Ya
desde su tierna infancia Hércules demostró su poderosa fuerza
aniquilando con sus pequeñas manos dos serpientes enviadas por la
diosa Hera para matarlo.
Transcurrido
el tiempo, el medio hermano de Hércules, llamado Euristeo, asumió
el trono de Micenas ayudado por las artimañas de la diosa Hera, cuyo
odio por Hércules no había menguado en absoluto. Así fue que el
rey Euristeo, por orden de Hera, pero también porque él lo odiaba
con toda la furia de su negro corazón y deseaba que cayera muerto,
le encargó a Hércules realizar doce trabajos imposibles, que el
héroe, desde luego, llevó a cabo con éxito.
Capturar
ciervos y jabalíes salvajes, desviar ríos, combatir contra
leones... Todos los trabajos fueron difíciles, pero según cuenta el
mito, el más difícil fue el de dar muerte a la famosa Hidra de
Lerna.
La
Hidra de Lerna era un terrible dragón que habitaba en una cueva
próxima a una ciénaga, un apestoso pantano nauseabundo que se
encontraba cerca del río Amimona.
El
poderoso Hércules llegó al inmundo lugar y prendió un fuego para
poder encender las flechas con las que obligaría a salir de su cueva
a esa bestia que venía cometiendo toda clase de atrocidades desde
tiempo inmemorial.
Cuando
la Hidra salió de su habitáculo, Hércules no podía creer lo que
veían sus ojos, pues por momentos la asquerosa criatura tenía siete
cabezas, después nueve, luego como cincuenta...
Al
ver a Hércules, el dragón aulló con todas sus cabezas y se lanzó
sobre él para destruirlo enseguida.
El
forzudo hijo de Zeus sabía que la sangre del maléfico dragón podía
matarlo con el solo contacto sobre su piel, pero eso no lo atemorizó
y, tensando su arco, le disparó varias flechas, pero las aguzadas
puntas resbalaban por la piel viscosa del monstruo, sin herirlo.
Entonces se lanzó al ataque golpeándolo con su imponente maza, pero
tampoco ésta hizo mella en él. Le quedaba probar con la espada. Y
Hércules empezó a cercenar con ella las cabezas de la Hidra. Grande
fue su sorpresa cuando vio que arrancaba una cabeza y del lugar del
corte surgían dos nuevas, y a medida que iba pasando el tiempo, en
lugar de vencer a la bestia, la estaba haciendo más fuerte y
terrible.
La
Hidra de Lerna le arrojaba nubes de veneno que salían en forma de
vapor tanto de sus fauces como de sus fosas nasales.
Pronto
Hércules empezó a cansarse y a darse cuenta de que sus esfuerzos
resultaban infructuosos, por lo que decidió retirarse hacia el lugar
donde había encendido el fuego para prender las flechas que le había
arrojado al principio. Allí, entre las llamas, colocó su maza de
hierro y la dejó hasta que se volviera roja como la sangre.
Entonces
volvió a atacar al dragón con renovadas fuerzas, pero esta vez,
luego de arrancar cada una de las cabezas, cauterizaba el cuello con
la maza caliente; de esta forma, evitaba que por las heridas brotara
una nueva cabeza.
La
Hidra de Lerna sintió que su fin estaba próximo y atacó a Hércules
con todo el poder que aún le quedaba, pero el hijo de Zeus no se
dejó amedrentar y continuó con su labor de cortar y cauterizar,
hasta que finalmente a la bestia sólo le quedó una cabeza, la del
medio.
Hércules
había escuchado algunas versiones que decían que la cabeza del
medio, la más importante, era inmortal. Desenfundó entonces su
espada de oro y la cortó de un solo golpe.
La
última cabeza rebotó sobre el terreno viscoso y nauseabundo del
pantano. Aún seguía viva, pues sus ojos se movían y de su boca
surgía una lengua bífida.
Hércules
se apuró en cauterizar la última herida del cuello del dragón y
luego cavó un profundo pozo. Después, se dirigió con aire triunfal
hacia la cabeza, que aún permanecía en el suelo y lo miraba con
odio y furia a través de sus ojos de serpiente monstruosa.
El
héroe levantó la cabeza y la arrojó a lo profundo del pozo, luego
lo rellenó y colocó sobre él una gigantesca piedra que nadie más
que él podría mover.
Y
ése fue el fin del terrible dragón llamado Hidra de Lerna. El más
terrible de los doce arduos trabajos encomendados a Hércules.
0.060.4 anonimo (grecia y roma) - 016
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