Un día,
tres potros bajaron del cielo en busca de alimento, al no encontrar hierba ni
agua en los pastos celestes.
Tras
posarse en el Tíbet, se separaron para ir a buscar tierra de pastoreo: el mayor
se dirigió hacia las montañas del norte; el segundo fue a la meseta, mientras
que el tercero descendió hacia un valle, en el que encontró corrientes de agua
fresca y jugosa hierba. Al reunirse de vuelta en el cielo para relatar sus
descubrimientos, los hermanos segundo y tercero esperaron en vano al mayor,
hasta que al final cayeron en la cuenta de que tendrían que ir a buscarlo
ellos mismos.
Tras
escalar las colinas, encontraron una región gobernada por un yak, que había
corneado hasta la muerte al hermano mayor por considerarlo un intruso.
Consternados ante semejante pérdida, los dos potros más jóvenes lloraron su
muerte, pero mientras que el hermano mediano se resignó a aceptarla, el más
joven decidió vengarse. Consciente de que no podía contar con su hermano,
descendió a la meseta y se introdujo en el mundo de los hombres. Los dioses le
advirtieron que no lo hiciera (los hombres podrían capturarlo y amordazarlo con
una brida), pero el potro estaba decidido y no lograron disuadirlo.
En la
primera comunidad a la que llegó, negoció un pacto con uno de sus miembros: si
vengaba a su hermano, le prestaría sus servicios durante cien años, llevándolo
a lo largo de su vida mortal y luego conduciéndolo al cielo cuando le llegara
la muerte.
Tras
aceptar dichas condiciones, el hombre se dirigió a las montañas; mató al
mortífero yak y el caballo por fin fue vengado. Satisfecho por el cumplimiento
del trato, el potro prestó sus servicios a su amo con lealtad, al igual que
hicieran sus descendientes hasta nuestros días.
0.087.4 anonimo (tibet)
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