En el segundo de los tres relatos que se
incluyen en el papiro de Westcar, el príncipe Baufre narra la historia del
padre de su padre, el rey Esnofru, y su sacerdote Dyadyaemanj.
Era un
día especialmente caluroso. Muerto de aburrimiento, Esnofru convocó a Dyadyaemanj,
uno de sus sacerdotes lectores, y le pidió que lo distrajera. A Dpadyaemanj
(cuyo nombre quiere decir «el portador del libro de rituales») se le ocurrió un
plan: el rey podía salir en barco al lago del palacio, donde podría refrescarse
y disfrutar de la belleza del paisaje. Para aumentar todavía más el disfrute de
Esnofru, propuso que el barco fuera llevado a remo por veinte de las mujeres
más atractivas del haren real.
El
alicaído semblante del rey, por fin se iluminó.
-Vamos a
equipar el barco con remos dorados de ébano y sándalo -mandó con entusiasmo. A
las chicas se les ordenó que sustituyeran sus habituales vestidos de lino por telas
transparentes con abalorios de cerámica vidriada que apenas ocultaban sus curvas.
Al
principio, todo fue bien. El rey se reclinó feliz, mientras disfrutaba de las
flores, los pájaros y los peces del lago, si bien en realidad dedicaba la mayor
parte de su atención a la tripulación ligera de ropa. Pero, al cabo de un
rato, a una de las remeras se le cayó al lago la hermosa turquesa colgante
que llevaba en su tocado. Dio un grito de consternación, e, inmediatamente,
se detuvieron los remos. La pobre chica estaba abatida ante semejante pérdida.
En una muestra de su indulgencia, el rey le ofreció sustituir el colgante
perdido por otro de su propia colección de turquesas, pero la chica insistía en
que solo la satisfaría recuperar su propio abalorio.
-¡Dyadyaemanj!
-dijo el rey. Soluciona el problema.
-El sacerdote hizo una reverencia y
pronunció un poderoso conjuro. Al instante, las aguas del río descendieron
hasta dejar al descubierto el amuleto que yacía a salvo sobre el lecho seco del
lago. Dyadyaemanj lo tomó entre seis manos y entonces pronunció otro conjuro
para que las aguas recuperaran su nivel anterior.
Esnofru
quedo profundamente impresionado por los prodigiosos poderes de Dvadvaemanj y,
como consecuencia, decidió recompensarlo con un gran número de riquezas. La
chica volvió a ponerse el amuleto en el cabello y todas continuaron remando
durante una feliz y prolongada tarde.
0.034. anonimo (egipto)
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