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lunes, 25 de febrero de 2013

La llegada del canto a los samis

Según una leyenda del pueblo sami de Laponia, la bondadosa hija del sol le otorgó el dulce don de la música. Sin embargo, su generosidad fue desperdiciada por algunos miembros de la tribu.

El pueblo sami afirma que el arte del canto fue un regalo de Akanidi, la hija del sol, quien durante sus viajes diarios por los cielos observó que las personas que habitaban más abajo parecían apáticas y tristes, por lo que pidió permiso a su padre para visitarlas. Fue a casa de una pa­reja de ancianos que no tenían hi­jos que vivía en una isla del lago. El matrimonio la trato como si fuera su propia hija, pero le dijeron que sólo le permitirían mezclarse con otras personas una vez que al­canzara la madurez.
Cuando fue lo bastante mayor, estuvo vagando por el mundo y logró cosas maravillosas. Concedía a todas las personas con las que se encontraba la dicha del canto y de la danza, y les enseñó también a confeccionar los coloridos trajes por los que los lapones se hicieron famosos des­de entonces.
Sin embargo, no todo el mundo estaba satisfecho con sus regalos. Los más ancianos de la tribu no deseaban tener nada que ver con todas aquellas novedades, y lo único que les interesaba eran las piedras precio­sas que creaba de manera mágica para adornar chaquetas y faldas, ya que podían intercambiarlas por mercancías de gran valor.
Cuando Akanidi cayó en la cuenta de su acaricia, se negó a concederles nada más, por lo que el más anciano conspiró para asesinarla. Consciente de que es­taba protegida por el sol, acudieron a pedir consejo a una astuta bruja lla­mada Oadz, quien sugirió que blo­quearan la chimenea de la tienda de Akanidi para que el sol no pudiera ver cómo la golpeaban hasta morir.
Pero los asesinos, con las prisas, no bloquearon la chimenea del todo, de manera que, cuando golperaron a Akanidi, ésta no murió, sino que se desvaneció. Entonces, entonó un último cántico, salió flotando hacia arriba como el humo del fuego y, por último, desapareció para siem­pre jamás.
Sin embargo, continúa mirando desde el cielo, y cada vez que ve a gente cantar, sonríe, pues le recuerda que no rea­lizó su viaje en vano.

0.085.4 anonimo (artico)

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