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lunes, 25 de febrero de 2013

El don no deseado del sol

El respeto reverencial que inspiraban las fuerzas elementales ha generado infinidad de mitos en todo el mundo, y la Polinesia no es una excepción. Este relato de Tonga cuenta el devastador legado de la unión entre el dios del sol y una mortal.

Un día, mientras cruzaba los cielos, el Sol observo a una hermosa mujer, medio desnuda, que se encontraba pescando. Al sen­tirse de inmediato atraído hacia ella, decidió abordarla bajo la apariencia de un humano y, nueve meses más tarde, la mujer engendró a un hijo, Sisimatailaa. Con el tiempo, se convirtió en un apuesto joven y, cuando le llegó la hora de contraer matrimonio, no tuvo problemas en encontrar una novia. Sin embargo, deseaba que su padre bendijera su unión y, siguiendo los consejos de su madre, subió a la cima de la montaña más alta de la isla, con la intención de pedir permiso al Sol para contraer ma­trimonio.
Su llamamiento obtuvo respuesta y del cielo cayeron dos fardos acom­pañados de una advertencia: sólo uno podía abrirse, mientras que el otro debía permanecer intacto. Volvió a su casa con los paquetes y, al desenvolver el pri­mero, encontró un tesoro de oro y plata.
Vigiló atentamente el otro fardo para garantizar que se cumplían las instrucciones del dios. Pero un día, al cabo de varios meses, él y su espesa deci­dieron salir juntos a pescar y, debido al calor de la tarde, el joven se quedó dormido.
Mientras dormiaba, su mujer, llevada por la curiosidad, se dirigió al misterioso paquete. Al igual que su homóloga griega, Pandora, sintió un enor­me deseo por conocer su contenido. Pero las consecuencias de su extremada curiosidad demostraron ser igual de funestas: al abrir el fardo, desencadenó tormentas y tempestades por todo el mundo, y tanto ella como su esposo fue­ron las primeras víctimas, cuando un inmisericorde viento volcó su embarca­ción y los envió a una tumba bajo las olas.

0.086.4 anonimo (samoa y tonga)

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