Simige,
el dios del sol, miró desde el cielo para ver cómo pastaba una vaca, lo que
despertó en él un enorme apetito sexual. Tras descender a la Tierra en forma de
un hombre joven, abordó a la vaca y le exigió saber con qué derecho pastaba en
su prado. Más tarde, atrapó al animal y se apareó con él, y, nueve meses más
tarde, la vaca parió.
Impresionada
al descubrir que su ternero tenía sólo dos patas, la vaca intentó matarlo y
comérselo, pero el dios del sol, que observaba desde arriba, intervino. Se
apoderó de su hijo para ponerlo a salvo, lo acarició con ternura y luego lo
dejó en un montículo con hierba, rodeado de serpientes venenosas a modo de
guardianes.
Un
pescador sin hijos que pasaba por allí se llenó de regocijo al encontrar al
bebé que llevaba tanto tiempo esperando. Tras dar las gracias a Simige por su
buena suerte, se llevó al niño a su hogar, donde su esposa lo recibió con igual
regocijo. A pesar de la dicha que les producía tener con ellos al pequeño,
vieron una oportunidad para ganar dinero:
-Lleva a
este niño al dormitorio, túmbalo en la cama y gime le dijo el pescador a su
esposa-. la ciudad entera oirá tus gemidos y pensará que has dado a luz.
Entonces una persona nos traerá pan, otra nos traerá cerveza y el resto nos
traerá tocino. En efecto, tal y como habían imaginado, la comunidad
respondió:
-¡La
esposa del pescador ha tenido un bebé! La esposa del pescador ha tenido un
bebé!
La
ciudad entera acudió a la casa de la pareja y los agasajó con regalos.
0.082.4 Anonimo (mesopotamia)
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