A lo
largo de los siglos, las ratas fueron poblando todas las islas polinesias de
mayor tamaño. En algunas ocasiones, eran los viajeros, que se trasladaban en
balsa en busca de un nuevo hogar, los que las transportaban de forma deliberada,
ya que en una isla en la que escaseara la carne podían servir de alimento.
A pesar
de que Tonga y Samoa no contaban con una variedad de criaturas mayor que otros
lugares, con la única excepción de las relativamente áridas islas Chatham, su
presencia mitológica es un reflejo del lejano recuerdo de la vida en el
continente.
Un
relato, que advierte del peligro de ser demasiado confiado con los amigos,
cuenta cómo en tiempos primigenios, antes de que se forjaran las identidades de
los animales, la rata y el murciélago de Samoa se inter-cambiaron los papeles.
La primera sentía envidia de las alas del murciélago e ideó una estratagema
para lograrlas. Tras observar a su compañero para averiguar qué frutos le
gustaban más, se colocó debajo de un castaño tahitiano y, cuando el murciélago
se aproximó para comer, le preguntó por qué utilizaba sin permiso sus provisiones.
Tras negarse a aceptar disculpas, la rata le dijo que no era necesario
disculparse y que podían llegar a ser amigos: en señal de amistad, le
permitiría comer del árbol a cambio de tomar prestadas sus alas para poder volar.
El
murciélago le entregó sus alas a regañadientes, no sin antes advertirle que no
tardara mucho en devolverlas. La rata entonces le entregó sus patas y el rabo
para que cuidara de ellos, y luego ascendió al cielo para no ser vista nunca
más. De ahí que, siempre que un guerrero de Samoa engaña a otro, alguien dice:
-Pero ¿no
conocías la historia acerca de la amistad entre la rata el murciélago?
0.086.4 anonimo (samoa y tonga)
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