Conservada en multitud de romances y
crónicas medievales, la leyenda del Cid se inspiró en la vida del noble del
siglo XI Rodrigo Díaz de Vivar. La generosidad del Cid ante un mendigo que
encuentra en su camino es uno de los numerosos episodios que ponen de
manifiesto la piedad y caballerosidad de tan célebre personaje.
El gran
Cid galopaba a la cabeza de una compañía formada por veinte caballeros, con
destino al santuario de Santiago para rendirle honores al santo
Al
encontrarse a un leproso por el camino, que con voz débil demandaba caridad cristiana,
detuvo su caballo, desmontó y ayudó al pobre hombre a ponerse de pie. Acto
seguido, lo colocó en la silla de montar, se subió al caballo , y galopó junto
a él compartiendo su propia montura.
Más
tarde, se detuvieron en una posada para pasar allí la noche. Don Rodrigo tuvo
que insistir para que permitieran la entrada al leproso, pero pudo incluso sentarlo
a su mesa para comer. Cuando al final del día se encendieron las velas, el Cid
condujo al leproso a su habitación y allí compartió su cama con él.
En la
oscuridad de la noche, el caballero cristiano se despertó sobresaltado y
sintió una fría respiración entre sus hombros. Saltó de la cama y pidió que encendieran
las luces de la estancia; pero cuando se hizo la luz, no había rastro del
leproso en la habitación.
Entonces,
el gran guerrero cayó de rodillas al ver una aparición que resplandecía con la
luz del cielo. El espectro se presentó como Lázaro, el mismo que fue resucitado
por el propio Jesucristo. Había adquirido la apariencia del leproso, cuyo
sufrimiento el Cid había alviado el día anterior, y vaticinó un fantástico futuro
para el guerrero, una muerte honorable y una vlda eterna en el paraíso. La visión
entonces desapareció y, durante el resto de la noche, don Rodrigo permaneció de
rodillas rezando a la Virgen María y a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
0.083.4 anonimo (edad media)
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