Amaterasu, la gran diosa del sol, envió a
su hermano Tsuki-yomi, el dios de la luna, para que cortejara a la diosa de los
alimentos, Ogetsu-no-hime. Su encuentro divino desencadenó violencia, pero tuvo
un resultado productivo.
Ogetsu-no-hime
vivía en la planicie de juncos central, donde un día se establecieron los mortales,
y Tsuki-yomi descendió del cielo para visitarla. Al ver que se aproximaba un
visitante tan augusto, la diosa produjo alimentos para darle la bienvenida y
agasajarlo.
Cuando
dirigió su mirada hacia la tierra surgió el arroz, mientras que al mirar hacia
las aguas del océano dio forma a los numerosos peces y a otras criaturas
marinas. Entonces dirigió su mirada a las imponentes montañas cubiertas de
nieve y las numerosas criaturas terrestres, de piel suave o cubiertas de duros
pelajes, surgieron de sus orificios corporales.
A
Tsuki-yomi le indignó que le ofreciera alimento de su propio cuerpo, por lo que
blandió su espada con ira y, con un solo golpe de la hoja, abatió a la diosa y
volvió al murmullo celestial, que aplacó completamente su ira. Sin embargo,
la gran Amaterasu no quedo satisfecha al escuchar su aventura y, desde ese día,
se hizo muy extraño ver juntos al Sol y a la Luna.
Amaterasu
envió entonces a otra deidad celestial, Amekumabito («cielo-oso-hombre»), para
que visitara a la diosa de los alimentos; se cree que pudo representarse
mediante una nube, dado que, en la tradición japonesa, ésta era a menudo una
mensajera divina. Al llegar, descubrió que la diosa de los alimentos estaba
muerta, pero de su cuerpo emergió una maravillosa y abundante cosecha: en su
frente creció mijo; en su estómago, arroz; en sus genitales, trigo y legumbres;
en sus cejas aparecieron gusanos de seda, mientras que alrededor de cabeza
nacieron los antepasados del buey y el caballo.
0.040. anonimo (japon)
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