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miércoles, 13 de marzo de 2013

Las cartas de alejandro a aristóteles

Las hazañas de Alejandro Magno sirvieron de inspiración a toda una serie de narraciones que alcanzaron gran popularidad en la Europa medieval. Algunos de los relatos más exóticos se presentan en forma de las cartas que Alejandro escribió a su tutor, el célebre filósofo Aristóteles.

Una de las misivas de Alejandro describe cómo, durante una visita a una región lejana, el ejér­cito del general vio una gran ciudad que pare­cía flotar en el aire, ya que había sido erigida por encima de los juncos que abarrotaban la ribera del río. Cuando probaron el agua, tenía un sabor nauseabundo y algu­nos de los hombres que intenta-ron bañarse en él fueron devo­rados por reptiles.
Más tarde, sedientos tras llevar acabo una larga marcha, se encontraron con un lago de agua dulce y decidieron acampar junto a él. Esa noche, aparecieron escorpiones y serpientes con cuernos del tamaño del antebrazo de un hombre que atacaron a los soldados. Por si fuera poco, feroces bestias acudieron a beber al lago, entre las que había unos animales con un aliento hedion­do y rostro de mujer, pero con mandíbulas y colmillos de perro.
Durante otra campaña, en la India, a Alejandro se le mos­tró un jardín sagrado rebosante de arboles parlantes. Mientras él y sus hombres permanecían en el centro del jardín, observaron cómo uno de los árboles, consagrado a un dios del sol llamado Mitora, hablaba tres veces al día, y cómo otro, el árbol de un dios de la luna llamado Mayosa, hablaba dos veces. Al atardecer, Alejandro oyó las palabras que salían del primer árbol, pero como se expresó en el idioma local, tuvo que acudir a un sacerdote para que le recelara lo que había dicho el oráculo. Le advirtió que muy pronto sería asesinado a manos de sus propios hombres.
Esa misma noche volvió al recinto, poco antes de que el árbol de la luna comenzara a hablar, y no se vio defraudado. Una profunda voz que emergía del árbol reveló nuevas y ate­rradoras noticias, en concreto que Alejandro iba a morir en Babilonia, lejos de su hogar. En realidad, los dioses estaban en lo cierto, ya que se enfrentaría a un amotinamiento que lo obligó a retirarse de la India, y en el año 323 a. C. Alejandro murió en Babilonia, aunque a consecuencia de unas fiebres, y no por una traición.

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