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domingo, 28 de diciembre de 2014

La luz del dia

Hace muchísimo tiempo, cuando el mundo era joven y nuevo, los inuit de Alaska vivían en una noche. Era una vida muy perpetua. dura. En la oscuridad, estaban siempre expuestos a sus enemigos. Cazaban y pescaban a la débil luz de las estrellas. El frío era doloroso. Las lámparas de sebo que encendían en sus iglús era toda la luz de la que podían disponer.
Estaban acostumbrados a vivir así y como nunca habían conocido otra cosa pensaban que eso era lo normal. Pero un día llegó un cuervo que traía noticias asombrosas.
-Allá en el sur -les dijo- existe algo maravilloso. Se llama «luz del día» y quien no lo ha visto no puede ni siquiera imaginárselo. ¡Traten de pensar en millones de lámparas de sebo encendidas todas al mismo tiempo!
Los inuit no sabían pensar en millones, nunca habían necesitado tantos números. Algunos movieron la cabeza con desconfianza pensando que Cuervo lo había inventado todo. Pero otros escucharon con ilusión. ¿Entonces era posible? Y empezaron a pensar en todos los cambios que podría traerles la luz.
-Podríamos ver desde lejos cuando se nos está acercando un oso polar, y tendríamos tiempo de escapar corriendo -decía uno.
-¿Se imaginan hasta dónde podríamos llegar cuando saliéramos a cazar focas? Ahora no nos atrevemos a alejarnos de nuestros iglús, por no perdernos en la oscuridad.
Y le pidieron a Cuervo que les trajera un poco de esa maravillosa «luz del día» que todos querían conocer.
-Estoy viejo -dijo Cuervo. Ya no tengo fuerzas para llegar tan al sur y volver.
Pero tanto y tan desesperadamente le rogaron, que sintió pena de aquella pobre gente. Reuniendo todas las fuerzas que le quedaban, voló una vez más hacia el sur.
Voló y voló en la oscuridad, cansado y hambriento, deteniéndose muchas veces a descansar. Por momentos, tenía la impresión de que la oscuridad jamás terminaría. Pero de pronto vio, a lo lejos, una rayita de luz brillando en el horizonte. Cuando llegó hasta allí, cruzó la línea del resplandor y se encontró de pronto bañado por la luz del día. ¡Cuánta belleza! ¡Qué estallido de formas y colores! Había pasto verde, árboles, flores... Se escuchaban cantos de pájaros y zumbidos de insectos. «Sin duda la luz del día es lo mejor del mundo», pensó Cuervo. «Pero ¿cómo se la llevo a mis amigos?».
Se detuvo una vez más para descansar en la rama de un árbol, cerca de una aldea. De pronto vio pasar a una muchacha que volvía del arroyo con un cubo de agua. Cuervo no era un pájaro común y se dio cuenta de que en esa chica había también algo especial. Convirtiéndose en una mota de polvo, cayó sobre el abrigo de piel que ella llevaba y así consiguió entrar en su casita de nieve.
Allí estaba el padre de la muchacha, que era el jefe de la aldea, y su hijo, un niño que tenía apenas cinco años. Pero lo más importante de todo fue lo que Cuervo vio en un rincón de la vivienda: una caja de cuero de la que salía un extraño resplandor. ¡Había conseguido entrar en la casa de los dueños de la luz!
Cuando la muchacha abrazó a su pequeño, la mota de polvo que era Cuervo aprovechó la oportunidad y se dejó caer dentro de la orejita del niño. Muy molesto, el chiquillo se puso a llorar y a frotarse la oreja, tratando de sacar ese cuerpo extraño que le provocaba dolor en el oído.
-¿Qué le pasa a mi tesoro? -preguntó el jefe de la aldea, que adoraba a su nieto.
En el oído del niño, Cuervo comenzó a repetir: «Quiero una bola de luz, quiero una bola de luz, quiero una bola de luz».
-Quiero una bola de luz para jugar -dijo el nieto.
-Hija, dale a mi nieto una bola de luz. Una de las pequeñas -ordenó el abuelo.
La muchacha fue hacia la caja de cuero, sacó una bola de luz no muy grande (¡pero qué brillante le pareció a Cuervo!), la ató con una tira de cuero y se la dio al niño. Entonces Cuervo empezó a molestarlo otra vez y el niñito volvió a llorar.
El abuelo y la madre estaban muy preocupados. Y Cuervo, adentro del oído del niño, comenzó otra vez a repetirle lo que tenía que decir.
-¡Quiero salir a jugar fuera! -dijo de pronto el chiquillo.
Lo había pedido con tanta desesperación que su abuelo no dudó. Lo tomó en brazos y lo sacó al exterior, para que jugara en la nieve con su bola de luz. En ese instante Cuervo saltó fuera de su orejita, volvió a tomar su forma de pájaro, le arrancó de un tirón la tira de cuero que llevaba atada la bola de luz, y se fue volando hacia el norte con todas las fuerzas que sus viejas alas le permitían.
A pesar de que ahora iba cargado, el viaje de regreso le resultó más liviano que el de ida. Se sentía feliz por el extraordinario regalo que llevaba para sus amigos.
Los inuit lo vieron venir desde muy lejos, por el brillo que daba la
bola de luz. Lo más brillante que habían visto ellos en su vida era la luna, y estaba siempre en el cielo. En cambio aquella luminosidad se les acercaba cada vez más. En cuanto Cuervo estuvo sobre la aldea inuit, abrió el pico y dejó caer su preciosa carga. La bola de luz se estrelló contra el suelo congelado y la luz del día se repartió por todas partes al mismo tiempo, dorada y hermosa. Entró a los hogares y tocó al mundo con su varita mágica.
Los hombres y mujeres no podían creer todo lo que veían sus ojos. El color y la alegría habían llegado a ese mundo de oscuridad. El blanco de la nieve y del hielo les resultaba cegador. ¡Ahora podían ver que había montañas a lo lejos! Los abrigos de pieles que vestían eran marrones, como el color de sus ojos. El cielo... nunca se habían imaginado que el cielo podía tener ese asombroso color azul.
Los inuit comprendieron que su vida había cambiado para siempre y se sintieron enormemente felices. ¿Cómo podían agradecérselo a su amigo Cuervo?
-No me agradezcáis tanto -dijo Cuervo. Apenas os traje una bola de luz de día de las más pequeñas. No tiene mucha fuerza y si tiene que iluminarlo todo al mismo tiempo, sus rayos se van a gastar rápidamente. Necesitará seis meses de descanso para volver a funcionar.
Y por eso los inuit de Alaska viven seis meses en la luz y seis meses en la oscuridad. Pero no les importa. Porque antes tenían pura noche durante todo el año. Y porque la oscuridad, a la que estaban tan acostumbrados, también tenía su encanto para ellos. Ahora, gracias a Cuervo, pueden disfrutar de las dos cosas. Y por eso, desde entonces, tienen un gran respeto y cariño por los cuervos. ¡No sea que se vayan a enojar y se lleven otra vez la maravillosa luz del día!

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