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lunes, 25 de febrero de 2013

kukiaq y la luna

El chamán ártico era un vínculo entre la comunidad y el mundo espiritual. Un relato acerca de un esquimal Netsilik del noreste de Canadá narra cómo en una ocasión un chamán viajó al reino celestial, donde se encontró con los espíritus del sol y de la luna.

Una tarde, un chamán llamado kukiaq esperaba con paciencia junto al orificio de ventilación de una foca con la esperanza de capturar a alguna presa. La tierra, el mar y el aire estaban congelados y, en silencio, miró a la enorme Luna que flotaba en el cielo.
Mientras permanecía de pie mirándola fijamente, la Luna se fue acercando, arrastrándose por el cielo de la noche hasta colocarse justo encima de él. Luego adquirió la forma de un hombre alto y de facciones adustas que iba montado so­bre un trineo construido con mandíbulas de ballena y que iba tirado por perros. Siguiendo las órdenes de la Luna, Kukiaq se sentó en el trineo, cerró los ojos y voló por el cielo salpicado de estrellas.
Mas tarde, oyó el crujido del trineo sobre la nieve abrió los ojos. Para su sorpresa, se encontró en una aldea atestada de gente, en la que vio a varios amigos que habían muerto hacía ya mucho tiempo, quienes le dieron palmadas en el hombro en señal de bienvenida. Así supo que se encontraba en el país celestial de la muerte, a gran distancia por encima de la Tierra.
El hombre-Luna mostró a Kukiaq las iluminadas venta­nas de su hogar y lo invitó a entrar. Durante un momento, Ku­kiaq palideció, pues los muros del camino de entrada y de la casa se movían de fuera hacia adentro con un movimiento te­rrorífico. En la entrada había un fiero perro, pero Kukiaq sa­bía que, si demostraba no tener miedo, no sufriría ningún daño.
En el interior se encontró con una hermosa mujer que estaba amamantando a su bebé, y junto a ella había una lámpara con tal intensidad que quemó la tirilla del cuello de kukiaq: aquella mujer, comprendió, era el mismo Sol. Dio la bienvenida al chamán y le dejo sitio para que se sen­tara junto a ella en el banco. Kukiaq deseaba quedarse, pero era lo suficientemente listo como para saber que, si se sen­taba jumo a ella, nunca encontraría el camino de vuelta a la Tierra.
Escapó corriendo de la casa de la Luna y, después de una larga caída, se encontró de pie sobre el hielo junto al mismo orificio del que había partido momentos antes.

0.085.4 anonimo (artico)

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