En ningún lugar del mundo, los temas
mitológicos sobre amor, muerte y creatividad han conmovido tanto como el relato
de Eurídice y del gran músico y poeta Orfeo, cuyas melodías eran tan dulces que
no sólo embelesaban a las bestias más salvajes, sino también a las rocas y a
los árboles.
Orfeo y
Eurídice no llevaban mucho tiempo casados cuando esta última pisó una serpiente
y murió a consecuencia del veneno. Desesperado ante la muerte de la mujer que
tanto amaba, Orfeo decidió devolverla a la vida. Con su lira como único
equipaje, bajó al mundo de los muertos para suplicar a soberano, Hades, que
resucitara a Eurídice. Allí entonó un canto de amor con tal tristeza que el
mismo Hades se conmovió y accedió a devolverle a su esposa.
No
obstante, Hades impuso una condición: no debía mirarla hasta que ambos hubieran
salido del mundo de los muertos.
Orfeo
empezó a guiar a su amada mientras tocaba con su lira en el difícil ascenso de
las oscuridades. Pero en el último momento, su ansia por ver a Eurídice fue
más fuerte que él, y se giró para abrazarla, aunque en ese instante vio con
enorme tristeza cómo la espalda de su esposa se alejaba poco a poco entre las
sombras.
Consternado
ante la pérdida, ahora definitiva, de su ser querido, volvió a su hogar,
negándose a enamorarse de otra mujer. Este hecho, y su relación con Apolo,
provocó la furia de las salvajes ménades, seguidoras del dios rival Dioniso, y
en una de sus alocadas orgías se abalanzaron sobre el poeta y lo descuartizaron
para luego arrojar su cabeza al río Hebro.
La
cabeza, que siguió entonando melodías mientras flotaba en el mar, fue
transportada por la corriente hasta la isla de Lesbos, donde finalmente se
colocó e una cueva sagrada, para que sirviera de oráculo a todas aquellas
personas que acudían a consultarlo.
0.060. anonimo (grecia y roma)
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