La destreza para la lucha no constituía
prueba suficiente de valor para el pueblo de los longobardos. Su rey, Alboin,
que tras conquistar el norte de Italia se estableció allí junto a su pueblo,
tuvo que probarse a sí mismo durante su juventud por medio de un acto de
valentía que rayaba con el descaro.
En su
juventud, Alboin había luchado con éxito en contra de los gépidos, a cuyo
príncipe, de nombre Thurismod, había dado muerte. De vuelta a casa, sus
guerreros le pidieron que ocupara un puesto de honor en la mesa de su padre, el
rey Audoin, durante el banquete en que se iba a celebrar la victoria. Sin
embargo, Audoin tu negó dicho privilegio, alegando que era una costumbre
longobarda no permitir a un príncipe sentarse a la mesa de su padre hasta que
lograra conseguir la espada de un rey extranjero.
Tras oír
esto, Alboin partió junto a cuatro compañeros a la Fortaleza de Turisendo, el
rey de los gépidos, donde pidió ser hospedado corno huésped pacífico. Por cuestión
de honor, Turisendo dio la bienvenida a los longo-bardos, los invitó a su salón
de banquetes y sentó a Alboin a su lado, en el lugar donde solía sentarse su
hijo ya fallecido, Thurismod, aunque sabía muy bien que éste había muerto a
manos de su invitado.
Algunos
miembros de su séquito tuvieron, en cambio, menos paciencia. Uno de los hijos
más jóvenes del rey se burló de los longobardos por llevar mallas blancas:
-Parecéis
yeguas con patas blancas. ¿Os han montado muchos hombres?
Ante
semejantes palabras, uno de los longobardos respondió:
-¡Y tú
te atreves a hablar, cuando los huesos de tu príncipe yacen esparcidos en el
prado como los de un desdichado caballo de carga! ¡Vuelve campo de batalla y verás
lo fuerte que pueden patear estas yeguas!
Ambas
partes corrieron a por sus armas, pero Turisendo su interpuso y ordenó a sus
hombres que mantuvieran la calma, alegando que sería una ofensa a Dios atacar a
unos huéspedes. Tras el banquete, tomó la espada de su fallecido hijo y se la
entregó a Alboin. Este último volvió a casa triunfante y logro un asiento en la
mesa de su padre. Al contar lo sucedido, los longobardos quedaron maravillados
ante el atrevimiento de Alboin, y la sabiduría ymagnanimidad de Turisendo.
0.079. anonimo (vikingo)
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