En Orlando furioso, de Lodovico
Ariosto, la casta Bradamante, que cabalgaba como la virgen guerrera vestida con
una armadura blanca, se ganó el corazón del paladín pagano Ruggiero, aunque su
romance estuvo plagado de no pocos avatares.
Se decía
que Ruggiero era descendiente de Héctor de Troya. Tras ser cuidado durante su
infancia por una leona, era pupilo del mago Atlas, quien lo protegía de todo
peligro, dado que una profecía había augurado su prematura muerte.
Bradamante
liberó a Ruggiero del castillo de Atlas, creado mediante conjuros, pero el mago
lo volvió a recuperar montado en un hipogrifo, un caballo alado con cabeza de
grifo. Más tarde, volvió a ser liberado por un caballero y viajó a lo largo y
ancho del mundo, aunque Atlas siempre intentaba recuperarlo para ponerlo a
salvo.
Un día,
en un claro del bosque, Ruggiero se encontró a un gigante y a un caballero que
luchaban. El gigante abatió a su oponente y, cuando se disponía a darle muerte,
el casco del caballero se soltó y Ruggiero pudo comprobar que el paladín caído
no era otro que su amada Bradamante. Cuando avanzó para salvarla, el gigante la
levantó, se adentró en el bosque con el caballero al hombro y condujo a
Ruggiero a un castillo encantado, en el que éste buscó a su amada sin éxito, ya
que Atlas se había vuelto a salir con la suya: la doncella parecida a Bradamante
y el castillo habían sido fruto de su magia.
Llegó un
día en el que la verdadera Bradamante se dirigió al mismo claro del bosque y
Atlas utilizó un fantasma con la apariencia de Ruggiero para atraer a la virgen
guerrera a su guarida, quien, sin éxito, intentó buscar a su amado. Cuando se
libraron del conjuro, Bradamante y Ruggiero se abrazaron apasionadamente. El
caballero se convirtió al cristianismo para obtener su mano, y, finalmente, la
pareja contrajo matrimonio en la corte de Carlomagno, donde se erigieron
espléndidos pabellones y los campos se decoraron con hermosas guirnaldas.
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