Gerd era la personificación de los
trigales. Retenida en las garras de los gigantes, era incapaz de prosperar y
necesitaba la ayuda de Freyr, el dios de la fertilidad, para liberarse de su
gélido encierro.
Un día,
Freyr se sentó en el trono de Odín, prerrogativa que estaba prohibida para el
resto de los dioses, para contemplar el universo. Al rato se marchó muy
afligido, pues se había enamorado de una hermosa mujer.
Se trataba
de Gerd, la hija de dos gigantes que la habían recluido en una morada en las
montañas, situada al norte. Se decía que cuando la joven alzaba sus brazos,
todos los mundos se iluminaban con su belleza.
Freyr se
encerró en sí mismo y nadie se atrevía acercarse a él. Un día, su padre, Njord,
pidió al esclavo de Freyr, Skirnir, que representaba al sol, que intentara averiguar
el origen de la tristeza de su hijo.
Freyr le
confesó entonces a Skirnir que se hahía enamorado de Gerd:
-Y si no
logro hacerla mi esposa, me temo que no podré seguir viviendo. Debes pedirle que
se case conmigo y traerla de vuelta, esté o no su padre de acuerdo. Te premiaré
con una gran recompensa. -Skirnir le pidió su magnífica espada, que luchaba por
sí misma, y el dios de la fertilidad se la entregó sin dudarlo.
El esclavo
de Freyr viajó hacia la morada de Gerd, pero, al llegar allí, vio que la joven
se mostraba reacia a casarse con Freyr. Al principio, Skirnir le ofreció las
manzanas de oro de la eterna juventud y el anillo de oro de Odín, pero eso no
la hizo cambiar de opinión. Skirnir entonces la amenazó con recurrir a la violencia,
pero Gerd continuó negándose a casarse con Freyr. Finalmente, el enviado de
este último le advirtió que podría emplear un hechizo y la ira de los dioses.
En ese momento, Gerd cedió, y prometió acudir a Asgard después de nueve noches.
Cuando
Skirnir volvió con la noticia, Freyr pensó que no podría sobrevivir tanto
tiempo sin su amada, pero lo logró, y Freyr y Gerd se casaron.
0.079. anonimo (vikingo)
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