Enki
bendijo las ciudades de Nippur, «el lugar donde nacieron los dioses», Ur,
Vleluhha y Dilmun (probablemente Bahrein) con abundantes cosechas, rebaños,
metales preciosos y victorias en el campo de batalla. A continuación organizó
los mares, los ríos, las nubes y la lluvia: transformó las montañas yermas en
campos de cultivo creó los ríos Tigris y Éufrates, cuyos lechos relleno con su
propio semen. Creó también las ovejas y el resto del ganado, y sentó las bases
de la agricultura, la construcción y el hilado.
A medida
que creaba un nuevo reino, iba nombrando a un dios para que lo supervisara.
Pero cuando finalizó, Inana se aproximó lamentándose por no haber recibido de
sus manos dominio alguno. Tras enumerar los reinos de Nintu, la diosa del vientre,
Nidaba, la diosa del campo, y Nanshe, la diosa de la pesca, preguntó dolida a Enki:
-Y Yo,
sagrada lnana, ¿qué reino tengo?
Enki le
respondió enumerándole los numerosos poderes y dominios que ya poseía la diosa,
añadiendo en cada ocasión:
-Joven Inana,
¿qué más podría ofrecerte?
-Le recordó no sólo su poder sobre el cayado del pastor,
sino también sobre la sangre de las batallas, así como sobre ciertos tipos de
prendas e instrumentos musicales relacionados con la guerra, la muerte y los
ritos funerarios. Finalmente, Enki concluyó afirmando que el dominio de Inana
era ya muy considerable y poderoso:
-Inana,
tienes el poder de destruir lo que no puede destruirse, así como de crear lo
que no puede crearse.
0.082.4 Anonimo (mesopotamia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario