Una tarde, una joven madre estaba acunando a
su bebé junto al fuego cuando una chispa saltó de las llamas y alcanzó al
indefenso niño, que gritó de dolor. La mujer comenzó a maldecir al fuego y,
tras tumbar al bebé, agarró un hacha y golpeó los troncos que ardían. Luego
sofoco las brasas con agua hasta que no quedo ni rastro del fuego.
-Se lo
tenía merecido -dijo- por hacerle daño a mi niño.
Sin
embargo, ahora su tienda estaba fría y oscura. Incapaz de re-avivar el fuego,
fue a pedirle un poco a sus parientes, pero, en cada tienda a la que acudía el
fuego, parpadeaba y se extinguía. Muy pronto el pueblo entero quedó frío y a
oscuras.
Todo el mundo
estaba furioso con la joven madre, y una anciana decidió acudir a su tienda
para averiguar qué había podido hacer para entristecer tanto a la Señora del
Fuego. Una vez dentro, restregó unos palos de madera sin éxito, pero del débil
brillo que logro crearse pudo oír una voz:
-El
género humano al completo -dijo la Señora de Fuego, se verá privado del fuego
por la falta de respeto de esta joven.
Dijo
también que lo único que le haría cambiar de idea sería que la mujer pagara su
sacrilegio sacrificando a su único hijo, pues de su agonizante corazón se
prendería la llama que habría de salvar a la humanidad. Llorando, la madre
entregó a su querido hijo. La Señora del Fuego se alzó en una elevada llama y
se llevó al niño al cielo, a ninguno de los dos volvieron a ser vistos nunca
más. La joven madre lloro amargamente la muerte de su hijo, pero en el campamento
y en el resto del mundo, hombres y mujeres suspiraron de alivio cuando todos
los fuegos se volvieron a avivar.
0.085.4 anonimo (artico)
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