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viernes, 1 de marzo de 2013

El paso de un mundo a otro

Numerosos pueblos sudamericanos creían que un árbol del mundo unía la Tierra y el cielo. Sin embargo, incluso después de que las capas del universo se hubieran separado y el árbol sagrado se hubiera cortado, continuaba siendo posible viajar entre los dos reinos.

La zona en la que los canelos quechuas viven en la actualidad se encuentra en Ecuador, al este de los An­des, en las tierras bajas de la cabecera del Amazonas. Al igual que los pobladores de otras selvas tropi­cales, tradicionalmente creían que los fenómenos climáticos actuaban como intermediarios entre la tierra y el cielo. La niebla transportaba la vida a las alturas, mientras que la lluvia hacía des-cender a los espíritus y a otras criaturas celestiales. Las aves eran, además, mensajeros que transportaban cánticos entre el cielo, la Tie­rra y el mundo de los muertos. Creían también que la anaconda gigante, que vive en los ríos, conectaba las regiones acuosas con el cielo, al transformarse en un arco iris.
Para los canelos, incluso la gente corriente podía viajar entre los dos mundos. En ocasio­nes, los esposos viajaban en sueños jun­tos y se despertaban antes del alba para comparar e interpretar sus experiencias.
Sin embargo, en la mayoría de las culturas amazónicas, un chamán debía unir los dos reinos, quien, por lo general, viajaba entre ellos durante un estado de trance inducido por alguna droga alucinógena.
El chamán de los por ejemplo, bebía kaahi, que preparaba con una vid que se decía que tenía su origen en las ribe­ras del lago Akuena, situado en el cen­tro del cielo (se trata, en realidad, de una forma de ayahuasca, un mejun­je alucinógeno elaborado a partir de las lianas gigantes de la selva tro­pical amazónica y cuyo nombre botánico es Banisteriopsis). Después, era capaz le hacer viajar a su alma a la capa del ciclo donde se encon­traban sus espíritus ayudan-tes, o bien hacia la oscuri­dad, el reino subterráneo y cenagoso del pueblo de la anaconda.
Una tercera opción era viajar a las montañas don­de moraba el padre de los pecaríes, un dios de los animales responsable de cerdos y otros animales de los que la tribu de­pendía para su sustento. Una vez allí, podía negociar con el mundo espiritual en nombre de su pueblo. También lo podían enviar para rescatar las almas secuestradas de los enfermos, o para negociar que se llevara una provisión de animales a la Tierra para, de ese modo, disponer de caza abundante.

0.081.4 Anonimo (sudamericano)

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