Las hazañas de Alejandro Magno sirvieron de
inspiración a toda una serie de narraciones que alcanzaron gran popularidad en
la Europa medieval. Algunos de los relatos más exóticos se presentan en forma
de las cartas que Alejandro escribió a su tutor, el célebre filósofo
Aristóteles.
Una de
las misivas de Alejandro describe cómo, durante una visita a una región lejana,
el ejército del general vio una gran ciudad que parecía flotar en el aire, ya
que había sido erigida por encima de los juncos que abarrotaban la ribera del
río. Cuando probaron el agua, tenía un sabor nauseabundo y algunos de los
hombres que intenta-ron bañarse en él fueron devorados por reptiles.
Más
tarde, sedientos tras llevar acabo una larga marcha, se encontraron con un lago
de agua dulce y decidieron acampar junto a él. Esa noche, aparecieron
escorpiones y serpientes con cuernos del tamaño del antebrazo de un hombre que
atacaron a los soldados. Por si fuera poco, feroces bestias acudieron a beber al
lago, entre las que había unos animales con un aliento hediondo y rostro de
mujer, pero con mandíbulas y colmillos de perro.
Durante
otra campaña, en la India, a Alejandro se le mostró un jardín sagrado
rebosante de arboles parlantes. Mientras él y sus hombres permanecían en el
centro del jardín, observaron cómo uno de los árboles, consagrado a un dios del
sol llamado Mitora, hablaba tres veces al día, y cómo otro, el árbol de un dios
de la luna llamado Mayosa, hablaba dos veces. Al atardecer, Alejandro oyó las
palabras que salían del primer árbol, pero como se expresó en el idioma local,
tuvo que acudir a un sacerdote para que le recelara lo que había dicho el
oráculo. Le advirtió que muy pronto sería asesinado a manos de sus propios
hombres.
Esa
misma noche volvió al recinto, poco antes de que el árbol de la luna comenzara
a hablar, y no se vio defraudado. Una profunda voz que emergía del árbol reveló
nuevas y aterradoras noticias, en concreto que Alejandro iba a morir en
Babilonia, lejos de su hogar. En realidad, los dioses estaban en lo cierto, ya
que se enfrentaría a un amotinamiento que lo obligó a retirarse de la India, y
en el año 323 a. C. Alejandro murió en Babilonia, aunque a consecuencia de unas
fiebres, y no por una traición.
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