A diferencia de los dioses de la mitología
vikinga, los primeros relatos germánicos que se han conservado están
protagonizados por héroes humanos. Para ellos, la muerte no suponía una
tragedia; les preocupaba el dilema al que se enfrentaban cuando estaban
atrapados entre lealtades en conflicto.
Cuando
Etzel (Atila), el rey de los hunos (siglo V), llevó a cabo exitosas incursiones
en territorio germánico, se dice que exigió tres rehenes como precio para que
las hostilidades cesaran: Walter de Aquitania, Hagen el franco e Hildegunda,
que se iba a casar con el primero.
Los dos
hombres se vieron obligados a luchar en el ejército de Etzel, donde se habían
prometido una fiel amistad, mientras que Hildegunda se encargó del tesoro de Etzel.
Sin embargo, un día, los tres lograron escapar, Llevándose con ellos el oro del
rey de los hunos.
Al
llegar al Rin, situado en la tierra natal de Hagen, Gunther, el rey de los
francos, se enteró de la noticia y creyó que tenía derecho a adueñarse del oro
por la fuerza, dado que Etzel había saqueado sus tierras. Hagen, en su
condición de vasallo de Gunther, se vio obligado por lealtad a ayudarlo, por lo
que abandonó a los otros dos.
Walter y
Hildegunda acamparon en un desfiladero situado entre rocas, y el de Aquitania
se preparó para luchar. Gunther envió a doce guerreros francos a derrotarlo, y,
uno por uno, fueron cayendo, incluido el joven sobrino de Hagen. Ante el dilema
de honrar a dos de sus vínculos más sagrados. Hagen optó por no enfrentarse a
su amigo, a pesar de que éste se burló de su cobardía. Ambos se retiraron. Al
amanecer, Walter e Hildegunda abandonaron la cueva donde se encontraban y
fueron víctimas de una emboscada en campo abierto, obra de Gunther y Hagen,
quien, en esta ocasión, sí se unió al ataque para vengar la muerte de su
sobrino. La lucha de dos contra uno fue atroz y sólo cesó cuando los tres
combatientes quedaron mutilados. Más tarde, por fin, hicieron las paces e
Hildegunda vendó sus heridas.
0.079. anonimo (vikingo)
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