En una
cultura en que la generosidad era una virtud tan importante, la acaricia era
un vicio punible, tal como descubrió un egoísta habitante de Alaska. Este
hombre, que tenía dos esposas, se cansó de compartir las presas que había
cazado junto a sus compañeros v comenzó a comerse algunas de las mejores antes
de llevar a casa la caza del día.
En
concreto, sentía especial predilección por la capa de grasa que mantenía a los
puercoespines hembra calientes durante el prolongado invierno; sin embargo, no
era consciente de que una de sus esposas tenía poderes chamánicos que le
permitían saber exactamente lo que hacía en el bosque cuando estaba a solas. Y
resultó que el espíritu que ayudaba a su esposa era un puercoespín.
Como
consecuencia, la siguiente vez que el cazador se disponía a comer uno de sus
refrigerios secretos, la esposa recurrió a su magia para que las mandíbulas del
puercoespín muerto sellaran sus labios y, de ese modo, no pudiera comer nada.
Por más que lo intentó, el avaricioso cazador no pudo deshacerse del animal.
Su esposa se ablandó y soltó la mandíbula del puercoespín, no sin que antes su
esposo prometiera, con los dientes apretados, que nunca más volvería a ser
tan egoísta.
0.085.4 anonimo (artico)
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