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viernes, 1 de marzo de 2013

Una abundante cosecha

Varios poemas narran el viaje o la procesión de un dios en una barcaza. Puede que estén relacionados con los rituales en los que las estatuas de los dioses se llevaban en solemne procesión desde sus hogares a un lugar de peregrinación donde eran objeto de culto.

En primavera, una barcaza que transportaba la pri­mera remesa del año de la producción lechera par­tía de la ciudad de Ur. En Nippur, los dioses eran intercambiados por productos elaborados por los pastores del sur de los alrededores de Ur y por los de los culti­vadores del norte de los alrededores de Nippur.
El protector de Ur era el dios de la luna, Nanna (conoci­do también como Suen o Sin). Según una versión mítica de este ritual, Nannu decidió visitar a sus padres Enlil y Ninlil en Nippur. Para ello, envió a sus hombres a todos los rincones de la Tierra con el fin de que reunieran materiales con los que construir una barcaza, y sintió un enorme regocijo cuando volvieron uno detrás de otro con preciados car­gamentos de maderas exóticas. Entonces preparó una gran se­lección de regalos para sus padres y comenzó su ansiado viaje.
Durante la travesía curso arriba, se detuo en cinco ciu­dades diferentes. En cada parada, la diosa protectora de la ciudad al ver un cargamento tan abundante, le ofrecía la bienvenida e insistía para que se quedara, pero él siempre se negaba alegando:
-Voy a Nippur.
Por fin, la barcaza atracó en el muelle de Nippur y Nanna anunció la lista completa de sus ofrendas al guardián de la casa de su padre, quien, mara-villado, abrió las puertas del templo. Enlil se mostró también rebosante de ale­gría ante la llegada de su hijo y organizó en su honor un banquete, en el que le ofreció su mejor cerveza. En agradecimiento a los regalos de los pastores. Nanna le pidió a Enlil una bendición y parte de la produc­ción de los campos Locales. El pa­dre le concedió todo cuanto reclamo con enorme júbilo, Nanna se llevó todas estas bendi­ciones de vuelta a Ur.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

Un desafio a la muerte

Tras sus reticencias iniciales, Baal, el dios ugarítico de las tormentas, acordó incluir una ventana en el diseño de su nuevo palacio, decisión que provocó una confrontación con Mot (la muerte).

El artesano divino Korhar wa-Hasis sugirió incluir una ventana en el palacio real, pero, en un primer momento, Baal se opuso, ya que le preocupaba que sus hijas. Dew y Mist, pudieran escapar del recinto sagrado. No obstante, con el tiempo cambió de opinión y accedió a que se instalara una ventana, lo que provocó el reproche por parte de Korhar wa-Hasis:
-¿No le dije, Baal, que al final me haría caso?
Finalmente se instaló una ventana en el edificio, lo que demostró ser un terri­ble error. Aunque la apertura permitió a Baal manifestar su poder sobre la fertilidad vertiendo lluvia en la Tierra, al mismo tiempo lo desprotegía frente a la muerte, ya que se creía que sólo podía entrar en las casas a través de una ventana.
Cuando Baal volvió de un triunfal viaje, decidió abrir la ventana creando un hueco entre las nubes. Tras gritar a través de dicho hueco, logró que la Tierra se agitara al mismo tiempo que enviaba un desafiante reto a la muerte:
-Enemigos de Baal, ¿por qué tembláis? ¿Se hará con el trono un rey o cual­quiera que no lo sea en esta Tierra en la que soy soberano? ¡Reino solo entre los dioses alimento sin ayuda a las multitudes de la Tierra y las engordo! -Baal continuó con su desafío enviando a dos mensajeros. Gapan (vid) y Ugar (campo arado), al reino de Mot, situado en el averno. Baal dio estrictas órdenes para tan peligrosa misión:
-Bajad a las tinieblas y desolad la Tierra en la que Mot reina. Pero tened cuidado cuando os acerquéis a él: no permitáis que os atrape como a los corderos en su jaulas. Acudid allí y decidle que he construido mi palacio con oro y plata.
El resto del mensaje, al igual que el relato del viaje de los mensajeros, no se ha conservado. Sin embargo, la mención del espléndido palacio de Baal con su ventana sugiere, y que el tono fue provocador, lo que dio lugar a sucesivas confrontaciones entre Baal y la muerte.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

Telepinu y la hija del dios del mar

La desaparición del dios del sol es un tema recurrente en los mitos hititas. Aquí, la deidad es arrastrada a las profundidades del océano, lo que provoca la devastación sobre la Tierra.

Un día, el dios del mar estaba discutiendo con el dios del sol. Enfurecido, el primero arrastró a su rival desde el cielo para ocultarlo en las profundidades del océano. Con la desaparición del sol, la Tierra quedó sumida en una profunda oscuridad, lo que provocó que las cosechas se arrui­naran y que reinara la hambruna.
El dios de las tormentas, Teshub, mandó entonces llamar a su pri­mogé-nito Telepinu, y le dijo:
-Debes ir al mar, donde encontrarás al dios del sol. Tráelo de vuelta para que podamos devolverlo al cielo.
Al ver que se aproximaba el hijo de Teshub, el dios del mar se asus­tó y te ofreció a Telepinu la mano de su hija. Este regresó a la Tierra con su prometida volvió a colocar al dios en el cielo. Las cosechas crecie­ron, se pudo criar al ganado y los hombres prosperaron.
Sin embargo, ahí no acaba la historia, pues el dios del mar envió a un río con un mensaje para Teshub:
-Tu hijo Telepinu se ha llevado a mi hija como esposa. ¿Qué me vas a dar como dote? -Teshub acudió entonces a la diosa madre Hannahanna para pedirle consejo.
-El dios del mar me está reclamando una dote -le dijo. ¿Debo entregársela?
-Por supuesto -respondió. Telepinu se llevó a su hija y el dios del mar tiene derecho a recibir su dote.
Así que Teshub le ofreció al dios del mar mil cabezas de ganado y mil ovejas, y la armonía volvió a reinar.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

Ninurta el arrogante

Esta historia se burla de Ninurta, el dios del trueno, de las crecidas de los ríos y del arado, a quien Enki le dio una lección de humildad con la ayuda de una simple tortuga.

Para desesperación de Enki, el temible pájaro Anzu había robado la «tablilla de los destinos» y se la había llevado volando muy lejos, pero Ninurta logró capturarlo y hacer que el ladrón dejase caer la tablilla al apsu, el dominio acuático de Enki. Este se alegró mucho y elogio a Ninurta por su hazaña.
Pero a Ninurta se le subió el éxito a la cabeza y, no contento con estos elogios, decidió hacerse con el control del universo, para lo cual necesitaba conseguir la «tabli­lla de los destinos,, que confería un poder supremo al que la portaba. Pero Enki vio lo que tramaba su hijo y, a modo de aviso, hizo batir con fuerza las olas del apsu, al mismo tiem­po que envió a su ministro Isimu a ver a Ninurta. Pero arrogancia de este último era tal que incluso se atrevió a levantar la mano contra el emisario de su padre. Esto agotó la pacienda de Enki, quien, en su exasperación, modeló una tortuga con arcilla del apsu y, tras insuflarle vida, le ordenó que excavara un profundo hoyo. Ninurta acudió a pro­testar ante su padre, pero a medida que sus amenazas se iban intensificando, Enki se fue retirando hacia donde estaba la trampa, hasta que, de repente, la tortuga salió de detrás de él e inmovilizo a Ninurta, a quien el padre envió de un empujón al fondo del hoyo.
Por más que lo intentaba, Ninurta no podía trepar por las paredes de la trampa. Enki se asomó desde el borde y miro a su hijo inmovilizado todavía por la tortuga
-Estabas planeando mi muerte -dijo gritando- ¡Tú y tus fantásticas ideas! Tú, que has sido capaz de dominar montañas, ¿no puedes ahora salir del hoyo que ha ca­vado una simple tortuga? ¿Qué clase de héroe eres?
Por fortuna para Ninurta en ese momento apareció su madre, Ninhursaga, quien al ver lo que ocurría le mandó a Enki que dejara de regañarle y le recordó que una vez ella misma le había salvado la vida tras comerse varias plantas venenosas.
-¿Y tú que tienes que decir, comedor de plantas? -dijo- ¡Yo te salvé a ti, así que ahora salvarás a tu hijo!

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)


Los dioses de dunnu

Con el fin de crear y dominar el mundo, los dioses recurrían a menudo al incesto y al parricidio. Este tema mitológico recurrente aparece en un cuento mesopotámico que explica el origen de los dioses. Una ciudad de escasa importancia, llamada Dunnu, proporciona el telón de fondo a esta dramática historia.

En el principio de los tiempos existían el arado y la tierra, de cuya unión nació el mar y, poco el después, el dios del ganado y la ciudad eterna de Dunnu. El dios del ganado hizo el amor con su madre, la Tierra, mato a su padre, el arado, y se casó con su hermana, el mar. En la siguiente generación volvió a repetirse esta secuencia de hechos cuando el hijo del dios del ganado, el dios de las ovejas, mató a su padre y se casó con su madre, el mar. De generación en generación fueron apareciendo diversos dioses s acunes que, después e adoptar el nombre de los diferentes rebaños que pastaban en los campos, fueron matando a sus respectivos padres y casándose con sus hermanas o con sus madres, las cuales, a menudo, en­carnaban un elemento destacado del paisaje, como un río, un árbol o un prado.
Aunque se desconocen muchos detalles del mito, lo cierto es que es una alegoría de los cambios estacionales que se suceden lo largo del año.
Hasta que un día este modelo se modificó de forma abrupta cuando uno  de los dioses, en lugar de matar al padre para usurpar su poder y casarse con su madre, se limito sencillamente a encerrarlo. Este hecho coincidió con la fiesta del año nuevo, que los babilonios celebraban en abril de lo que se desprende que este mito se recitaba durante el festival de año nueno. Ahora bien, dado que el resto del texto no se ha conservado, se desconoce la trascendencia exacta de esta inter­rupción en el ciclo de parricidios.
De este mito se desprende una vez más la impresión general, presente también en el Enuma Elish, de que los mitos de la creación tenían una dura lectura política y de que, en el fondo, servían para ensalzar una ciudad determina­da al otorgarle un papel fundamental en la his­toria. De acuerdo con esta versión de la creación, los dioses asesinados descansaban en Dunnu. Ello explica que el origen del mundo se encuentre estrechamente vinculado a la aparición de la ciudad.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

La sanguinaria anat

La diosa Anat, a menudo identificada con Astarté, es la forma ugarítica de una deidad venerada a lo largo del antiguo Oriente Próximo. A pesar de estar vinculada tanto con el amor como con la fertilidad sexual, protagonizó un frenético derramamiento de sangre que provocó numerosas muertes.

En un episodio que solo puede describirse como una digresión del ciclo de Baal, Anat perpetró dos masacres.
El relato comienza con el exterminio a manos de Anat de los pobladores de dos ciudades vecinas. Con la guadaña en alto, la diosa se encontraba con un pie a cada uno de los lados de un montón de cabezas humanas cortadas, esparcidas como una cosecha de maíz. Con manos mutiladas volando a su alrededor, se revolcaba hasta la cintura en la sangre humana.
Más tarde, invitó a un ejército de soldados a su palacio y los asesinó mientras se hallaban sentados a la mesa para comer. Tras colocar las mesas y las sillas­ se purificó en la lluvia y el rocío de Baal. Luego, esta última le habló de los poderes de su lluvia y de su vinculación con la sexualidad humana.
-Prepara frutas deliciosas de la tierra -le dijo-, fomenta los matrimonios en la región, esparce amor por la Tierra. Apresúrate y te contaré algo de lo que hablan ios árboles y susurran las piedras, algo de lo que los cielos murmuran a la Tierra y el abismo murmura a las estrellas. Conozco el secreto de los rayos, desconocido para el género humano.
Es posible que este fragmento haga referencia al «matri­monio sagrado» o unión sexual ritualizada entre Anat y Baal, que se describe de forma explícita en otros textos más fragmentarios. Se ha sugerido, además, que las masacres perpetradas por la diosa representan un sacrificio para la fertilidad de las tierras. No obs­tante, la interpretación real de la historia con­tinúa estando poco clara.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

Enki, creador del orden del mundo

Mientras que el Enuma Elish considera a Marduk la figura central de la creación y regulación del mundo, según una fuente sumeria anterior, todo fue creado por Enki, padre de Marduk, el artesano divino que preside las aguas dulces portadoras de la vida.

Enki bendijo las ciudades de Nippur, «el lugar donde nacieron los dioses», Ur, Vleluhha y Dilmun (pro­bablemente Bahrein) con abundantes cosechas, rebaños, metales preciosos y victorias en el campo de batalla. A continuación organizó los mares, los ríos, las nubes y la lluvia: transformó las montañas yermas en campos de cultivo creó los ríos Tigris y Éufrates, cuyos lechos relleno con su propio semen. Creó también las ovejas y el resto del ganado, y sentó las bases de la agricul­tura, la construcción y el hilado.
A medida que creaba un nuevo reino, iba nombrando a un dios para que lo super­visara. Pero cuando finalizó, Inana se aproximó lamentándose por no haber recibido de sus manos dominio alguno. Tras enumerar los rei­nos de Nintu, la diosa del vientre, Nidaba, la diosa del campo, y Nanshe, la diosa de la pesca, preguntó dolida a Enki:
-Y Yo, sagrada lnana, ¿qué reino tengo?
Enki le respondió enumerándole los nu­merosos poderes y dominios que ya poseía la diosa, añadiendo en cada ocasión:
-Joven Inana, ¿qué más podría ofrecerte? 
-Le recordó no sólo su poder sobre el cayado del pastor, sino también sobre la sangre de las batallas, así como sobre ciertos tipos de prendas e instrumen­tos musicales relacionados con la guerra, la muerte y los ritos funerarios. Finalmente, Enki concluyó afirmando que el do­minio de Inana era ya muy considerable y poderoso:
-Inana, tienes el poder de destruir lo que no puede des­truirse, así como de crear lo que no puede crearse.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

El dios del sol y el pescador

Este fragmento proporciona un retrato muy revelador de las relaciones entre los dioses, los animales y el hombre, al mismo tiempo que ofrece una interesante visión del humor irónico de los hititas, así como de las costum-bres que giraban en torno a la llegada de un nuevo miembro de la familia.

Simige, el dios del sol, miró desde el cielo para ver cómo pastaba una vaca, lo que despertó en él un enorme apetito sexual. Tras descender a la Tierra en forma de un hombre joven, abordó a la vaca y le exigió saber con qué derecho pastaba en su prado. Más tarde, atrapó al ani­mal y se apareó con él, y, nueve meses más tarde, la vaca parió.
Impresionada al descubrir que su ternero tenía sólo dos patas, la vaca intentó matarlo y comérselo, pero el dios del sol, que observaba desde arriba, intervino. Se apoderó de su hijo para ponerlo a salvo, lo acarició con ternura y luego lo dejó en un montículo con hierba, rodeado de serpientes venenosas a modo de guardianes.
Un pescador sin hijos que pasaba por allí se llenó de rego­cijo al encontrar al bebé que llevaba tanto tiempo esperando. Tras dar las gracias a Simige por su buena suerte, se llevó al niño a su hogar, donde su esposa lo recibió con igual regocijo. A pesar de la dicha que les producía tener con ellos al pequeño, vieron una oportunidad para ganar dinero:
-Lleva a este niño al dormitorio, túmbalo en la cama y gime le dijo el pescador a su esposa-. la ciudad entera oirá tus gemidos y pensará que has dado a luz. Entonces una persona nos traerá pan, otra nos traerá cerveza y el resto nos traerá tocino. En efecto, tal y como habían imaginado, la comuni­dad respondió:
-¡La esposa del pescador ha tenido un bebé! La esposa del pescador ha tenido un bebé!
La ciudad entera acudió a la casa de la pa­reja y los agasajó con regalos.

0.082.4 Anonimo (mesopotamia)

Un bestiario siniestro

Los araucanos eran fieros guerreros y su colorida mitología resulta igual de intimidatoria. Abundan las historias sobre grotescas criaturas híbridas y monstruos que se alimentaban de almas inocentes.

Al vivir en una región cercana al mar, los araucanos contaban con numerosas historias cuyos protagonistas eran ani­males acuáticos, tanto reales como imaginarios. El camahueto era un enorme caballito de mar que podía provocar naufragios, mientras que al cuero, un pulpo con garras, le gustaba darse un festín con los animales o humanos lo bastante imprudentes como para sumergirse en el agua. En ocasiones, salía a la ori­lla para disfrutar del calor del sol y luego provocaba tor­mentas para que el viento lo llevara de nuevo al mar.
El neguruvilu, o guirivilo, era un cruce de zorro y ser­piente que abandonaba su guarida en el lecho del río para atrapar a sus presas y alimentarse de su sangre. Lue­go estaba el huallepen, una oveja con cabeza de ternero que vivía en las corrientes; si se le aparecía a una mujer encinta, ésta en­gendraba un hijo deforme. El colocolo era una pequeña criatura con saliva venenosa que vivía en cavernas subterráneas y el alicanto era un pájaro que se alimentaba de oro, lo que explicaba que brillara con gran intensidad; si se le apresaba, ocultaba su luz de modo que quien lo había cazado pereciera desorientado en medio de la montaña.
Quizá el más terrorífico era el horrible chon-chon. Esta temible criatura era una cabeza humana despojada del resto del cuerpo que uti­lizaba las orejas a modo de alas y acudía por la noche a las casas donde había enfermos. Una vez dentro, luchaba con sus almas y, si lograba derrotarlas, les chupaba la sangre.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Pachacuti y la joven de ica

Pachacuti fue el soberano inca de mayor relevancia y el principal artífice del imperio andino. Este cuento popular, que conmemora el amor que sentía por su pueblo, narra cómo hizo gala de su generosidad a una de sus súbditas, incluso después de que ésta hubiera rechazado sus proposiciones amorosas.

Cuando era un joven príncipe, Pachacuti no era el heredero directo del trono, sino que subió al poder cuando un ejército de la vecina Chanca atacó la capital inca, Cuzco. Cuando el heredero legítimo huyó, Pachacuti lideró la resistencia y derrotó a los invasores con gran superioridad, y a partir de ese momento, nunca re­nunció al poder.
Aunque para levantar el imperio tuvo que derra­mar mucha sangre, lo cierto es que se ganó también una sólida reputación como gobernante humanitario. Cuenta una historia cómo, mientras viajaba por la provincia de Ica, que­dó impresionado ante la belleza de una chica que trabajaba en los campos. Los cortesanos corrieron hacia ella para comunicarle que había tenido el honor de ganarse el favor del soberano, pero, a pesar de todos los obsequios de valor que le ofrecieron, la joven rechazó las proposi­ciones del soberano, alegando que estaba enamorada de otro hombre.
Los asistentes del monarca esperaban que éste la castigara, pero ensalzó la constancia de la chica y le ofreció que eligiera la recompensa que deseara. La joven, en lugar de pedir oro o joyas, dijo que lo único que deseaba era agua para su aldea, que estaba situada en una región árida. Complacido, Pacha­cuti ordenó a 40.000 soldados que cavaran canales de riego para abastecer a la comunidad todo un año. O eso es lo que cuenta la historia, pues, en realidad, los canales precedieron a los incas en varios cientos de años.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Los gigantes de la patagonia

La creencia en la gigantesca estatura de los habitantes de la Patagonia sobrevivió en Europa durante siglos, después de que Antonio Pigafetta, que acompañó a Magallanes durante su expedición alrededor del mundo, escribiera un relato.

Cuando se aproximaba al extremo sur del subcon­tinente americano, la flo­ta de Magallanes se refu­gió en una cala para pasar el invierno. Un día, se sobresaltaron al ver a un gigante desnudo en la orilla, danzando y cantando, y arrojándose tierra y polvo sobre la cabeza mientras hada cabriolas. Desconcertados ante semejante ima­gen, Magallanes ordenó a uno de sus hombres que se aproximara al extra­ño y que imitara su comportamiento para tranquilizarlo y poder comunicare, con él.
El hombre cumplió las órdenes de Magallanes, y condujo al gigante a un islote, en el que el resto de la tripulación esperaba. Una vez en él talló una impo­nente figura, que prácticamente lo dobla­ba en tamaño, con un enorme rostro pin­tado de color rojo, con la excepción del área que rodeaba los ojos, en la que la piel era de color amarillo. El habitante de la Patagonia también quedó impresionado ante la apa­riencia de los visitantes, y comenzó a señalar con los dedos ha­cia el cielo, convencido de que eran seres celestiales. Al reflejar­se su rostro en un espejo, quedó tan horrorizado que dio un salto hacia atrás, tirando al suelo a cuatro miembros de la tri­pulación.
Más tarde, llegaron varios gigantes más y Magallanes decidió que se llevaría a algunos de vuelta a Europa como prue­ba de las maravillas con las que se había encontrado durante su viaje. Así, subió a bordo a dos de los más jóvenes, a los que suje­tó con cadenas, y, al poco tiempo, reempredió la travesía. Pero su traicionero comportamiento no le sirvió de mucho: los dos nativos murieron antes de que terminara el año, incapaces de sobrevivir a las terribles condiciones de su cautiverio.
Magallanes también murió durante el viaje, pero Piga­fetta sobrevivió para informar acerca de tan extraño encuen­tro. Expediciones posteriores confirmaron su relato acerca de una raza de gigantes que habitaban las tierras australes. Con el paso de los años, se exageró su descomunal estatura, hasta con­vertirlos en seres que superaban en cuatro veces el tamaño de un hombre corriente. Es posible que los gigantes a los que ha­cen referencia estas crónicas fueran los tehuelche, una raza de gran estatura que habitaba por aquel entonces en la región. Por desgracia, muchos murieron debido a la represión guberna­mental en la década de 1870, y, de acuerdo con el último censo realizado en la actualidad, tan solo viven algo menos de 60.000.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Las mujeres valientes

Un mito del pueblo shavante, de la cuenca alta del río Xingú, en Brasil, habla de un tiempo en que las mujeres eran las responsables de atacar a otras tribus que se atrevían a atravesar sus tierras.

Hace mucho tiempo, antes de que existieran los jaguares, los hombres mas valientes del pueblo shavante habían muerto debido a los con­tinuos ataques entre tribus, por lo que las mujeres decidieron sustituirlos y se dispusieron a atacar a algunas personas de raza blanca. Aunque, en aquellos tiempos, los europeos vivían en tierras muy lejanas, las distancias eran más cortas y a las mujeres sólo les llevó unos días llegar a los hoga­res que pensaban que pertenecían a los blancos. Pero, al llegar allí, lo único que encontraron fueron espíritus de caras blancas y planas, y cuerpos cubiertos de plumas. Las mujeres no estaban seguras de si se trataba de gente blanca, ya que nunca la habían visto antes. Y sospecharon que podían tra­tarse de algo aún más peligroso. Ni los espíritus ni las mujeres sabían quién debía temer a quién, pero, al final, los espí­ritus huyeron a las mujeres saquearon su aldea y se llevaron las esterillas, las cestas y las armas, como se sigue haciendo en la actualidad durante la fiesta que se celebra para protegerse del demonio. Pero durante el camino de regreso a casa, enfermaron y les aparecieron forúnculos. Pensa-ban que iban a mo­rir v que estaban siendo castigadas por no haber pla­neado el ataque con el mismo cuidado con el que lo hacían los hombres. Sin embargo, cuidándose las unas a las otras y entonando cánticos que les dieran fuer­za, lograron regresar a la aldea, donde fueron veneradas por los hombres y perdonadas por no haber planifi-cado el ata­que correctamente.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Las doncellas de las estrellas

Algunas de las historias de terror más populares de la región del Amazonas cuentan las relaciones amorosas entre hombres mortales e irresistibles doncellas que descendían de las estrellas. De acuerdo con este relato, un joven debe pagar un alto precio por sucumbir ante los encantos de una mujer sobrenatural.

Una vez, un joven del puehlo cherente alzó su mirada al cie­lo y quedó fascinado ante la belleza de la constelación de las Pléyades. Una estrella en particular llamó su atención, y quiso llevársela en su jícara. Cuan­do esa noche se fue a dormir, soñó con la estrella y, al despertarse, de repente se encontró a una bella mujer con ojos brillantes junto a él, quien dijo ser la estrella de sus sueños, e insistió en que la intro­dujera en su jícara.
Durante los días siguientes, miraba en su interior y veía sus ardientes ojos, mientras que, por las noches, la estrella salía para así poder admirar su belleza. Una noche, lo engatusó para que trepara por un árbol mágico, que transportó a ambos a un campo desolado en me­dio del cielo, donde la estrella le dijo que la esperara mientras iba a buscar comida. Tras quedarse solo en tan solitario lugar, de repente oyó una dul­ce melodía. Movido por la intriga, la siguió hasta llegar a un lugar donde había un grupo de cadáveres que danzaban mientras la carne podrida a he­dionda se desprendía de los esque-letos. El chico huyó aterrorizado, perse­guido por la doncella de las estrellas, quien le dijo que regresara. Ésta le echó en cara su desobediencia, pero el hombre no soportaba el mundo del cielo durante más tiempo y volvió a des­cender por el árbol hasta dar con suelo firme.
En su huida, oyó que la estrella le decía que regresaría muy pronto y, al llegar de vuelta a la aldea, apenas acabó de relatar su historia cuando cayó muerto.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Las distantes tierras del paraiso

El pueblo huarochirí cuenta con historias de un tiempo en el que su hogar era un paraíso fértil, antes de que el dios Pariacaca los obligara a marcharse a tierras más yermas. Quizás esta tribu viviera en valles exuberantes más cercanos a la costa, pero los invasores los forzaron a retirarse al altiplano.

El pueblo huarochirí ocupaba la región de lo que en la actualidad es la capital de Perú, Lima. La mayoría de lo que conocemos de sus mitos proviene de un sacerdote español, Francisco de Ávila, quien reco­piló las creencias tradicionales de los huarochirí, la mejor torma de extirpar todo vestigio de la anti­gua religión. De manera irónica, sus escritos sirvieron para pre­servar las historias que se había pro-puesto destruir.
Los mitos que Avila recopiló sostienen que los huarochirí estuvieron gober­nados en tiempos remotos por dos dioses, Yana Namca Y Tuta Namca, hasta que un tercer ser divinno, Huallallo Caruincho, los derrotó y se hizo con el poder, imponiendo estrictas reglas. Así, a las mujeres sólo se les permitía engendrar dos hijos, y se las obligaba a elegir uno para que viviera y a entregar al otro para que fuera consumido por las llamas del dios, quien adoptaba la apariencia de una bola de fuego. En aque­llos tiempos, las tierras eran fértiles y estaban plagadas de papa­gayos y tucanes de intensos y vivos colores. Cada semilla que se plantaba germinaba en cinco días. De manera similar, cuando al­gún hombre o mujer moría, volvía a cobrar vida después de cin­co días. Sin embargo, vivían de manera diabólica. Su fácil existen­cia llegó a su fin cuando un nuevo dios, Pariacaca, emergió de cinco huevos sobre el monte Condor Coto, derrotó a Huallallo Caruincho y condujo a su pueblo tierra adentro.
De acuerdo con Ávila, las exuberantes tierras se deno­minaban Yunca o Ande (el primer término hace re­ferencia a los valles fértiles que se extienden hasta la costa). De acuerdo con otra ver­sión, se llamaron «antitierras», término gé­nerico que podría hacer referencia a los cálidos paisajes de las tierras bajas.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

Las criaturas que cambian de forma

Los espíritus condenados a vagar por el mundo de los vivos durante la eternidad tras cometer un pecado mortal eran seres humanos destinados a cambiar de forma y de voz de modo que pudieran imitar a la persona que quisieran. Podían ser hombres, pero las mujeres eran las más temidas.

Los «condenados» pertenecían a una categoría de fantasmas presente en distintas culturas, la de aque­llos atrapados entre los mundos de los vivos y los muertos.
Al no disponer de un hogar, deambulaban privados de compañía y despojados de toda esperanza de salvación. No es de sorprender, pues, que se enfadaran y buscaran venganza por los sufrimientos que debían padecer aquellos que habían corrido mejor suerte que ellos.
El clásico relato del condenado comienza con un joven que viaja solo por una solitaria ruta montañosa y que se sor­prende al encontrarse con una hermosa mujer, pero su sorpre­sa es aún mayor al ver que ésta se arroja en sus brazos y le ofre­ce su cuerpo para pasar la noche. El joven sucumbe ante sus encantos sin dudarlo y la pareja hace el amor de manera apa­sionada hasta el amanecer. Pero cuando sale el sol, la mujer le informa de que se trata de una condenada. Acto seguido desa­parece y, en cuestión de semanas, el desdichado chico se con­sume y muere.
En ocasiones, los condenados eran caníbales en lugar de seductores. Una truculenta historia cuenta cómo una jo­ven madre que aguardaba la llegada de su marido vio a una mujer vestida de blanco que corría a toda prisa por el sendero cercano a su casa durante el anochecer. La extraña parecía tener tanto frío que la mujer la invitó a su casa y, una vez den­tro, le pidió que sujetara a su pequeño de dos años mientras se agachaba para encender la hoguera. Pero al levantarse de nuevo y darse la vuelta, vio que la boca de la misteriosa mujer estaba manchada de sangre y que se había comido a su peque­ño hasta la cintura. La dueña de la casa pudo escapar escon­diéndose en una manada de vacas, cuyos bramidos asustaron al hambriento espíritu.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

La piedra que lloro lagrimas de sangre

Cuenta una leyenda de Cuzco que había una enorme roca más allá de los muros de la ciudad que lloraba lágrimas de sangre. Esta historia se basaba en una tragedia real que estropeó la construcción de uno de los mayores logros arquitectónicos de los incas.

Incluso en la actualidad, es difícil no maravillarse ante los extraordinarios lo­gros arquitectónicos de los incas, y la impresión que podamos tener hoy en día no es nada comparada con la que debieron de sentir los soldados españoles que   conquistaron el Imperio inca en el siglo XVI. La construcción que más les im­presionó fue la fortaleza de Sacsahuamán, que presidía la capital imperial de Cuzco. Erigida con enormes bloques de piedra, algunos de los cuales pesa­ban más de cien toneladas, maravilló a los conquistadores con su desco­munal mole, hasta el punto de que algunos la denominaron la octava maravilla del mundo. Sin embargo, una de las piedras destinadas a su construccibón nunca llegó a su lugar, sino que permaneció en una meseta frente a la fortaleza, tan agotada de su largo viaje desde las minas, según afirmaban los habitantes de Cuzco, que tuvo que detenerse a descansar y lloró sangre del esfuerzo realizado.
De acuerdo con el inca Garcilaso de la Vega, la realidad fue aún más trágica. De hecho, los tra­bajadores que la estaban transportando la dejaron allí en forma deliberada, después de que ocurriera un desastre durante el trayecto, cuando la enorme roca se soltó desde una montaña y aplastó a muchos de los que la arrastraban. De acuerdo con el historia­dor, eran estas víctimas (que sitúa en unas 3.000) quie­nes lloraban lágrimas de sangre, y la piedra permane­ció aislada fuera de la capital como monumento en su memoria.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

La llegada de la mandioca al mundo

Numerosas historias narran cómo un ser sobrenatural llevó la mandioca o la yuca al mundo. Sin embargo, por imprudencia de los humanos, éste fue sacrificado, lo que obligó a las personas a aprender los secretos de su cultivo y a respetar los alimentos básicos.

Las tribus de la cuenca del Amazonas que hablaban jíbaro creían que una mujer bajita y gorda llamada Nunghui, quien gozaba de poderes sobrenaturales, introdujo la mandioca en el mundo. A pesar de su aspecto, era muy querida porque su hijo podía producir mandioca con solo pronunciar su nombre.
Un día, Nunghui tenía que llevar a cabo un recado y, antes de salir, les pidió a algunas de las mujeres de la aldea que cuidaran de su hijo mientras estaba fuera. Sin embargo, mien­tras estaba bajo sus cuidados, un grupo de niños celosos del ta­lento del pequeño irrumpió en la cabaña en la que se encontra­ba y le tiró ceniza a los ojos, lo que provocó su muerte.
La comunidad no tardó en empezar a sufrir en sus pro­pias carnes la fechoría de los niños, ya que la mandioca era un ingrediente esencial de su dieta. Al no saber cómo cultivarla ellos mismos, comenzaron a sentir hambre. En su desespera­ción, buscaron a un chivo expiatorio al que culpar por el desas­tre, y decidieron que fuese la desafortunada Nunghui, quien, como castigo por perder de vista a su hijo, fue condenada a vivir bajo tierra.
De manera fortuita, el castigo supuso la salvación de la tribu, ya que, a partir de ese día, Nunghui extrajo a la superficie la mandioca y bailó con sus raíces para que crecieran. Los cam­pesinos aún realizan ritos para atraerla a sus terrenos y garanti­zar así una cosecha copiosa.
Otros pueblos, y en especial los que habitan en el no­roeste del Amazonas, cuentan con diferentes relatos acerca del origen del cultivo de este tubérculo. Según ellos, la man­dioca creció del cadáver de un niño blanco que nació de una virgen, o bien de una doncella que pidió ser enterrada viva.

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La ira de chibchachum

Los habitantes de la llanura de Bogotá provocaron la ira del dios Chibchachum con sus quejas y desobediencia, por lo que envió una riada que anegó la región, y obligó al pueblo a pedir ayuda al dios Bochica.

Este apareció montado a horcajadas en el arco iris que presidía majestuoso la ciudad de Soacha. Hizo salir el sol para que se secaran las aguas, luego tomó su bas­tón de oro y lo arrojó al monte Teguendama, donde creó una sima en las rocas por la que la mayoría de la riada comenzó a alejarse. En la actua­lidad, la magnífica cascada que el dios creó con­tinúa vertiendo sus aguas en el lago sagrado de Guatavita.
Bochica desterró a Chibchachum al reino de los muertos y le asignó la tarea de soportar el mundo sobre sus hombros para la eternidad. De vez en cuando, el peso es demasiado para él y se lo cambia de hombro, lo que provoca un terremoto en el que la tierra tiem­bla y rechina.
El arco ris que ayudó a liberar al pueblo chib­cha de la riada se empezó a venerar bajo la forma de la diosa Chuchaviva, a quien es costumbre dirigirse para librarse de la maldición de Chibchachum, quien desde su exilio decretó que cada aparición del arco iris implicaría muerte. La subversiva esposa de Bochica, Chia, cedió su magia a Chibchachum para crear el gran diluvio, ya que, de acuerdo con otros mitos, es la responsable de las riadas.

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El paso de un mundo a otro

Numerosos pueblos sudamericanos creían que un árbol del mundo unía la Tierra y el cielo. Sin embargo, incluso después de que las capas del universo se hubieran separado y el árbol sagrado se hubiera cortado, continuaba siendo posible viajar entre los dos reinos.

La zona en la que los canelos quechuas viven en la actualidad se encuentra en Ecuador, al este de los An­des, en las tierras bajas de la cabecera del Amazonas. Al igual que los pobladores de otras selvas tropi­cales, tradicionalmente creían que los fenómenos climáticos actuaban como intermediarios entre la tierra y el cielo. La niebla transportaba la vida a las alturas, mientras que la lluvia hacía des-cender a los espíritus y a otras criaturas celestiales. Las aves eran, además, mensajeros que transportaban cánticos entre el cielo, la Tie­rra y el mundo de los muertos. Creían también que la anaconda gigante, que vive en los ríos, conectaba las regiones acuosas con el cielo, al transformarse en un arco iris.
Para los canelos, incluso la gente corriente podía viajar entre los dos mundos. En ocasio­nes, los esposos viajaban en sueños jun­tos y se despertaban antes del alba para comparar e interpretar sus experiencias.
Sin embargo, en la mayoría de las culturas amazónicas, un chamán debía unir los dos reinos, quien, por lo general, viajaba entre ellos durante un estado de trance inducido por alguna droga alucinógena.
El chamán de los por ejemplo, bebía kaahi, que preparaba con una vid que se decía que tenía su origen en las ribe­ras del lago Akuena, situado en el cen­tro del cielo (se trata, en realidad, de una forma de ayahuasca, un mejun­je alucinógeno elaborado a partir de las lianas gigantes de la selva tro­pical amazónica y cuyo nombre botánico es Banisteriopsis). Después, era capaz le hacer viajar a su alma a la capa del ciclo donde se encon­traban sus espíritus ayudan-tes, o bien hacia la oscuri­dad, el reino subterráneo y cenagoso del pueblo de la anaconda.
Una tercera opción era viajar a las montañas don­de moraba el padre de los pecaríes, un dios de los animales responsable de cerdos y otros animales de los que la tribu de­pendía para su sustento. Una vez allí, podía negociar con el mundo espiritual en nombre de su pueblo. También lo podían enviar para rescatar las almas secuestradas de los enfermos, o para negociar que se llevara una provisión de animales a la Tierra para, de ese modo, disponer de caza abundante.

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El origen de los extranjeros

Incluso los grupos más aislados mantenían algún tipo de contacto con extranjeros y, aunque la principal preocupación de una tribu era, por lo general, su propio origen, numerosos mitos explican el origen de otras razas.

Por lo general, se consideraba que los extranjeros habían llegado más tarde. De acuerdo con los bo­roro de Brasil y Bolivia, su ancestro fue el super­viviente de una gran riada, mientras que un mono aburrido que golpeó el suelo con un palo creó con bastante posterioridad a los primeros humanos de raza blanca, de raza negra y otros pueblos extranjeros. Los yanomami de Brasil y Venezuela cuentan que una vez hubo una terrible lucha en una de sus aldeas junto a la cabecera de un río. Un adolescen­te, que permanecía recluido en una cabaña sagrada, se unió a la lucha y, de repente, las orillas del río estallaron y la corrien­te se llevó a los guerreros, que fueron devorados por nutrias y caimanes negros gigantes. Su sangre formó una espuma en la superficie del río y un ser sobrenatural llamado Remori la re­tuvo entre sus manos ahuecadas y le habló hasta dar forma a los extranjeros, motivo por el que los yanomami describen las len­guas de otros como «fantasma­góricas». De forma excepcional, los chamacoco de Paraguay creen que el ser supremo creó primero al resto de las razas y, cuan­do llegó el momento de crearlos a ellos, tuvo tanta prisa que los fabricó repletos de imperfecciones, razón por la que se consideran estúpidos y con dificultades para el apren­dizaje.

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El origen de las formas de vestir

De acuerdo con un mito inca, el origen de las diferentes razas andinas podría remontarse a la repoblación del mundo tras una gran riada, cuando el dios creador les dio forma, al igual que en tiempos imperiales.

Las tierras gobernadas por los incas contaban con una dilatada tradición de diversidad cultural, fomentada por la escarpada orografía de la región andina. que limitaba el contacto incluso entre valles vecinos. Como resultado. los distintos pueblos andinos contaban con sus propias tradiciones locales, que se diferenciaban por sus costum-bres y estilos de vestir.
Con el paso del tiempo, surgió un mito que explicaba el origen de dicha situación. Según el cronista Cristóbal de Molina, Viracocha creó a los diferentes seres humanos con arcilla más tar­de les pintó encima las prendas que vestirían. A cada grupo se le otorgó, además, su propio idioma, así como canciones y alimentos, e in­cluso un estilo de peinado distinto, corto o largo según la zona.
Más tarde, el creador los envió, a través de diversos pasajes subterráneos, a las distin­tas regiones que se les habían asignado. Con el tiempo, las cuevas, los lagos y las monteñas desde los que se suponía que habían sa­lido al mundo fueron venerados como lugares sagrado. Asimismo, cuenta la leyenda que la primera generación de humanos se transformó en piedra y, pos­teriormente, estas rocas se convirtieron también en objetos de culto.
Parte de la diversidad cultural de la región sobreviviió a la con-quista española e incluso en nuestros días, cada valle andino cuenta con sus propias costumbres tradicionales, y sus habitantes continúan mostrando un gran respeto por las ro­cas y piedras.

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El nacimiento de las estrellas

Los movimientos de las constelaciones determinaban un calendario que permitía regular el ciclo de las estaciones. De esa manera, el nacimiento de las estrellas estaba vinculado con el tiempo en sí mismo, un terrible evento que destruyó a los primeros seres y llevó la mortalidad al mundo.

Todas las culturas del mundo cuen­tan con historias sobre las estrellas que salpican la bóveda celeste du­rante la noche. Los pueblos ama­zónicos no constituían ninguna excepción, y las largas horas que pasaban en hamacas alre­dedor de las fogatas mirando el cielo ayuda­ban a estimular su fantasía. Los diferentes grupos aporta-ron sus propias historias, que se transmitían de generación en genera­ción como parte del legado tribal al corpus común de mitos.
Los toba, de la región del Gran Cha­co en Argentina v Paraguay, cuentan con mitos acerca de los orígenes de más de trein­ta cuerpos celestiales. La mayoría de ellos remiten a un desastre cósmico, con incendios devastadores o un diluvio universal. Sin em­bargo, uno de ellos veía evidencia celestial en los animales de caza, y describe la oscu­ra nebulosa Saco de Carbón como la cabeza de un ñandú, un ave no voladora similar a un pequeño avestruz, cuyo cuerpo está compues­to por la constelación Ofiuco y cuya pata es la parte de la Vía Láctea que se extiende desde Escorpio. Según dicha leyenda, el ñandú fue perseguido hasta el cielo por un niño y su perro, quienes se transformaron en dos de las estrellas de la constelación de Centau­ro. Una versión alternativa identifica a las dos estrellas de la constelación de Centauro como perros, los antepasados de los perros de caza actuales, que se crearon a partir de los pechos de dos ancianas.
Algunas constelaciones se conside­raban, en general, animales de caza o mari­nos, ya que su aparición en el cielo se inter­pretaba como una prueba de la vuelta a la vida al final de la estación sin lluvias.
Para los karina de Venezuela, el tapir, una criatura pequeña similar al cerdo que bus­ca sustento durante las noches, es el soberano de los alimentos, porque hubo un tiempo en el que sólo él conocía el paradero del árbol allepantepo, que lo suministraba todo. Cuando los gemelos divinos Pia y Makunaima lo cap­turaron, pasó al cielo y dio lugar a las Híades, mientras que sus asesinos se con-virtieron en Orión y las Pléyades.

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El manto brillante de manco

Los cronistas españoles concibieron un relato que sugería que la supuesta condición de los incas como hijos del sol fue un engaño. De acuerdo con los españoles, el ropaje del primer inca engañó a los indígenas, lo que puso de manifiesto la credulidad del pueblo llano y el cinismo de sus gobernantes.

Para llevar a cabo su primera entrada en la futura ca­pital de Cuzco, el primer inca, Manco Cápac, lucía una capa de oro según el relato o, de acuerdo con otra versión de la historia, dos delgadas placas del metal sobre el pecho v la espalda, respectivamente.
Había enviado a emisarios para que difundieran la noticia de que el mismo hijo del sol iba a bajar a la ciudad. Cuando los habitantes lo vieron bañado en la supuesta gloria reflejada de su padre, se postraron a sus pies y lo adoraron como a un dios.
Antes de su ejecución en el año 1572, el último inca, Tu­pac Amaru, reveló en un discurso que las afirmaciones que él y sus antepasados habían realizado acerca de las conversaciones entabladas con el Sol no eran ciertas, y explicó que su predecesor en el trono, Titu Cusi, le había acon­sejado qué debía hacer para in­fluenciar a su pueblo. Primero te­nía que dirigirse al Punchao, el disco solar de oro que era el emblema más sagrado de los incas. Después, tenía que aparecer y decir que había hablado con él, y entonces decir lo que quisiera. «Pero no hablaba, sólo lo hacíamos nosotros, ya que un objeto de oro no puede hablar.»
Es probable que pronunciara estas pala­bras bajo coacción. Aunque también es posible que la intención de Tupac Amaru fuera aconsejar a su pueblo que no depositara tanta fe en las anti­guas creencias, que comenzaban a hacer aguas.

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