Hace muchísimo tiempo, cuando el mundo era joven y
nuevo, los inuit de Alaska vivían en una noche. Era
una vida muy perpetua. dura. En la oscuridad, estaban siempre expuestos a sus
enemigos. Cazaban y pescaban a la débil luz de las estrellas. El frío era
doloroso. Las lámparas de sebo que encendían en sus iglús era toda la luz de la
que podían disponer.
Estaban acostumbrados a vivir así y como nunca habían
conocido otra cosa pensaban que eso era lo normal. Pero un día llegó un cuervo
que traía noticias asombrosas.
-Allá en el sur -les dijo- existe algo maravilloso. Se
llama «luz del día» y quien no lo ha visto no puede ni siquiera imaginárselo.
¡Traten de pensar en millones de lámparas de sebo encendidas todas al mismo
tiempo!
Los inuit no sabían pensar en millones, nunca habían
necesitado tantos números. Algunos movieron la cabeza con desconfianza pensando
que Cuervo lo había inventado todo. Pero otros escucharon con ilusión.
¿Entonces era posible? Y empezaron a pensar en todos los cambios que podría
traerles la luz.
-Podríamos ver desde lejos cuando se nos está
acercando un oso polar, y tendríamos tiempo de escapar corriendo -decía uno.
-¿Se imaginan hasta dónde podríamos llegar cuando
saliéramos a cazar focas? Ahora no nos atrevemos a alejarnos de nuestros iglús,
por no perdernos en la oscuridad.
Y le pidieron a Cuervo que les trajera un poco de esa
maravillosa «luz del día» que todos querían conocer.
-Estoy viejo -dijo Cuervo. Ya no tengo fuerzas para
llegar tan al sur y volver.
Pero tanto y tan desesperadamente le rogaron, que
sintió pena de aquella pobre gente. Reuniendo todas las fuerzas que le
quedaban, voló una vez más hacia el sur.
Voló y voló en la oscuridad, cansado y hambriento,
deteniéndose muchas veces a descansar. Por momentos, tenía la impresión de que
la oscuridad jamás terminaría. Pero de pronto vio, a lo lejos, una rayita de
luz brillando en el horizonte. Cuando llegó hasta allí, cruzó la línea del
resplandor y se encontró de pronto bañado por la luz del día. ¡Cuánta belleza!
¡Qué estallido de formas y colores! Había pasto verde, árboles, flores... Se
escuchaban cantos de pájaros y zumbidos de insectos. «Sin duda la luz del día
es lo mejor del mundo», pensó Cuervo. «Pero ¿cómo se la llevo a mis amigos?».
Se detuvo una vez más para descansar en la rama de un
árbol, cerca de una aldea. De pronto vio pasar a una muchacha que volvía del
arroyo con un cubo de agua. Cuervo no era un pájaro común y se dio cuenta de
que en esa chica había también algo especial. Convirtiéndose en una mota de
polvo, cayó sobre el abrigo de piel que ella llevaba y así consiguió entrar en
su casita de nieve.
Allí estaba el padre de la muchacha, que era el jefe
de la aldea, y su hijo, un niño que tenía apenas cinco años. Pero lo más importante
de todo fue lo que Cuervo vio en un rincón de la vivienda: una caja de cuero de
la que salía un extraño resplandor. ¡Había conseguido entrar en la casa de los
dueños de la luz!
Cuando la muchacha abrazó a su pequeño, la mota de
polvo que era Cuervo aprovechó la oportunidad y se dejó caer dentro de la
orejita del niño. Muy molesto, el chiquillo se puso a llorar y a frotarse la
oreja, tratando de sacar ese cuerpo extraño que le provocaba dolor en el oído.
-¿Qué le pasa a mi tesoro? -preguntó el jefe de la
aldea, que adoraba a su nieto.
En el oído del niño, Cuervo comenzó a repetir: «Quiero
una bola de luz, quiero una bola de luz, quiero una bola de luz».
-Quiero una bola de luz para jugar -dijo el nieto.
-Hija, dale a mi nieto una bola de luz. Una de las
pequeñas -ordenó el abuelo.
La muchacha fue hacia la caja de cuero, sacó una bola
de luz no muy grande (¡pero qué brillante le pareció a Cuervo!), la ató con una
tira de cuero y se la dio al niño. Entonces Cuervo empezó a molestarlo otra
vez y el niñito volvió a llorar.
El abuelo y la madre estaban muy preocupados. Y
Cuervo, adentro del oído del niño, comenzó otra vez a repetirle lo que tenía
que decir.
-¡Quiero salir a jugar fuera! -dijo de pronto el
chiquillo.
Lo había pedido con tanta desesperación que su abuelo
no dudó. Lo tomó en brazos y lo sacó al exterior, para que jugara en la nieve
con su bola de luz. En ese instante Cuervo saltó fuera de su orejita, volvió a
tomar su forma de pájaro, le arrancó de un tirón la tira de cuero que llevaba
atada la bola de luz, y se fue volando hacia el norte con todas las fuerzas que
sus viejas alas le permitían.
A pesar de que ahora iba cargado, el viaje de regreso
le resultó más liviano que el de ida. Se sentía feliz por el extraordinario
regalo que llevaba para sus amigos.
Los inuit lo vieron venir desde muy lejos, por el
brillo que daba la
bola de luz. Lo más brillante que habían visto ellos en su vida era la luna, y estaba siempre en el cielo. En cambio aquella luminosidad se les acercaba cada vez más. En cuanto Cuervo estuvo sobre la aldea inuit, abrió el pico y dejó caer su preciosa carga. La bola de luz se estrelló contra el suelo congelado y la luz del día se repartió por todas partes al mismo tiempo, dorada y hermosa. Entró a los hogares y tocó al mundo con su varita mágica.
bola de luz. Lo más brillante que habían visto ellos en su vida era la luna, y estaba siempre en el cielo. En cambio aquella luminosidad se les acercaba cada vez más. En cuanto Cuervo estuvo sobre la aldea inuit, abrió el pico y dejó caer su preciosa carga. La bola de luz se estrelló contra el suelo congelado y la luz del día se repartió por todas partes al mismo tiempo, dorada y hermosa. Entró a los hogares y tocó al mundo con su varita mágica.
Los hombres y mujeres no podían creer todo lo que
veían sus ojos. El color y la alegría habían llegado a ese mundo de oscuridad.
El blanco de la nieve y del hielo les resultaba cegador. ¡Ahora podían ver que
había montañas a lo lejos! Los abrigos de pieles que vestían eran marrones,
como el color de sus ojos. El cielo... nunca se habían imaginado que el cielo
podía tener ese asombroso color azul.
Los inuit comprendieron que su vida había cambiado
para siempre y se sintieron enormemente felices. ¿Cómo podían agradecérselo a
su amigo Cuervo?
-No me agradezcáis tanto -dijo Cuervo. Apenas os traje
una bola de luz de día de las más pequeñas. No tiene mucha fuerza y si tiene
que iluminarlo todo al mismo tiempo, sus rayos se van a gastar rápidamente.
Necesitará seis meses de descanso para volver a funcionar.
Y por eso los inuit de Alaska viven seis meses en la
luz y seis meses en la
oscuridad. Pero no les importa. Porque antes tenían pura
noche durante todo el año. Y porque la oscuridad, a la que estaban tan
acostumbrados, también tenía su encanto para ellos. Ahora, gracias a Cuervo,
pueden disfrutar de las dos cosas. Y por eso, desde entonces, tienen un gran
respeto y cariño por los cuervos. ¡No sea que se vayan a enojar y se lleven
otra vez la maravillosa luz del día!
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