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miércoles, 13 de marzo de 2013

La comadreja y el bebé

Los bestiarios pretendían analizar el comportamiento animal en busca de valores morales humanos equivalentes. En numerosos relatos populares se establecieron paralelismos emocionales entre los seres humanos y los animales, como muestra este relato galés acerca de una comadreja.

La fascinación medieval por los animales se expresaba también mediante fábulas, un subgénero literario muy popular en aquella época. Geoffrey Chaucer incluyó el relato del ufano gallito Chanticleer, cuya vanidad hizo que acabara en las fauces de un zorro, en sus célebres Cuentos de Canterbury. Los zorros eran los antihéroes favoritos y, como tales, protagonizaron infinidad de cuentos por toda Europa. Muchas de las mejores historias se reco­gieron en la obra satírica titulada Ronan de Renart, realiza­da en Francia en el siglo XIII, si bien reúne material popular que data de una época muy anterior.
Gran parte del atractivo de Reynard reside en sus cómicas travesuras, basadas en el uso de un ávido genio para sacar el mayor partido de sus adversarios. Sin embargo, el compilador del Roman enmarca los cuentos en un supuesto juicio frente al Consejo de los Animales, estableciendo así un escenario para toda una serie de críticas satíricas de la sociedad de la época.
Con respecto a la astucia, el único rival del zorro era la comadreja, aunque por aquel entonces se consideraba vene­nosa. Sin embargo, como muestra un relato medieval, podía mostrar también emociones humanas. De acuerdo con Gerald de Gales, un día, un hombre encontró en su casa un nido de comadreja en el interior de un abrigo de piel de cordero y, con sumo cuidado, lo sacó con la cría de la comadreja aún en su interior. Cuando la madre regresó y comprobó que su cría ha­bía desaparecido, decidió vengarse, así que se dirigió a la jarra de leche del hijo del hombre y, de pie sobre sus patas traseras, echo veneno en su interior.
El hombre, al ver lo que hacía la comadreja, se apresuró a dejar el abrigo de piel de cordero en su lugar. Cuando la coma­dreja vio que su cría no había sufrido ningún daño, dio un grito de alegría, corrió hacia la jarra y la tiro para verter todo su conte­nido. Además, en señal de gratitud, prometió que se encargaría de que el bebé humano no sufriera nunca ningún daño.

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