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domingo, 7 de octubre de 2012

El señor del espejo humeante

Entre los primeros cuatro dioses creados por Ometeotl se encontraba Tezcatlipoca Negro, una incansable y oscura deidad descrita como «todopoderosa e inigualable». Caprichoso hasta la saciedad, podía ofrecer riqueza, una larga vida y felicidad para luego arrebatarlo todo.

Uno de los aspectos más evocadores e inescrutables de Tezcatlipoca es su propio nombre, que significa «espejo humeante,, en alusión al espejo que llevaba detrás de la cabeza y, en ocasiones, al que sustituía uno de sus pies, arrancado cuando lo arrojaron desde el cielo por seducir a una diosa virgen. El relato del espejo de Tezca-tlipoca es tan oscuro como las imágenes de su superficie. Una levenda tolteca habla de un espejo cuya superficie era como el humo y que podía predecir el final de las sequías. Se decía que Tezcatlipoca había robado este espejo y lo había escondido, lo que prolongaba los epi­sodios de hambruna. El espejo era «ahumado» porque es­taba realizado con obsidiana, un cristal volcánico de color negro que reflejaba con oscuridad y, a menudo, distorsiona­ba las imágenes. Tezcatlipoca podía ver el futuro en él y en los corazones de su pueblo, circunstancia que lo convirtió en el mecenas de los chamanes.
Aunque era un dios impredecible que podía traer desgracias y humillar a los vencedores, también tenía su lado protector. De acuerdo con un relato, fue el responsable de guiar a los aztecas durante su búsqueda de una tierra en la que vivir. El oscuro dios los alentaba narrándoles las visiones que podía ver en su espejo sobrenatural. De ahí que, cuando los aztecas llegaron a Texcoco a tra­vés de las aguas de la que luego sería la capital de Tenochtitlán, los sacerdotes colocaran un espejo en el templo de Tezcatlipoca, en el que se podía contem­plar el sombrío y hermoso semblante de la divinidad.

0.010. anonimo (centroamerica)

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