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miércoles, 13 de marzo de 2013

El cid y el leproso

Conservada en multitud de romances y crónicas medievales, la leyenda del Cid se inspiró en la vida del noble del siglo XI Rodrigo Díaz de Vivar. La generosidad del Cid ante un mendigo que encuentra en su camino es uno de los numerosos episodios que ponen de manifiesto la piedad y caballerosidad de tan célebre personaje.

El gran Cid galopaba a la cabeza de una compañía formada por veinte caballeros, con destino al san­tuario de Santiago para rendirle honores al santo
Al encontrarse a un leproso por el camino, que con voz débil demandaba caridad cristiana, detuvo su caballo, desmon­tó y ayudó al pobre hombre a ponerse de pie. Acto seguido, lo colocó en la silla de montar, se subió al caballo , y galopó junto a él compartiendo su propia montura.
Más tarde, se detuvieron en una posada para pasar allí la noche. Don Rodrigo tuvo que insistir para que permitieran la entrada al leproso, pero pudo incluso sentarlo a su mesa para co­mer. Cuando al final del día se encendieron las velas, el Cid condujo al leproso a su ha­bitación y allí compartió su cama con él.
En la oscuridad de la noche, el ca­ballero cristiano se despertó sobresaltado y sintió una fría respiración entre sus hombros. Saltó de la cama y pidió que encendieran las luces de la estancia; pero cuando se hizo la luz, no había rastro del leproso en la habitación.
Entonces, el gran guerrero cayó de rodillas al ver una aparición que resplan­decía con la luz del cielo. El espectro se presentó como Lázaro, el mismo que fue resucitado por el propio Jesucristo. Había ad­quirido la apariencia del leproso, cuyo sufrimiento el Cid había alviado el día anterior, y vaticinó un fantástico futuro para el guerrero, una muerte honorable y una vlda eterna en el paraíso. La visión entonces desapareció y, durante el resto de la noche, don Rodrigo permaneció de rodillas rezando a la Virgen María y a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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