Desde nuestra mentalidad moderna, Aquiles
es una egocéntrica máquina de matar, mientras que el troyano Héctor resulta una
figura más atractiva al preocuparse por el destino de su familia y de su país.
Tras
agotar todas las opciones para instaurar la paz, Héctor se resignó a entrar en
una guerra que sólo podía acabar en desastre. Lideró con gran valentía a los
troyanos logrando que los invasores griegos volvieran a sus barcos, y se
enfrentó cara a cara con el gran amigo de Aquiles, Patroclo. Tras matarlo, se
convirtió en objeto de la mortífera ira del héroe griego, en cuyas manos
encontró la muerte con la ayuda de la diosa Atenea, enemiga acérrima de Troya.
Dos
escenas de la Ilíada, el célebre
poema épico sobre la guerra compuesto por Homero, añaden una nota de patetismo
a la muerte de Héctor. Una es la despedida de su esposa Andrómaca y de su
joven hijo. Cuando intenta besar a este último para despedirse, el pequeno se
echa para atrás, aterrorizado por el casco de bronce, con su cresta de pelo de
caballo. Sonriendo, Héctor se quitó entonces el casco para mostrar su rostro
así poder estrechar entre sus brazos a su querido hijo.
La otra
escena hace referencia a un momento de debilidad del héroe. Cuando Aquiles se
enfrenta a él en solemne duelo, sufre una crisis nerviosa y huye de su adversario,
quien lo persigue junto a las murallas de Troya. Al poco tiempo, Héctor se
arma de valor y se enfrenta a su perseguidor para dirigirse con dignidad hacia
su vaticinada muerte. Es posible que ese momento de debilidad, inimaginable en
su poderoso adversario, no haya aumentado su reputación como guerrero, pero en
cambio le otorga una dimensión humana de la que sin duda carece su resuelto
oponente.
0.060. anonimo (grecia y roma)
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