Un relato budista cuenta que un monje
errante llamado Ban Gong se perdió en las colinas. Al ponerse el sol, oyó el
sonido de una campana, que lo condujo a un monasterio. Mientras se aproximaba,
un perro guardián comenzó a ladrarle, pero un monje lo invitó a pasar.
Una vez
en el interior, el palacio parecía desierto. Ban Gong encontró una pequeña
celda que tenía una cama, y decidió pasar allí la noche.
Al cabo
de un rato, le molestaron unas voces que procedían del vestíbulo principal y,
al abrir la puerta para mirar, quedó atónito al ver que la sala se estaba
llenando de monjes que entraban no por la puerta, sino a través de un orificio
en el techo, desde el que se dejaban caer con la ligereza de una pluma.
Tras oír
que alguien mencionaba el nombre de un maestro zen, Ban Gong intervino para
decir que había estudiado bajo su tutela. En ese momento, el conjunto de
espectros al completo desapareció junto con el edificio y el monje se volvió a
quedar solo en la ladera de la montaña. Cuando por fin llegó a un monasterio,
esta vez real, supo que no había sido el primero en encontrar aquel misterioso
lugar evanescente, aunque para algunos la única prueba de su existencia era el
doblar de las campanas.
0.005. anonimo (china)
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