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domingo, 31 de marzo de 2013

Marduk contra el dragón tiamat

Seis antiquísimas tablillas, que contienen aproximadamente unos ciento cuarenta versículos, nos relatan la historia de la creación del mundo, según la cultura babilónica, es decir, la que se desarrolló en Caldea, en la baja Mesopotamia, región delimitada por los ríos Éufrates y Tigris.
Este poema de la creación recibe el nombre de Enuma Elish y se cree que fue escrito entre los siglos XIV y XVI antes de Nuestra Era.
En el principio, según estas tablillas, existían dos dioses: Apsu, que dominaba el agua y los abismos de la tierra, y Tiamat, una poderosa dragona que habitaba en el fondo del mar y poseía una fuerza incontenible.
Juntos se unieron como si fueran uno solo y engendraron a muchos dioses, entre ellos a Lahmu y Lahamu, luego a Anshar y Kishar, que superaron a los primeros.
Anshar engendró entonces a Anu, y Anu a Nudimmud.
Nudimmud era más fuerte, incluso, que su abuelo Anshar, y comenzó a vagar por el universo como si fuera el soberano de todos los dioses.
Apsu estaba enojado, pues no soportaba la conducta de sus hijos ni de los hijos de sus hijos, y se reunió con Tiamat para proponerle la destrucción de toda su descendencia.
A lo que la gran dragona le respondió:
-¿Crees que destruiré lo que ambos hemos creado?
Y entonces se distanciaron por mucho tiempo.
Pero Ea, el astuto, supo lo que Apsu tramaba y, acercándose a él, le arrojó un poderoso hechizo que lo sumió en un sueño profundo. Y cuando el gran dios estuvo completamente dormido, lo mató.
Pero en el corazón de Apsu un nuevo y poderoso dios fue engendrado. Su nombre era Marduk.
Tiamat, entonces -ya desde hacía tiempo sin la compañía de su consorte divino- se abrió las entrañas y dejó salir toda clase de criaturas horripilantes, monstruos y seres deformes que comenzaron a esparcirse por el mundo. La diosa madre se vengó, de este modo, enviando a sus hijos más poderosos y terribles a generar el caos. Una gran cantidad de monstruos comenzaron a atacar a los dioses, y éstos habrían encontrado su fin, si no hubiera sido por la decidida acción de Marduk.
En efecto, éste se presentó ante los dioses y les dijo que él se encargaría de destruir a todos los monstruos, si, a cambio, le entregaban el reinado del mundo.
Los dioses, a su vez, le propusieron una prueba para ver si era digno de tal poder. Le encomendaron que lograra sortear una constelación entera del cielo, entre ellos y Marduk.
El joven dios, entonces, habló y la constelación desapareció ante los ojos de todos los presentes, llegó hasta los dioses y él volvió a hablar y la constelación volvió a hacerse.
Los dioses, azorados, le entregaron el título de rey y Marduk se lanzó a combatir ese ejército de monstruos enviados por Tiamat.
Y así fue como, poco a poco, los fue destruyendo uno a uno. El nuevo rey montaba su carro, mientras utilizaba su maza y sus flechas mágicas que nunca erraban el blanco.
Mató a todos los monstruos hasta que sólo quedó viva Tiamat, la terrible dragona, cuyo poder era muy superior al de todos sus hijos juntos.
Grande fue el enfrentamiento entre Tiamat y Marduk, que conducía el carro de la tormenta. Combatieron por muchos días.
Él le arrojó todas las flechas que poseía, pero el cuerpo escamado de la diosa dragona soportaba el dolor de las heridas y trataba de apresarlo con sus anillos mientras le arrojaba fuego por sus fauces.
Entonces, Marduk le arrojó, a su vez, una red y la ató a los cuatro vientos. Pero la bestia le arrojó chorros de ponzoña desde sus entrañas. El héroe no cayó ante aquel ataque porque llevaba, entre sus ropas, una planta que lo hacía inmune al veneno y, siempre montado en su carro, comenzó a golpear a la terrible dragona con su maza.
Pero Tiamat era fuerte y seguía pegando sus terribles coletazos que hacían temblar la tierra. En un descuido de su contrincante, con un golpe feroz, arrojó a éste fuera del carro. Sin embargo, cuando Tiamat abrió la boca para devorarlo, Marduk le arrojó una flecha que le atravesó la garganta, le llegó al corazón y le desgarró las entrañas.
Tiamat cayó al suelo derrotada y Marduk le destrozó el cráneo con un golpe de su maza y luego partió el cuerpo de la dragona por la mitad. Una parte se transformó en la tierra y la otra en el cielo.
La sangre de Tiamat, que no dejaba de manar, corrió por la tierra y pronto cobró vida, muchas vidas... Es lo que hoy se conoce como la raza de los hombres.

0.177.4 Anonimo (babilonia) - 016

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