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domingo, 7 de octubre de 2012

El viejecito que hacia florecer los árboles secos

En cierto lugar, cuyo nombre no hace al caso, vivía un anciano matrimonio que tenía puestos sus amores en un perrito.
Un día, cavando el ancianito en un sitio donde el perro había escarbado, se vió deliciosamente sorprendido al encontrar bajo tierra una regular cantidad de monedas de oro.
Es de saber que en la casa inmediata vivía otro matrimonio de ancianos; y éstos, que tenían muy mal corazón, verdes de envidia al saber la buena fortuna de sus bondadosos vecinos, pidieron que le les prestaran el perrito. Cuando lo obtuvieron, lo cual fue cosa fácil, lo llevaron por un camino, anda que te andarás; pero el animalito no escarbaba; hasta que ellos, impacientes, le obligaron á hacerlo.
Cayo el mal viejo en aquel sitio, y en lugar de oro lo que encontró fue, ya lo supondréis, un depósito inmundo de basura.
Furiosos por lo que juzgaron burla, no siendo sino justo castigo á su avaricia, los viejos mataron al perro y lo enterraron al pie de un pino joven que había junto al camino.
El pino, ¡oh prodigio! Creció de pronto desmesuradamente; y el buen viejecito lo cortó é hizo un mortero de su madera. Y cuando se muso á majar cebada en aquel mortero, el grano empezó a fluir del fondo, rebosando sin cesar, siempre, siempre, siempre…
De nuevo el vecino malo sintió envidia y pidió prestado el maravillosos mortero para majar en él su cebada; pero apenas trató de hacerlo, vió que su grano quedaba vano y carcomido.
Entonces su ira no tuvo límites, cogió un hacha y haciendo leña del mortero, la empleó en su horno.
El bondadoso y paciento viejecito recogió un poco de ceniza en que se había convertido su mortero, y arrojándola en las ramas de los árboles secos, conseguía que éstos floreciesen por encanto, aún en lo más crudo del invierno.
Aquella virtud obtuvo debida y generosa recompensa; el príncipe que regía el país premió con oro, plata y piezas de seda al anciano, á quien todos llamaban “el viejecito que hace florecer los árboles secos”
De nuevo el vecino malo sintió envidia, y quiso emular la maravillosa virtud del buen viejecito. Pero cuando arrojó un puñado de ceniza á las ramas de un árbol seco, no sólo éste no floreció, sino que algunas cenizas fueron volando y se metieron en los ojos del príncipe.
Los cortesanos, ardiendo en indignación, gritaban: "¡Qué insolencia es ésta!”; y cogiendo por su cuenta al viejo, no hubo mano que no le midiera las espaldas. Sangrando, y con la cabeza llena de chichones, por milagro pudo el triste criminal escapar vivo. Cuando su mujer le vió volver á lo lejos, se dijo con satisfacción: "Por lo que veo, el príncipe ha recompensado también á mi marido, puesto que viene vestido de púrpura."
Mas el júbilo le duró bien poco; al acercarse el desdichado y examinarlo más atentamente, vio que lo que ella había tomado por púrpura era la sangre que empapaba las ropas del viejo. Este, víctima de su avaricia, cayó en cama para no levantarse más.

0.040. anonimo (japon)

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