Eran
tiempos difíciles y el hombre comprobó que estaba colocando sus cepos en vano,
pero las trampas eran las únicas armas de las que disponía en aquellos días en
los que aún no existían el arco ni las flechas. Día tras día, recorría la
profunda nieve para comprobarlos, avanzando lenta y dolotosamente, ya que
nadie había inventado todavía el calzado para la nieve. El recuerdo de sus
hambrientos hijos y esposa, víctimas del frío y la desdicha en el hogar, lo
animaban a continuar, pero la desesperación estaba minando poco a poco su deseo
de seguir adelante.
De
repente, se encontró con una hoguera, al lado de la cual vio a un extraño que vigilaba
un estofado. «Es Lobo», dijo el hombre, y en realidad se trataba del cuñado del
cazador. La fogata y el alimento eran, para él, su apreciado pariente; había varios
caribúes que había matado para alimentar y vestir a la familia de su hermana. También
algunos zapatos para la nieve de modo que su camino de vuelta a casa fuera más
fácil. Sin embargo, el mejor regalo de todos fue el arco y la flecha, pues
ahora podía cazar no sólo conejos, sino también presas de mayor tamaño, como
alces y caribúes.
Lleno de
júbilo, el hombre le dio las gracias a Lobo por su generosidad, y juntos
rieron hasta bien entrada la noche. Pero el cazador se quedó dormido. Al
despertarse, pudo comprobar que una silueta oscura se alejaba entre la bruma
de la mañana: era su benefactor y cuñado, ¡un lobo auténtico!
0.085.4 anonimo (artico)
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