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domingo, 31 de marzo de 2013

Jasón, medea, y el dragón de la cólquida

Jasón era hijo de Esón1 y Alcimedea. Siendo todavía un niño de pecho, murió su padre, y Pelias, el hermano de Esón, ocupó el trono. Su madre hizo que lo criara, secretamente, el centauro Quirón, quien, con el correr de los años, lo fue entrenando en todas las artes del combate.
Llegado a la edad adulta, Jasón regresó a su reino a reclamar el trono. Y se presentó con una lanza en cada mano y una sola sandalia.
Pelias se hallaba realizando un ritual y el corazón se le paralizó cuando lo vio, pues el oráculo lo había advertido del hombre con una sola sandalia.
Jasón reclamó el trono, pero Pelias -astuto como pocos- lo persuadió de que acometiese la conquista del famoso vellocino de oro (que poseía propiedades mágicas: aseguraba la salud, la felicidad y la prosperidad), pensando que, dado lo difícil de la empresa, no regresaría con vida.
La historia acerca del vellocino refiere que Frixo y su hermana Hele, hijos del rey de Beocia, habían tenido que huir de su malvada madrastra y escaparon montando un carnero, cuya piel era completamente de oro puro y que había sido regalado por el dios Hermes. Pero en el medio del viaje Hele cayó al agua y no se supo más de ella.
Frixo llegó al reino llamado Cólquida, junto al Mar Negro, muy lejos de Grecia. Allí lo recibió el rey Eetes,2 le dio la bienvenida y le entregó en matrimonio a su hija mayor llamada Calsíope. Frixo, muy contento, sacrificó el carnero a los dioses y le entregó la piel de oro, el vellón, al rey Eetes.
El viejo monarca, temeroso de que alguien alguna vez pudiera quitársela, la colgó de una rama del árbol más alto del bosque, un roble consagrado al dios Ares, y dejó en custodia un poderoso dragón que jamás dormía.
Por lo tanto, Jasón, habiendo aceptado ya con verdadero entusiasmo la propuesta de Pelias, mandó construir el barco más fuerte que jamás se hubiera visto en todo el mundo conocido.
Nació, entonces, el Argos, un barco indestructible de cincuenta remos hecho con madera de Pelión, aunque la pieza de proa era de encina procedente de Dodona, del bosque consagrado al dios Zeus. Esta pieza fue proporcionada por la diosa Atenea y tenía el don de la palabra y de la profecía.
Pero el Argos necesitaba tripulación y entonces fueron convocados los más grandes héroes de Grecia. En aquella empresa se embarcaron: Hércules, Calais, Cetes, Castor, Pólux, Idmón, Idas, Linceo, Heracles y Tifis, entre muchos otros.
Todos estos grandes guerreros fueron llamados, entonces, "argonautas", los tripulantes del Argos.
Luego de correr muchas aventuras, en las que algunos de los argonautas dejaban la nave para seguir su propio destino, Jasón llegó a las tierras de Cólquida.
El rey Eetes le dio la bienvenida y Jasón le dijo, sin rodeos, que había llegado a esas tierras para llevarse el vellcino de oro, pues pertenecía a Grecia.
El monarca no quería entregar tan preciado tesoro, pero no le negó el pedido; sin embargo, lo impuso de la dura prueba que debía pasar para hacerse con aquella piel dorada y mágica.
-Deberás atar los toros de cascos de cobre y que exhalan fuego por la boca, un regalo del dios Hefesto, y les pondrás el yugo.
Una vez que estén listos deberás arar este campo -dijo el rey mostrando una gran extensión de terreno- y plantar las semillas que te daré.
Todos comieron y bebieron y se retiraron a descansar.
Pero en la quietud de la noche una figura hermosa se acercó a Jasón, éste despertó y ella le puso un dedo en los labios.
El argonauta quedó impresionado ante tan bella mujer, que tenía los ojos dorados como el mismo sol y cuyos cabellos caían en cascada con el mismo brillo que sus ojos.
La muchacha no era otra que Medea, otra hija del rey Eetes, que había caído presa de amor por Jasón en cuanto lo vio y, por supuesto, no deseaba que muriera. Ella había sido entrenada en las artes de la magia por Hécate y tenía una solución para cada problema que planteaba la prueba; sin embargo, antes de revelarle esas soluciones, le hizo prometer a Jasón que la haría su esposa y que la llevaría a Grecia. Él se lo prometió.
-No dudo de tu fuerza, Jasón, y podrás ponerle el yugo a esos toros, pero el fuego te calcinará, a menos que uses este ungüento clue yo misma preparé.
Y sin decir más le pasó el filtro por todo su cucrho, sin descuidar ni un solo lugar de su piel.
Luego Medea agregó:
-Las semillas que te dará mi padre no son lo que parecen, sino que son dientes del dragón de Tebas, y en cuanto termines de "cmbrar, de cada diente surgirá un guerrero armado. Deberás arrojar una piedra entre ellos para que se peleen, pues son muy belicosos y pelearán por cualquier tontería y no repararán en ti.
Jasón agradeció a la bella muchacha y al día siguiente se pre,cntó ante el rey Eetes.
La prueba comenzó y el joven héroe se internó en las pasturas buscando los terribles toros. De pronto sintió que el suelo temblaba ante los cascos de bronce y, al darse vuelta, vio al toro más grande que jamás había visto, que tenía los ojos enardecidos de furia y arrojaba fuego por su boca.
Jasón, inmune al fuego gracias al ungüento de Medea, tomó el toro por las astas y lo obligó a hincarse por la fuerza, pero cuando lo estaba logrando sintió otro resoplido. Se volvió sin soltar al primer toro y vio al segundo, tan grande como el primero, que cargaba contra él, también expulsando fuego por su boca.
El argonauta aguardó sin temer, y cuando el toro iba a atravesarlo con sus cuernos, giró, y lo atrapó. Y así terminó sujetando los dos toros por los cuernos, uno en cada mano.
Una vez sometidos, ponerles el yugo no le causó ninguna dificultad, y luego Jasón comenzó a arar la tierra y a arrojar las extrañas semillas en los surcos recién abiertos. Al finalizar su tarea, se paró cerca de una piedra, pues sabía que los dientes de dragón "germinarían" de un momento a otro.
La escena fue aterradora, pues de la nada, de las mismas entrañas de la tierra, surgieron unos horribles guerreros cadavéricos, que portaban armaduras, escudos y armas.
Jasón no perdió tiempo y arrojó una piedra entre ellos.
Los guerreros se volvieron con sed de sangre y comenzaron a pelear por la piedra. Y a medida que se golpeaban y sus cuerpos se destrozaban, el número de ellos iba disminuyendo hasta que sólo quedó uno, al que Jasón atravesó con su lanza sin perder tiempo.
Después de tamaña hazaña, Jasón y los argonautas comieron, bebieron y se fueron a descansar.
Pero nuevamente Medea entró en el aposento donde dormía Jasón, lo despertó y le dijo:
-He oído en secreto las conversaciones de mi padre con sus hombres de confianza; planea matarte y también a todos tus compañeros e incendiará el Argos.
-¡Pelearemos! -dijo Jasón furioso.
-¡No!, debemos irnos ahora mismo.
-No me iré sin aquello que he venido a buscar. No me iré sin el vellocino de oro.
-Ven conmigo al bosque y juntos lo tomaremos.
Jasón despertó a los argonautas y les dio la orden de preparar el barco en secreto.
En el medio de la noche, Jasón y Medea corrieron por el espeso bosque en busca del vellocino de oro.
De pronto lo vieron, colgado y clavado a un roble muy alto. La plateada luz de la luna brillaba sobre el vellocino haciendo refulgir su color dorado.
Pero cuando Jasón se disponía a trepar al árbol escucharon un silbido que les erizó la piel. Allí, en la oscuridad de la noche, un par de ojos rojos como carbones encendidos comenzó a acercarse a ellos.
Y, sorprendentemente, Medea comenzó a cantar.
Jasón miraba a la hermosa mujer y no podía creer los efectos de su canto, pues el inmenso y terrible dragón amainó sus movimientos y, poco a poco, empezó a quedarse dormido.
Jasón aprovechó la oportunidad y comenzó a treparse por aquel árbol para rescatar el vellocino de oro.
El dragón hizo un intento para romper el hechizo, entonces Medea se le acercó y le hizo aspirar una pócima que llevaba en un pequeño frasco.
Jasón seguía trepando y casi podía tocar el vellocino.
El dragón volvió a hacer fuerza y estiró las patas.
Entonces Medea tomó una rama de enebro y, pronunciando un sortilegio, tocó la cabeza del dragón y éste se derrumbó en un profundo sueño.
Jasón bajó del árbol con la preciada piel y ambos corrieron al Argos que ya estaba preparado para partir.

1 Algunas versiones lo nombran Eesón y también Aesón.
2 Algunas versiones lo mencionan como Ectes y también Aetes.

0.060.4 anonimo (grecia y roma) - 016

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