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martes, 9 de octubre de 2012

La espada de alboin

La destreza para la lucha no constituía prueba suficiente de valor para el pueblo de los longobardos. Su rey, Alboin, que tras conquistar el norte de Italia se estableció allí junto a su pueblo, tuvo que probarse a sí mismo durante su juventud por medio de un acto de valentía que rayaba con el descaro.

En su juventud, Alboin había luchado con éxito en contra de los gépidos, a cuyo príncipe, de nombre Thurismod, había dado muerte. De vuelta a casa, sus guerreros le pidieron que ocupara un puesto de honor en la mesa de su padre, el rey Audoin, durante el banquete en que se iba a cele­brar la victoria. Sin embargo, Audoin tu negó dicho privilegio, alegando que era una costumbre longobarda no permitir a un príncipe sentarse a la mesa de su padre hasta que lograra conseguir la espada de un rey extranjero.
Tras oír esto, Alboin partió junto a cuatro compañeros a la Fortaleza de Turisen­do, el rey de los gépidos, donde pidió ser hospedado corno huésped pacífico. Por cues­tión de honor, Turisendo dio la bienvenida a los longo-bardos, los invitó a su salón de banquetes y sentó a Alboin a su lado, en el lugar donde solía sentarse su hijo ya fallecido, Thurismod, aunque sabía muy bien que éste había muerto a manos de su invitado.
Algunos miembros de su séquito tuvieron, en cambio, menos paciencia. Uno de los hijos más jóvenes del rey se burló de los longobardos por llevar mallas blancas:
-Parecéis yeguas con patas blancas. ¿Os han montado muchos hombres?
Ante semejantes palabras, uno de los longobardos respondió:
-¡Y tú te atreves a hablar, cuando los huesos de tu príncipe yacen esparcidos en el prado como los de un desdichado caballo de carga! ¡Vuelve campo de batalla y verás lo fuerte que pueden patear estas yeguas!
Ambas partes corrieron a por sus armas, pero Turisendo su interpu­so y ordenó a sus hombres que mantuvieran la calma, alegando que sería una ofensa a Dios atacar a unos huéspedes. Tras el banquete, tomó la espada de su fallecido hijo y se la entregó a Alboin. Este último volvió a casa triunfante y logro un asiento en la mesa de su padre. Al contar lo sucedido, los longobardos quedaron maravillados ante el atrevimiento de Alboin, y la sabiduría ymagnanimidad de Turisendo.

0.079. anonimo (vikingo)

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