Translate

lunes, 25 de febrero de 2013

La tempestad domada

Las gentes que habitaban las tierras del norte se consideraban víctimas indefensas de los elementos. Este relato de un joven y emprendedor Nlaka'pamux de las tierras del río Thompson, en la Columbia Británica habla de un humano que decidió luchar contra ellos.

Se dice que en las tierras subárticas de la Columbia Británica hubo un tiempo en el que el viento aterror­izaba al mundo sin piedad. Ningún árbol estaba a salvo de sus estragos y ninguna tienda podía mon­tarse debido a sus gélidas ráfagas. De hecho, era imposible llevar a cabo ninguna actividad humana cuando el viento no lo de­seaba, y los indígenas, que nunca se habían planteado actuar de manera distinta, aceptaban su tiranía.
Sin embargo, un niño se había propuesto domar al viento. Una vez decidido, reflexionó sobre la mejor forma de llevar a cabo su misión. Cuando los cazadores de su tribu querían domar a una fiera salvaje, primero tendían trampas para capturarla, por lo que decidió colocar una serie de cepos en los territorios favoritos del viento, en los lugares más expuestos.
Consciente de sus esfuerzos, el ciento grito con sorna durante días hasta que, para su sorpresa, descubrió que se en­contraba atrapado. Se sacudió y aulló en un intento por esca­par, pero el chico lo recogió a toda prisa en una manta y se lo llevó triunfante para mostrárselo a su pueblo.
Cuando les habló acerca de su éxito, sus vecinos se bur­laron con desdén, negándose a creer su historia, pero quedaron impresionados cuando soltó un extremo de la manta y una in­tensa ráfaga de aire salió de ella. Tras volver a capturar el viento en la manta, acordó liberarlo con la condición de que se aplaca­ra, y al viento no le quedó otra alternativa que aceptar, aunque incluso así insistió en que, en ocasiones, se sentiría obligado a desencadenar una tormenta. Al considerar justa su demanda, el niño se devanó los sesos para encontrar la forma de conce­derle la libertad que tanto ansiaba, limitando al mismo tiempo el daño que podía causar a su pueblo. Por fin, ambos llegaron a un acuerdo: siempre que se avecinara una tempestad, el vien­to teñiría de rojo el cielo para advertir de su inminente llegada.

0.085.4 anonimo (artico)

No hay comentarios:

Publicar un comentario