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domingo, 7 de octubre de 2012

El robo del fuego

En un gran número de mitos, el fuego marca la aparición de la civilización. Suele llegar como una llamarada que destruye a las criaturas peligrosas, o bien como un don que permite cocinar y ahuyentar a los animales.

Los pobladores de la cuenca alta del río Paraguay afirman que la madre del jaguar fue la primera guardiana del fuego, y que luego el resto de los anima­les intentaron arrebatárselo uno a uno.
Primero llegó el armadillo, quien le hizo cosquillas en una pata con una pluma hasta que se quedó dormida, y luego le robó una rama ardiendo, pero en cuanto el cosquilleo finalizó, el jaguar hembra se despertó y llamó a su hijo, que persi­guió al ladrón y recuperó la brasa.
El tapir fue el siguiente en intentarlo tras aburrir a la madre conversando hasta dejarla dormida. Entonces salió de puntillas con una ramita ardiendo, pero cayó al suelo al tropezar con una raíz, con lo que despertó a la madre del jaguar y su intento de robo fracasó.
El resto de los animales intervinieron, a su vez, de forma sucesiva, pero si bien todos lograban con éxito hacer que la madre del jaguar cayese dormida, ninguno de ellos conseguía escapar con el secreto del fuego. Hasta que le llegó el turno al prea, una especie de conejillo de indias, quien, en lugar de hacer que la madre del jaguar se quedara dormida, se limite a entrar para decirlo que deseaba un poco de fuego y, más tarde, salió corriendo con él. Durante un momento, la madre del jaguar quedó demasiado desconcertada como para gritar, por lo que el prea logro esca­par. En su camino de regreso a casa, algunos humanos queda­ron fascinados ante tan preciado objeto, y el prea les entregó el fuego. Aunque el jaguar ya no tiene fuego y está condena­do a comer sus alimentos crudos, el recuerdo de las llamas puede contem-plarse aún en sus ardientes ojos.

0.081.4 anonimo (sudamerica)

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