En un gran número de mitos, el fuego marca
la aparición de la civilización. Suele llegar como una llamarada que destruye a
las criaturas peligrosas, o bien como un don que permite cocinar y ahuyentar a
los animales.
Los
pobladores de la cuenca alta del río Paraguay afirman que la madre del jaguar
fue la primera guardiana del fuego, y que luego el resto de los animales
intentaron arrebatárselo uno a uno.
Primero
llegó el armadillo, quien le hizo cosquillas en una pata con una pluma hasta
que se quedó dormida, y luego le robó una rama ardiendo, pero en cuanto el
cosquilleo finalizó, el jaguar hembra se despertó y llamó a su hijo, que persiguió
al ladrón y recuperó la brasa.
El tapir
fue el siguiente en intentarlo tras aburrir a la madre conversando hasta
dejarla dormida. Entonces salió de puntillas con una ramita ardiendo, pero cayó
al suelo al tropezar con una raíz, con lo que despertó a la madre del jaguar y su
intento de robo fracasó.
El resto
de los animales intervinieron, a su vez, de forma sucesiva, pero si bien todos
lograban con éxito hacer que la madre del jaguar cayese dormida, ninguno de
ellos conseguía escapar con el secreto del fuego. Hasta que le llegó el turno
al prea, una especie de conejillo de
indias, quien, en lugar de hacer que la madre del jaguar se quedara dormida, se
limite a entrar para decirlo que deseaba un poco de fuego y, más tarde, salió
corriendo con él. Durante un momento, la madre del jaguar quedó demasiado
desconcertada como para gritar, por lo que el prea logro escapar. En su camino de regreso a casa, algunos
humanos quedaron fascinados ante tan preciado objeto, y el prea les entregó el fuego. Aunque el
jaguar ya no tiene fuego y está condenado a comer sus alimentos crudos, el
recuerdo de las llamas puede contem-plarse aún en sus ardientes ojos.
0.081.4 anonimo (sudamerica)
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