primer toro y vio al segundo, tan grande como el primero, que cargaba contra él, también expulsando fuego por su boca.
El argonauta aguardó sin temer, y cuando el toro iba a atravesarlo con sus cuernos, giró, y lo atrapó. Y así terminó sujetando los dos toros por los cuernos, uno en cada mano.
Una vez sometidos, ponerles el yugo no le causó ninguna dificultad, y luego Jasón comenzó a arar la tierra y a arrojar las extrañas semillas en los surcos recién abiertos. Al finalizar su tarea, se paró cerca de una piedra, pues sabía que los dientes de dragón "germinarían" de un momento a otro.
La escena fue aterradora, pues de la nada, de las mismas entrañas de la tierra, surgieron unos horribles guerreros cadavéricos, que portaban armaduras, escudos y armas.
Jasón no perdió tiempo y arrojó una piedra entre ellos.
Los guerreros se volvieron con sed de sangre y comenzaron a pelear por la piedra. Y a medida que se golpeaban y sus cuerpos se destrozaban, el número de ellos iba disminuyendo hasta que sólo quedó uno, al que Jasón atravesó con su lanza sin perder tiempo.
Después de tamaña hazaña, Jasón y los argonautas comieron, bebieron y se fueron a descansar.
Pero nuevamente Medea entró en el aposento donde dormía Jasón, lo despertó y le dijo:
-He oído en secreto las conversaciones de mi padre con sus hombres de confianza; planea matarte y también a todos tus compañeros e incendiará el Argos.
-¡Pelearemos! -dijo Jasón furioso.
-¡No!, debemos irnos ahora mismo.
-No me iré sin aquello que he venido a buscar. No me iré sin el vellocino de oro.
-Ven conmigo al bosque y juntos lo tomaremos.
Jasón despertó a los argonautas y les dio la orden de preparar el barco en secreto.
En el medio de la noche, Jasón y Medea corrieron por el espeso bosque en busca del vellocino de oro.
De pronto lo vieron, colgado y clavado a un roble muy alto. La plateada luz de la luna brillaba sobre el vellocino haciendo refulgir su color dorado.
Pero cuando Jasón se disponía a trepar al árbol escucharon un silbido que les erizó la piel. Allí, en la oscuridad de la noche, un par de ojos rojos como carbones encendidos comenzó a acercarse a ellos.
Y, sorprendentemente, Medea comenzó a cantar.
Jasón miraba a la hermosa mujer y no podía creer los efectos de su canto, pues el inmenso y terrible dragón amainó sus movimientos y, poco a poco, empezó a quedarse dormido.
Jasón aprovechó la oportunidad y comenzó a treparse por aquel árbol para rescatar el vellocino de oro.
El dragón hizo un intento para romper el hechizo, entonces Medea se le acercó y le hizo aspirar una pócima que llevaba en un pequeño frasco.
Jasón seguía trepando y casi podía tocar el vellocino.
El dragón volvió a hacer fuerza y estiró las patas.
Entonces Medea tomó una rama de enebro y, pronunciando un sortilegio, tocó la cabeza del dragón y éste se derrumbó en un profundo sueño.
Jasón bajó del árbol con la preciada piel y ambos corrieron al Argos que ya estaba preparado para partir.

1 Algunas versiones lo nombran Eesón y también Aesón.
2 Algunas versiones lo mencionan como Ectes y también Aetes.

0.060.4 anonimo (grecia y roma) - 016

Hércules contra la hidra de lerna

El poderoso Hércules -nombre latino de Heracles- era hijo de Zeus, el dios supremo del Olimpo, y de una hermosa mortal llamada Alcmena, que estaba ya casada con Anfitrión. Estando éste ausente y luchando, Zeus tomó su forma para seducir a Alcmena; de esta manera se engendró al héroe. Anfitrión aceptó de buen grado a Hércules, a pesar de que no era hijo suyo, pues lo consideraba un regalo de los dioses. Pero la diosa Hera, esposa de Zeus, ardía de celos por el hijo que éste había tenido con una mortal.
Ya desde su tierna infancia Hércules demostró su poderosa fuerza aniquilando con sus pequeñas manos dos serpientes enviadas por la diosa Hera para matarlo.
Transcurrido el tiempo, el medio hermano de Hércules, llamado Euristeo, asumió el trono de Micenas ayudado por las artimañas de la diosa Hera, cuyo odio por Hércules no había menguado en absoluto. Así fue que el rey Euristeo, por orden de Hera, pero también porque él lo odiaba con toda la furia de su negro corazón y deseaba que cayera muerto, le encargó a Hércules realizar doce trabajos imposibles, que el héroe, desde luego, llevó a cabo con éxito.
Capturar ciervos y jabalíes salvajes, desviar ríos, combatir contra leones... Todos los trabajos fueron difíciles, pero según cuenta el mito, el más difícil fue el de dar muerte a la famosa Hidra de Lerna.
La Hidra de Lerna era un terrible dragón que habitaba en una cueva próxima a una ciénaga, un apestoso pantano nauseabundo que se encontraba cerca del río Amimona.
El poderoso Hércules llegó al inmundo lugar y prendió un fuego para poder encender las flechas con las que obligaría a salir de su cueva a esa bestia que venía cometiendo toda clase de atrocidades desde tiempo inmemorial.
Cuando la Hidra salió de su habitáculo, Hércules no podía creer lo que veían sus ojos, pues por momentos la asquerosa criatura tenía siete cabezas, después nueve, luego como cincuenta...
Al ver a Hércules, el dragón aulló con todas sus cabezas y se lanzó sobre él para destruirlo enseguida.
El forzudo hijo de Zeus sabía que la sangre del maléfico dragón podía matarlo con el solo contacto sobre su piel, pero eso no lo atemorizó y, tensando su arco, le disparó varias flechas, pero las aguzadas puntas resbalaban por la piel viscosa del monstruo, sin herirlo. Entonces se lanzó al ataque golpeándolo con su imponente maza, pero tampoco ésta hizo mella en él. Le quedaba probar con la espada. Y Hércules empezó a cercenar con ella las cabezas de la Hidra. Grande fue su sorpresa cuando vio que arrancaba una cabeza y del lugar del corte surgían dos nuevas, y a medida que iba pasando el tiempo, en lugar de vencer a la bestia, la estaba haciendo más fuerte y terrible.
La Hidra de Lerna le arrojaba nubes de veneno que salían en forma de vapor tanto de sus fauces como de sus fosas nasales.
Pronto Hércules empezó a cansarse y a darse cuenta de que sus esfuerzos resultaban infructuosos, por lo que decidió retirarse hacia el lugar donde había encendido el fuego para prender las flechas que le había arrojado al principio. Allí, entre las llamas, colocó su maza de hierro y la dejó hasta que se volviera roja como la sangre.
Entonces volvió a atacar al dragón con renovadas fuerzas, pero esta vez, luego de arrancar cada una de las cabezas, cauterizaba el cuello con la maza caliente; de esta forma, evitaba que por las heridas brotara una nueva cabeza.
La Hidra de Lerna sintió que su fin estaba próximo y atacó a Hércules con todo el poder que aún le quedaba, pero el hijo de Zeus no se dejó amedrentar y continuó con su labor de cortar y cauterizar, hasta que finalmente a la bestia sólo le quedó una cabeza, la del medio.
Hércules había escuchado algunas versiones que decían que la cabeza del medio, la más importante, era inmortal. Desenfundó entonces su espada de oro y la cortó de un solo golpe.
La última cabeza rebotó sobre el terreno viscoso y nauseabundo del pantano. Aún seguía viva, pues sus ojos se movían y de su boca surgía una lengua bífida.
Hércules se apuró en cauterizar la última herida del cuello del dragón y luego cavó un profundo pozo. Después, se dirigió con aire triunfal hacia la cabeza, que aún permanecía en el suelo y lo miraba con odio y furia a través de sus ojos de serpiente monstruosa.
El héroe levantó la cabeza y la arrojó a lo profundo del pozo, luego lo rellenó y colocó sobre él una gigantesca piedra que nadie más que él podría mover.
Y ése fue el fin del terrible dragón llamado Hidra de Lerna. El más terrible de los doce arduos trabajos encomendados a Hércules.

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Perseo y el dragón

Cefeo era un monarca que reinaba en la misteriosa tierra de Etiopía y tenía por esposa a la bella Casiopea y una her­mosa hija, ya en edad de casarse, llamada Andrómeda.
Casiopea, que era muy vanidosa, solía jactarse de su belleza y de la de su hija. Pero cierta vez fue demasiado lejos: se atrevió a de­cir públicamente que Andrómeda era mucho más hermosa que las Nereidas, las ninfas de las aguas. Y eso era algo que ninguna mujer podía pronunciar sin recibir un castigo terrible de Poseidón, el po­deroso dios griego de los mares. Y éste se vengó, en Andrómeda, de la osadía de Casiopea, pues condenó a la joven a ser atada a una ro­ca para ser devorada viva por un monstruo marino. Esta condena cra inapelable y, si no se cumplía, todo el reino sería destruido.
Entonces la inocente Andrómeda fue cubierta con las joyas inás exquisitas del reino, llevada a la orilla del mar y atada a una roca. Atravesada de angustia y llena de terror, quedó a la espera de su trágico e injusto final. Cefeo y Casiopea se encerraron en su palacio para no ver el sufrimiento de su amadísima hija. A su vez, i mplacables emisarios de Poseidón permanecieron en la orilla pa­ra testificar cómo se cumplía la sentencia. Pero apareció Perseo y cl atroz castigo del dios del mar no habría de infligirse.
En efecto, Perseo, hijo del dios de los dioses, Zeus, y de una hermosa mujer mortal llamada Dánae, hija del rey de Argos, acababa de petrificar al gigante Atlas con la cabeza de la monstruosa Medusa, a la que previamente había decapitado él mismo, y venía volando montado en su caballo Pegaso. Luego de pasar por el jar­dín de las Hespérides, atravesó un largo desierto y desde las altu­ras vio las torres de una ciudad junto al mar. Decidió, entonces, bajar a tierra para que tanto él como su alado y blanco caballo pu­dieran descansar Un rato. Y cuando ya estaba cerca de la orilla, vio, horrorizado, el cuerpo desnudo y hermoso de una muchacha -que parecía desmayada- atada a una gran roca negra.
Por la calidad y cantidad de joyas que cubrían el cuerpo de la joven, Perseo comprendió que debía de ser hija del amo del lugar y, de inmediato, montó su caballo y se dirigió hacia el palacio que se divisaba no lejos de allí y, en cuanto desensilló, pidió hablar con el rey.
Cefeo, con cara transida de dolor, aceptó recibir al forastero. Éste se presentó y enseguida le preguntó:
-¿Por qué hay una muchacha desnuda atada a una roca?
-Esa joven es mi hija, la bella Andrómeda, y la he tenido que entregar en sacrificio y por castigo divino a un maléfico dragón. Este monstruo, que aparecerá de un momento a otro, devorará a mi hija o, de lo contrario, arrasará a todo mi reino.
-Si mato al dragón... ¿me concederás la mano de tu hija?
-Si matas al dragón, te entregaré a mi hija de buen grado.
Sin perder ni un solo momento más, Perseo montó sobre su brioso Pegaso y partió volando hacia los arrecifes.
Al llegar junto a la bella muchacha se quedó unos instantes embelesado por el armonioso contorno de su cuerpo.
-¡Andrómeda, Andrómeda...! -le gritó desde su caballo, has­ta que la joven entreabrió los ojos: Soy Perseo, hijo de Zeus. No temas. Mataré al monstruo antes de que se te acerque y vendré a rescatarte.
Pero en ese momento surgió de las aguas una criatura tan ho­rrenda como jamás el héroe había visto en su vida, que clavándo­le sus ojos rojos y terribles, se lanzó al ataque con una dentellada feroz.
Perseo animó a Pegaso y éste pronto esquivó esa primera bru­tal acometida del dragón. El desafiante guerrero se dio cuenta de que el monstruo era más grande de lo que esperaba y que sólo con la fuerza de sus brazos no sería suficiente para vencerlo. Así es que invocó la protección de una diosa:
-¡Atenea, ayúdame a matar a este dragón!
Y sin esperar respuesta voló rápidamente para esquivar las dentelladas y los golpes de cola de la horrible bestia acuática.
Era tan continuos y feroces los ataques del dragón, que Per­seo, entonces, activó su casco de la invisibilidad (que había obte­nido de la diosa Hera) y comenzó a arrojar sus flechas mágicas al cuerpo anillado del monstruo. Todas las flechas que disparaba da­ban en el blanco; sin embargo, el dragón era tan enorme y resis­tente, que no lograban hacerle demasiado daño.
El héroe, entonces -y siempre con su casco de la invisibiliclad puesto, desenfundó su hoz dorada y se lanzó al ataque dando ta­jos aquí y allá. La horrible bestia daba dentelladas al aire ya que no podía ver a su atacante.
En un momento, Perseo retrocedió subiendo hasta las nubes y desde allí se lanzó con toda la fuerza de la que era capaz y logró cortar al dragón en varias partes de su monstruoso cuerpo. La sangre de la bestia comenzó a manar abundantemente y las aguas del mar se tiñeron de color escarlata.
Perseo persistió un rato más en su ataque, mientras el dragón cada vez reaccionaba con mayor lentitud. La últimas dentelladas de la bestia fueron muy débiles e ineficaces y entonces ésta se dio cuenta de que se estaba muriendo. No obstante, se volvió hacia la hermosa princesa, que aún continuaba amarrada a la roca, en un desesperado intento por cumplir su horrenda misión. Pero el hé­roe se dio cuenta y con su hoz de oro y toda su furia le cortó la Cabeza y la mitad del cuerpo que asomaba del agua.
El dragón rugió con un último grito agónico, hundiéndose en las aguas, y desapareció para siempre.
Perseo descendió con su caballo sobre los arrecifes, desmontó y se apresuró a desatar a la joven. Una vez libre, la princesa apretó su icmbloroso cuerpo contra su musculoso salvador y lo besó.
Cefeo cumplió, después, su promesa, y Perseo y Andrómeda se casaron y tuvieron varios hijos.

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miércoles, 13 de marzo de 2013

Visiones del gran protector

Cuando el zoroastrismo se consolidó, surgieron numerosas tradiciones míticas en torno a la vida de su fundador y su santidad. Cuenta la leyenda que fue elegido por el sabio dios Ahura Mazda para que extendiera su sabiduría por todo el mundo.

La leyenda de Zoroastro comenzá antes de su encarnación en la Tierra: se creía que su nacimiento y las maravillosas hazañas que llevó a cabo en nombre de Ahura Mazda sólo fueron reveladas a unos pocos elegidos antes de que naciera realmente.
Durante los primeros días, el diabólico Angra Mainyu atacó a la bondadosa y generosa creación, y asesino al primer hombre y al primer toro. El alma de este último voló hasta las alturas celestiales, donde Ahura Mazda presidía un majestuoso trono que resplandecía y cente­lleaba. El toro se quejó al sabio señor por carecer de protector y le con­cedió una visión: el alma celestial, o fravashi, del gran Zoroastro prote­gería un día al ganado y a toda la creación, lo que daría lugar a toda una nueva era, al final de la cual el demonio sería completamente destruido y el universo recuperaría la forma perfecta, tan ansiada por Ahura Mazda.
Lleno de júbilo, el toro descendió a la Tierra unu vez más, donde reveló el secreto de la llegada de Zoroastro a un príncipe iraní llamado Us.
De acuerdo con otra tradición, la luz divina de Ahura Mazda apareció en la Tierra mucho antes de que Zoroastro naciera. Una serie de santos se la entregaron al profeta para que luciera con mayor intensidad en el pecho del va­liente y honrado Zoroastro.

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Un compañero fuerte y leal

Rakhsh era el corcel más adecuado para un héroe, y su relación con el poderoso Rustam vino determinada por el destino. Juntos vivirían numerosas y peligrosas aventuras, al mismo tiempo que también encontrarían también la muerte de forma prematura.

Al igual que había ocurrido con anterioridad, cuando su padre Zal vino al mundo, el naci­miento de Rustam fue problemático. Temeroso de que Rudabeh, su esposa, pudiera morir en el parto, Zal acudió a Simurgh, que había prometido ayudarlo siempre que lo necesitara. Tras ver el dolor de Rudabeh, la gran ave aconsejó que se realizara una cesárea y ofreció una de sus curativas alas para aliviar la herida. Rustam se convirtió en un chico fuerte y robusto, y se decía que con sólo un día de vida tenía el tamaño de un niño de un año. Al poco tiempo de entrar en la madurez, fue lo bastante poderoso como para enfrentarse y matar a un elefante con su maza con cabeza de toro. Había llegado el momento de enfrentarse al mundo.
Cuando se embarcó por primera vez en una aventura como guerrero, decidió buscar un corcel que fuera lo suficiente­mente fuerte como para soportar su enorme peso, y lo bastante valiente como para enfrentarse a cualquier peligro. Para compro­bar dichas cualidades, había ideado una prueba: presionaría con su palma el lomo del corcel y entonces vería si su panza se comba­ba o no hasta el suelo. Después de recorrer Irán en busca del can­didato adecuado, ninguno de los animales examinados superó la prueba, por lo que fue en la vecina región de Turan donde por fin halló lo que estaba buscando. Allí se encontró con una extraña y alta yegua zaina a la que seguía un potro de dos años de un color similar con manchas rojizas. Le gustó el aspecto del joven ani­mal, pero cuando expre­só su interés al comercian­te, éste le advirtió que no debía codiciar la montura de otro hombre. Rustam le preguntó quién era el pro­pietario y el comerciante le contes­tó que nadie lo sabía, pero que siem­pre se le había conocido con el nombre de Rakhsh de Rustam.
El héroe advirtió que había encontrado el corcel que le estaba predestinado. Su elección quedó confirmada cuan­do, al presionar el lomo del caballo, éste permaneció firme como el acero. Al saber el nombre de su cliente, el comerciante no aceptó el dinero, pues, según él, el caballo era más valioso que todo Irán, y añadió que si de verdad era Rustam, la única forma de pagar el caballo era librando al país de los enemigos que lo acosaban e instaurando la justicia en el mundo. Rakhsh se convirtió en el leal compañero de su dueño durante un sin­fín de aventuras, hasta que ambos encontraron la muerte jun­tos a manos de un hermanastro de Rustam.

0.084.4 anonimo (persia)

La trampa tendida al rey kavus

Al igual que otros muchos soberanos antes que él, el monarca persa Kay Kavus fue víctima de su propia vanidad ante las tretas de un artesano divino (el demonio). Sin embargo, la lección que Kay Kavus aprendió no tuvo un resultado fatal, e incluso puede considerarse cómica.

conocido con el nombre de Kavi Usan en el Aves­ta, Kav Kavus fue uno de los primeros soberanos legendarios de Persia que desempeñó también un significativo papel en el Shahnameh. En tiem­pos de su reinado, los persas mantenían una épi­ca lucha con el reino vecino de Turan, si­tuado al noreste, en la actual Turquía. Bajo el intrigante Afrasiyab, los tura­nios se empeñaban en poner en peli­gro la misma existencia de Persia, pero Kavus siempre estaba dispues­to a acudir en acudir del héroe Rustam, quien una vez había res­catado al rey de las garras de un temible demonio blanco que ha­bía dejado ciego tanto al monarca como a todo su ejército.
Imprudente e impetuoso, Kavus tuvo no pocos problemas con otras divinidades en el transcurso de su reinado. Una mañana, se le acercó un dios con la apariencia de un corte­sano adulador y le dijo que, ya que era dueño señor de todo el mundo, el siguiente paso lógico debería ser rei­nar en el cielo. El rey casó en la trampa y decidió reflexionar acerca del mejor modo de subir a las nubes para imponer allí también su soberanía.
Por fin se le ocurrio una idea: ató cuatro águilas a un trono, al que él mismo se había sujetado con una correa, y colgó, de altos mástiles, por encima de las aves varias patas de ovino. Cuando las águilas comen­zaron a batir las alas para acercarse a la carne, levantaron el trono hacia las alturas, de manera que, al poco, el rey se encontraba volando en el cielo.
Pero las águilas no eran in­munes al cansancio, de modo que, cuando por fin sus fuerzas empezaron a flaquear, Kavus cayó a tierra de un golpe. Su experimen­to acabó ignominiosamente en un bosque de algún lugar del oeste de China. Fue necesario un pequeño ejército, liderado bajo las órdenes de Rustam, para encontrarlo v llevarlo de vuelta a Persia, adonde llegó alicaí­do, por lo menos por aquel entonces, y arrepentido de su vanidad y de su locura.

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La llegada de los mortales

El primer humano de la mitología iraní fue Gayomart, cuyo nombre significa «vida mortal». Su estancia en la Tierra fue breve, pero de su semen brotó una planta de la que surgió la primera pareja en poblar el mundo.

Gayomart, que fue creado con tierra, era tan ancho como alto, y aparece descrito en el Avesta como «brillante como el sol». Su esplendor atrajo la atención del malicioso Angra Mainyu, el espíritu del demonio, que lo asesi­no. Sin embargo, en el momento de morir su semen pasó a formar parte de la Tierra. Durante cuarenta años, el sol arrojó sus rayos sobre el lugar y finalmente una planta, con forma de ruibarbo bro­tó de la tierra. Con el paso del tiem­po los tallos de la planta crecieron hasta dar forma a los cuerpos y extremi­dades de un hombre y una mujer, Mashya y Mashyanag, los padres de las diez razas del género humano.
Convertidos por fin en humanos, la pareja se libero de sus raíces para vivir en la tierra. El propio Ahura Mazda intentó iluminarlos, dándoles instrucciones de que debían hacer siem­pre el bien y evitar al maligno. Sin embargo, las fuerzas de la debilidad también ejercían su influencia sobre Mashya y Mashyanag, y, para su desilusión, la primera pareja vio el mundo como un lugar dificil e inhóspito al considerarlo la creación de Angra Mainyu. Ése fue justamente el primero y el más grave de todos los pecados: negar de forma sacrílega la labor creadora de Ahura Mazda.
Mashya y Mashyanag se apartaron del camino del asha («verdad») que Ahura Mazda había diseñado para ellos. Aunque llevaron a cabo sa­crificios rituales y no rehusaron cumplir una virtuosa labor, fue­ron incapaces de escapar del maleficio arrojado sobre ellos por Angra Mainyu. Incluso perdieron su deseo de poblar el mundo por medio de la unión sexual, ya que, du­rante cincuenta años de esterilidad, no tuvieron ninguna descendencia.
Sin embargo, al mal, Mashyanag dio a luz a gemelos, pero en lugar de amar y proteger a sus vástagos, los padres los mataron y se los comieron. Por aquella época, la carne de los nidos tenía un sabor dulce, así que Ahura Mazda suprimió ese delicado sabor. Numerosos años des­pués. Mashya y Mashyanag concibieron a otros gemelos, que crecieron sanos y fuertes, y se convertirían en los padres de las tribu, de Irán y, a través de ellas, de la raza humana al completo.

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Khusrow y el pescador

Un relato de Las mil y una noches cuenta cómo un humilde pescador reunió todo su ingenio para aprovecharse de la legendaria generosidad del rey Khusrow. Sin embargo, al proceder de esa manera, provocó la ira de Shirin, la pendenciera esposa del soberano.

El pescador llevó a palacio un pescado enorme que había capturado ese mis­mo día con la esperanza de que Khnsrow le diera 4.000 dracmas por él, y el monarca aceptó. Impresionada, Shirin objetó que se trataba de demasiado dinero y que sus cortesanos se quejarían con razón por recibir menos que un pescador. khusrow entendió su punto de vista, pero insistió en que ya había dado su palabra, por lo que Shirin le insto a buscar la manera de rechazar el pescado.
-Pregúntale al pescador si es macho o hembra -sugirió la reina. Si dice «macho», dile que deseabas una hembra, y si dice «hembra», dile que queríamos un macho.
Khusrow le formuló la pregunta al visitante, pero éste respondió:
-No es macho ni hembra. 
-El monarca se rió y le entregó 4.000 dracmas más.
Cuando el pescador salía del vestíhulo se le cayó una de sus monedas y se agachó para recogerla.
-¿Has visto? -dijo Shirin. Con todo el dinero que tiene, es tan ruin que se molesta en recoger una sola moneda. 
-El rey lo volvió a llamar para echarle en cara semejante actitud. Pero en­tonces el pescador contestó que lo úni­co que le preocupaba es que al­guien pudiese pisar la mone­da, que portaba su rostro y ofender así la dignidad real. De­leitado ante tan ingeniosa res­puesta, el rey le entregó una tercera bolsa con monedas.

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Keresaspa, el salvador del mundo

Inconfundible por sus rizados tirabuzones, el juvenil Keresaspa era, en cierta forma, el más humano de los héroes avestanos, muy querido por sus gallardos modales y su tranquilidad. Sin embargo, estas cualidades un día supondrían su perdición.

Aunque había matado a numerosos monstruos, como el temible dragón con cuernos Sruvara, y había protegido al mundo de innumerables ata­ques perpetrados por las fuerzas del mal, Kere­saspa no disfrutó de la popularidad que le correspondía. Una vez, mientras preparaba una comida, prendió fuego a un mon­tón de hojas, sin darse cuenta de que un dragón dormía debajo de ellas. Mientras huía de las llamas, el monstruo volcó el reci­piente y contamino el fuego, un elemento sagrado para los zo­roástricos, de manera que, cuando Keresaspa llego a las glorio­sas puertas del santuario celestial tras su muerte, Ahura Mazda le negó la entrada. Gracias a la intervención de otros dioses y héroes, que defendieron su causa de forma muy elocuente y apasionada, al final, el sabio dios del cielo permitió que entrara.
Sin embargo, de acuerdo con el Avesta, el destino de este pícaro espiritual era salvar al mundo en el momento de mayor necesidad, ya que, al final de los tiempos, Azhi Da­haka, el monstruo con tres cabe­zas, cuyo cuerpo estaba formado por lagartos y escorpiones, se li­beraría de la prisión donde se encontraba retenido para volver a atormentar a la humanidad. Gracias al prestigio alcanzado durante siglos, a Ahura Mazda no le quedaría otra alternativa que resucitar al mayor gue­rrero de todos los tiempos, que bajaría del cielo y golpearía al diabólico dragón con su poderoso garrote: solo entonces finaliza­ría la terrible maldición del demonio de una vez por todas.

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