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jueves, 20 de septiembre de 2012

El monasterio evanescente

Un relato budista cuenta que un monje errante llamado Ban Gong se perdió en las colinas. Al ponerse el sol, oyó el sonido de una campana, que lo condujo a un monasterio. Mientras se aproximaba, un perro guardián comenzó a ladrarle, pero un monje lo invitó a pasar.

Una vez en el interior, el palacio parecía desierto. Ban Gong encontró una pequeña celda que te­nía una cama, y decidió pasar allí la noche.
Al cabo de un rato, le molestaron unas voces que procedían del vestíbulo principal y, al abrir la puerta para mi­rar, quedó atónito al ver que la sala se estaba llenando de monjes que entraban no por la puerta, sino a través de un orificio en el techo, desde el que se dejaban caer con la ligereza de una pluma.
Tras oír que alguien mencionaba el nombre de un maes­tro zen, Ban Gong intervino para decir que había estudiado bajo su tutela. En ese momento, el conjunto de espectros al completo desapareció junto con el edificio y el monje se volvió a quedar solo en la ladera de la montaña. Cuando por fin llegó a un monasterio, esta vez real, supo que no había sido el primero en encontrar aquel misterioso lugar evanescente, aunque para algunos la úni­ca prueba de su existencia era el doblar de las campanas.

0.005. anonimo (china)

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