Pues cuentan que hace mucho tiempo un cacique[1]
sabio gobernaba la ciudad de Corocoro con justicia y bondad. El anciano tenía
dos hijos, un varón, que había heredado la prudencia y sabiduría del padre, y
una muchacha, bella como nadie. Un día llegó un extranjero hasta la casa del
cacique. Venía, según aseguró, de tierras lejanas y quería pedir la mano de la
hija. El muchacho era fuerte y hermoso, y esperaba ser aceptado.
El cacique, sin embargo, le respondió de esta manera:
-Hermoso joven, tu petición me honra, pero eres un
perfecto desconocido. Nada sabemos de ti ni de tu pueblo. ¿Puedes mostrar
alguna prenda de tu origen?
Al muchacho, que no esperaba esta respuesta, las
palabras del anciano le hirieron profundamente. Calló y, en silencio, abandonó
el lugar sin que nadie en Corocoro se diera cuenta.
Pasó algún tiempo, y la historia del pretendiente de
la hija del cacique se había olvidado. La muchacha estaba enamorada de un joven
y con él subía hasta el cerro a charlar y a contemplar el paisaje. Un día de
los que subieron, se dieron cuenta de que un cóndor volaba por encima de ellos
y les observaba desde la distancia. Como el cóndor no se iba y volaba alrededor
de ellos, la muchacha se asustó. Su enamorado le contestó:
-No te inquietes, mañana regresaremos con mi honda, y
si aún está por aquí, le espantaré.
Al día siguiente, los jóvenes volvieron a subir al
cerro, y al aparecer el ave, el muchacho hizo vibrar su honda y la lanzó con
fuerza y precisión hacia el cóndor. Dentro había una piedra de oro. El cóndor
recibió un impacto en el pecho y, volando como pudo, llegó hasta una roca donde
se posó, moribundo. Wiracocha, dios de los dioses, lo transformó en roca.
Algún tiempo después, llegaron a Corocoro emisarios
del imperio vecino: buscaban al príncipe Kuntur Mallku, que había salido de
viaje por diferentes ciudades para buscar esposa y nunca había regresado.
Cuando llegaron donde el cacique, este les explicó que
sí había pasado por allí, pero que, al no poder dar ninguna prenda de su
procedencia, se había marchado.
Los hombres le contaron entonces que Kuntur Mallku era
el único humano con el poder extraordinario de transformarse en cóndor. La
hija, que estaba escuchando junto a su padre, al darse cuenta de lo ocurrido,
se desmayó y vivió el resto de sus días con tristeza.
Al lugar donde el cóndor se transformó en piedra le
llaman desde entonces «cóndor Jipiña» y, en aimara, esto significa `donde hace
nido el cóndor'.
0.016.4 anonimo (aymara-bolivia) - 040
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