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domingo, 7 de octubre de 2012

La turquesa colgante

En el segundo de los tres relatos que se incluyen en el papiro de Westcar, el príncipe Baufre narra la historia del padre de su padre, el rey Esnofru, y su sacerdote Dyadyaemanj.

Era un día especialmente caluroso. Muerto de abu­rrimiento, Esnofru convocó a Dyadyaemanj, uno de sus sacerdotes lectores, y le pidió que lo distra­jera. A Dpadyaemanj (cuyo nombre quiere decir «el portador del libro de rituales») se le ocurrió un plan: el rey podía salir en barco al lago del palacio, donde podría re­frescarse y disfrutar de la belleza del paisaje. Para aumentar todavía más el disfrute de Esnofru, propuso que el barco fue­ra llevado a remo por veinte de las mujeres más atractivas del haren real.
El alicaído semblante del rey, por fin se iluminó.
-Vamos a equipar el barco con remos dorados de ébano y sándalo -mandó con entusiasmo. A las chicas se les ordenó que sustituyeran sus habituales vestidos de lino por telas transparentes con abalorios de cerámica vidriada que ape­nas ocultaban sus curvas.
Al principio, todo fue bien. El rey se reclinó feliz, mientras disfrutaba de las flores, los pájaros y los peces del lago, si bien en realidad dedicaba la mayor parte de su aten­ción a la tripulación ligera de ropa. Pero, al cabo de un rato, a una de las remeras se le cayó al lago la hermosa turque­sa colgante que llevaba en su tocado. Dio un grito de cons­ternación, e, inmediatamente, se detuvieron los remos. La pobre chica estaba abatida ante semejante pérdida. En una muestra de su indulgencia, el rey le ofreció sustituir el col­gante perdido por otro de su propia colección de turquesas, pero la chica insistía en que solo la satisfaría recuperar su propio abalorio.
-¡Dyadyaemanj! -dijo el rey. Soluciona el problema. 
-El sacerdote hizo una reverencia y pronunció un podero­so conjuro. Al instante, las aguas del río descendieron hasta dejar al descubierto el amuleto que yacía a salvo sobre el lecho seco del lago. Dyadyaemanj lo tomó entre seis manos y enton­ces pronunció otro conjuro para que las aguas recuperaran su nivel anterior.
Esnofru quedo profundamente impresionado por los prodigiosos poderes de Dvadvaemanj y, como conse­cuencia, decidió recompensarlo con un gran número de ri­quezas. La chica volvió a ponerse el amuleto en el cabello y todas continuaron remando durante una feliz y prolonga­da tarde.

0.034. anonimo (egipto)

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