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domingo, 31 de marzo de 2013

Hércules contra la hidra de lerna

El poderoso Hércules -nombre latino de Heracles- era hijo de Zeus, el dios supremo del Olimpo, y de una hermosa mortal llamada Alcmena, que estaba ya casada con Anfitrión. Estando éste ausente y luchando, Zeus tomó su forma para seducir a Alcmena; de esta manera se engendró al héroe. Anfitrión aceptó de buen grado a Hércules, a pesar de que no era hijo suyo, pues lo consideraba un regalo de los dioses. Pero la diosa Hera, esposa de Zeus, ardía de celos por el hijo que éste había tenido con una mortal.
Ya desde su tierna infancia Hércules demostró su poderosa fuerza aniquilando con sus pequeñas manos dos serpientes enviadas por la diosa Hera para matarlo.
Transcurrido el tiempo, el medio hermano de Hércules, llamado Euristeo, asumió el trono de Micenas ayudado por las artimañas de la diosa Hera, cuyo odio por Hércules no había menguado en absoluto. Así fue que el rey Euristeo, por orden de Hera, pero también porque él lo odiaba con toda la furia de su negro corazón y deseaba que cayera muerto, le encargó a Hércules realizar doce trabajos imposibles, que el héroe, desde luego, llevó a cabo con éxito.
Capturar ciervos y jabalíes salvajes, desviar ríos, combatir contra leones... Todos los trabajos fueron difíciles, pero según cuenta el mito, el más difícil fue el de dar muerte a la famosa Hidra de Lerna.
La Hidra de Lerna era un terrible dragón que habitaba en una cueva próxima a una ciénaga, un apestoso pantano nauseabundo que se encontraba cerca del río Amimona.
El poderoso Hércules llegó al inmundo lugar y prendió un fuego para poder encender las flechas con las que obligaría a salir de su cueva a esa bestia que venía cometiendo toda clase de atrocidades desde tiempo inmemorial.
Cuando la Hidra salió de su habitáculo, Hércules no podía creer lo que veían sus ojos, pues por momentos la asquerosa criatura tenía siete cabezas, después nueve, luego como cincuenta...
Al ver a Hércules, el dragón aulló con todas sus cabezas y se lanzó sobre él para destruirlo enseguida.
El forzudo hijo de Zeus sabía que la sangre del maléfico dragón podía matarlo con el solo contacto sobre su piel, pero eso no lo atemorizó y, tensando su arco, le disparó varias flechas, pero las aguzadas puntas resbalaban por la piel viscosa del monstruo, sin herirlo. Entonces se lanzó al ataque golpeándolo con su imponente maza, pero tampoco ésta hizo mella en él. Le quedaba probar con la espada. Y Hércules empezó a cercenar con ella las cabezas de la Hidra. Grande fue su sorpresa cuando vio que arrancaba una cabeza y del lugar del corte surgían dos nuevas, y a medida que iba pasando el tiempo, en lugar de vencer a la bestia, la estaba haciendo más fuerte y terrible.
La Hidra de Lerna le arrojaba nubes de veneno que salían en forma de vapor tanto de sus fauces como de sus fosas nasales.
Pronto Hércules empezó a cansarse y a darse cuenta de que sus esfuerzos resultaban infructuosos, por lo que decidió retirarse hacia el lugar donde había encendido el fuego para prender las flechas que le había arrojado al principio. Allí, entre las llamas, colocó su maza de hierro y la dejó hasta que se volviera roja como la sangre.
Entonces volvió a atacar al dragón con renovadas fuerzas, pero esta vez, luego de arrancar cada una de las cabezas, cauterizaba el cuello con la maza caliente; de esta forma, evitaba que por las heridas brotara una nueva cabeza.
La Hidra de Lerna sintió que su fin estaba próximo y atacó a Hércules con todo el poder que aún le quedaba, pero el hijo de Zeus no se dejó amedrentar y continuó con su labor de cortar y cauterizar, hasta que finalmente a la bestia sólo le quedó una cabeza, la del medio.
Hércules había escuchado algunas versiones que decían que la cabeza del medio, la más importante, era inmortal. Desenfundó entonces su espada de oro y la cortó de un solo golpe.
La última cabeza rebotó sobre el terreno viscoso y nauseabundo del pantano. Aún seguía viva, pues sus ojos se movían y de su boca surgía una lengua bífida.
Hércules se apuró en cauterizar la última herida del cuello del dragón y luego cavó un profundo pozo. Después, se dirigió con aire triunfal hacia la cabeza, que aún permanecía en el suelo y lo miraba con odio y furia a través de sus ojos de serpiente monstruosa.
El héroe levantó la cabeza y la arrojó a lo profundo del pozo, luego lo rellenó y colocó sobre él una gigantesca piedra que nadie más que él podría mover.
Y ése fue el fin del terrible dragón llamado Hidra de Lerna. El más terrible de los doce arduos trabajos encomendados a Hércules.

0.060.4 anonimo (grecia y roma) - 016

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